Hace 24 años el PRI tuvo en Coahuila su primera experiencia como fuerza política de oposición. (Monclova, 1979, el PAN triunfó en las elecciones municipales) Hoy, el PRI es oposición en muchas entidades federativas, en varios congresos locales y en infinidad de Ayuntamientos; pero, sobre todo, constituye la más importante corriente política opositora frente al Poder Ejecutivo Federal.
Hoy ejercen, el PRI y sus competidores, la crítica política por medio de sus múltiples tribunas partidistas; pero también la ejercen desde el podio de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, donde el PRI ocupa la mayoría más una de las curules. Esta posición le ha otorgado votos legislativos suficientes para impedir que una norma constitucional u otras leyes puedan ser reformadas, derogadas o aprobadas sin su visto bueno.
Desde esta óptica el PRI parece ser más importante que el PAN, partido en el poder.
El PRI, unido al PRD, ha evidenciado que la separación de poderes es una realidad en México; por desgracia la cala ha tenido un costo pesado: impedir que el PAN lleve a cabo un programa de reformas fiscales y estructurales cuyo objetivo anunciado es la superación de las condiciones económicas del país, la creación de empleos y la confirmación de México como sitio adecuado para la inversión financiera y fabril.
Esta consecuencia es lamentable desde todos los puntos de vista, sobre todo por representar una pérdida de tiempo, irreparable en muchos sentidos.
Cuesta y duele mucho llegar a esta conclusión, ya que nuestra historia es la repetición, época tras época, del afán estéril de luchar unos contra otros por hueras razones y vacuos objetivos, sacrificando lo único que resulta vital e importante: el progreso de nuestra sociedad y el bienestar de los mexicanos.
Probar que se tiene poder para contener al partido político contrario, su programa de trabajo y sus objetivos de realización política ha sido la tarea del PRI nacional en los tres primeros años del siglo XXI. Y al revés, el PAN ha dedicado sus mejores esfuerzos no a crear una historia de logros y prestigios, sino a descalificar los de su oposición, el PRI. Ambos impulsos resultan negativos e infecundos.
Si tiene fuerza para oponerse, el PRI debe tener también el poder de impulsar los proyectos que beneficien a la República, y evidenciar con ello que no es un partido suicida, condenado por si mismo a desaparecer del mapa político nacional. El PAN, igualmente, podría elevar la tónica de la contienda política compitiendo con mejores leyes, mayores obras y superiores objetivos. Trabados uno y otro partido en objetivos superiores, sabríamos en
las próximas eleccio es federales si el triunfo foxista del año 2000 sólo fue un incendio cívico que se confirmó por los ciudadanos en las urnas o resultó una escandalosa llamarada de petate ahogada al primer soplido.
Paso a paso los ciudadanos se han percatado de que las diferencias entre el PAN y el PRI, antes tan radicales, tienden a ser menores, tanto como mayores resultan sus negativas coincidencias. Por ejemplo, en lo que se refiere a democratización, ambas organizaciones políticas se afirman demócratas al seleccionar candidatos a puestos de elección popular y dirigentes partidistas. Pero no lo son, en el fondo; y así vemos que la
membresía del PAN no es la que elige a quienes jugarán para alcaldes, diputados de mayoría relativa y, caso más escandaloso, a diputados de representación proporcional, vía rápida y barata de hacer acrobacias y dinero en los cargos políticos; sino que son los cabecillas regionales del partido quienes se sirven candidaturas con la cuchara grande, privilegiando a los aspirantes patrocinados por sus benefactores panistas en la sombra.
Duro, escabroso y largo es el camino de la democracia mexicana. Y sin embargo hay que transitarlo, a ver si se compone o nos extravía para siempre...