A la memoria de Alba Rojo, por su sensible persistencia.
Los atributos son caprichosos y traicioneros. Los que son magníficos en unos son el caos en otro. Las virtudes difícilmente son generalizables, ni siquiera la generosidad. ¿Quién quiere un administrador así? De un actor deseamos que sea creativo, pero también disciplinado.
De un cirujano no queremos demasiada creatividad, si seriedad. Pocos mundos tan complementarios y a la vez tan antagónicos como, por un lado, el de los políticos y, por el otro, los científicos, los intelectuales, los pensadores. Max Weber, Ortega y Gasset, Gramsci han planteado los dilemas. El científico debe perseguir obsesivamente, sin concesiones, su verdad.
El político debe caminar entre verdades simultáneas y ceder. Al intelectual nada debe decirle la popularidad de sus posiciones. El político vive en parte de la aprobación popular. Pero cancelar el mundo de las ideas en la política sería una tragedia. Por eso reincidimos, de los Enciclopedistas a Vargas Llosa los hombres de ideas quieren probarlas en la acción. Jorge G. Castañeda sale con una bien ganada fama de grosero, soberbio, arbitrario y una larga lista de epítetos. Pero pocos le niegan que ve lejos.
La primera ocasión que escuché la fórmula de la elección del 2000 como un plebiscito antipriista fue a él a principios del 99 en la Sierra de Chihuahua.
Allí están los resultados. Pero también es claro que esa mente no es la de un funcionario. Castañeda dice, sin más, lo que piensa, lo cual es una gran cualidad, pero no en un individuo cuya misión es representar a un país en el mundo. Castañeda es incapaz de reproducir acriticamente una consigna y eso es justamente lo que debe hacer un “intelectual orgánico”. La discreción nunca ha sido una de sus características y ella es imprescindible en un secretario de estado cuya misión es entre otras la de guardar secretos. Castañeda siempre ha sido un activista, no hay novedad, pero ese no es el perfil de un canciller. Jorge siempre juega en solitario, pero pertenecía a un equipo.
El presidente Fox y el propio Castañeda cayeron en el engaño de pensar que la frontera entre los dos mundos se puede cruzar sin costos. Dos aspectos preocupan de su salida.
Castañeda es un hombre ilustrado, formidable políglota, sabe lo que está ocurriendo en el mundo, anda con las antenas levantadas captando las señales de Europa que conoce bien, de los Estados Unidos en cuyas entrañas vivió, de América Latina donde ha cultivado amistades y pasiones.
Tiene una formación interdisciplinaria entiende de economía, de historia, ¡lee! ¿Cuánto le costó a México formar un cuadro así? ¡Qué desperdicio que en momento tan delicado del mundo esa mente no esté al servicio de nuestro país! Esas cualidades, resumidas en ser un hombre ilustrado, no abundan en el actual equipo del presidente. ¿Cómo fue que llegamos aquí? Lo inmediato sería la retahíla de escándalos innecesarios provocados por el hoy excanciller. Sus pleitos con la prensa, con el Senado, con varios miembros del gabinete y del equipo presidencial, con la esposa del presidente, con los cubanos, con destacados personajes del servicio exterior, etc. Un activista vive de generar conflicto justo allí donde las aguas están en calma. Pero ese no puede ser el modus operandi de un canciller.
Error entonces del presidente no conocer bien a su amigo y colaborador. Error del propio Castañeda no conocer sus límites. Pero hay una cualidad que me parece vamos a extrañar. Hace algunos meses Jesús Silva-Herzog Márquez me recomendó un espléndido libro de Christopher Hitchens que se llama Letters to a young contrarian. La tesis central es irrebatible: el critico, el opositor profesional es irreverente, debe serlo.
Fue la irreverencia instalada en la mente del Castañeda la que lo llevó a plantear la posibilidad de un acuerdo migratorio con Estados Unidos, tema tabú. Sólo con irreverencia frente a los cómodos cánones de la doctrina Estrada, se puede presentar la discusión de derechos humanos en Cuba. Sin una dosis fuerte de irreverencia nadie se lanza a cuestionar a sus conciudadanos de esquizofrénicos en su relación con Estados Unidos. Sólo un irreverente puede levantarse contra el santón conceptual de la soberanía o cuestionar el nacionalismo en México. Irreverencia también hubo al proponer la candidatura al Consejo de Seguridad y al no acompañar a Estados Unidos ciegamente en el asunto de Irak.
A esa irreverencia debemos darle la bienvenida. Quizá así pudiéramos quebrar lentamente con esa tentación muy nuestra de ser obsequiosos con nosotros mismos para evitar discusiones ríspidas. Fijar posiciones en sí mismo un avance. Quedan allí los temas. ¿Qué tan auténtico es nuestro nacionalismo, qué tan congruentes somos en nuestra defensa de los derechos humanos y la democracia, qué tanto hay de esquizofrenia en nuestra relación con el vecino del Norte, etc.? Esa magnífica irreverencia estaba sin embargo fuera de lugar. No podía tener otro final.
En el camino cayeron victorias no demasiado esperadas como la cancelación del proceso de certificación y también derrotas dolorosas como el tortuoso camino de aprobación de la Corte Penal Internacional, tardía y con cláusulas de excepción que de nuevo quieren dejar a México al lado de la universalidad que es justamente el gran avance de este nuevo cuerpo normativo y de su expresión visible. Muchos festejan ya la salida de Castañeda. No sin razón argumentan que el presidente se ahorrará escándalos innecesarios. Es probable, también se quitará de encima una exigencia indebida en un colaborador. Pero habrá un costo y el presidente Fox lo sabe, porque el arrojo y el brillo no se dan en maceta. Lo más lamentable de todo es que quizá la pérdida hubiera podido se evitada.
Miscasting es la expresión anglosajona para aludir al acto de situar a un actor por ejemplo, en un papel que no va con él. No es el único caso. Mal para el director, mal para la obra, mal para el propio actor. Jorge G. Castañeda pudo haber sido un brillante “jefe de equipo” al interior de Los Pinos, por lo menos de inicio. Hubiera probado la vida como funcionario desde una trinchera muy relevante, pero diferente. Su trabajo hubiera hablado por él. Pero de cero pasó al más alto cargo de la vida diplomática del país cruzando el firmamento sin más destino que su propia destrucción dentro del equipo del presidente. Hoy regresa a lo que todos sabemos que hace bien, muy bien. Ojalá y la experiencia nos ayude a respetar ambos mundos, ambos oficios. Adiós al controvertido funcionario, bienvenido al siempre necesario irreverente.