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El maestro ideal/Diálogo

Yamil Darwich

El día 15 de mayo de cada año festejamos a los profesores de México; esos que tienen a su cargo la grave responsabilidad de educar a las nuevas generaciones, compartiendo con ellos su conocimiento y más importante, entregándoles con su propio ejemplo los elementos suficientes para que construyan su propia jerarquía de valores, que los ayuden a ser hombres y mujeres útiles a su sociedad, personas que trabajen para el bien común; seres humanos que puedan definirse como buenos.

Para nuestro infortunio, no todos cumplen con su función social de educadores; muchos de ellos dedican buena parte de su tiempo a otras actividades como la política, el sindicalismo, inclusive el comercio de menudeo ambulante aprovechando sus propios clientes cautivos, los compañeros de labores y sindicato, dejando para el final de la lista su deber de enseñar las letras, los números a los niños; la historia y los valores a los jóvenes; el humanismo, las ciencias y las técnicas a los preuniversitarios y universitarios. De cualquier manera, en nombre de los que sí intentan ser profesores y cumplir con el significado de la palabra, estar a favor (pro) de lo que creen (fe) por medio del trabajo de ayudar a aprender, los festejamos como cada año.

De algunos de ellos aún disfruto sus enseñanzas; tal es el caso de Lorenzo González Kipper, hermano lasallista que aún continúa preparándose y está por concluir otro más de sus estudios de posgrado. Hace cosa de un mes me compartió uno de sus trabajos de análisis, al que denominó: “El maestro ideal”, ensayo que viene como anillo al dedo para compartirlo con Usted en este festejo, comentando al menos algunos de sus conceptos.

Don Lorenzo, “El Matemático”, apodo por el que le conocen muchos de sus ya añosos alumnos dice que: “Hoy al docente incumbe la tarea no sólo de descubrir, asimilar y transmitir una avalancha de información, sino más desafiante aún, es su responsabilidad de lograr que sus alumnos accedan por ellos mismos a estos conocimientos y los pongan al servicio del ser humano y del mejoramiento de su condición personal y social”. Con esto pone “la primera en la frente” a todos aquellos profesores que buscan cómo eludir tan encomiable responsabilidad y ya van sobre el segundo “puente vacacional” del mes de mayo.

Continúa diciendo que: “El estudio sin aplicación va cediendo terreno frente al predominio de los conocimientos útiles”, llevándome a pensar en todos esos profesores que repiten su materia, cualquiera que sea, sin cambios evidentes en el contenido, aún cuando la hayan impartido por primera vez hace muchos años.

Más adelante da una muy buena justificación humanista para ser profesor: “...pero el aprender a vivir juntos y aprender a vivir con los demás es el reto. Vivir juntos es descubrir al otro, valorarlo, tomar conciencia de las semejanzas y de la interdependencia entre todos los seres humanos. En este sentido la enseñanza de la historia de las religiones, de la cultura, de los usos y costumbres de los pueblos puede servir para fomentar una actitud de simpatía hacia lo diferente y ser útil en la superación de prejuicios e incomprensiones. Aprender a vivir con los demás y al servicio de los demás es la segunda dimensión de la educación para el servicio”. Hoy en día, los que trabajamos en el medio educativo entendemos que es estéril una enseñanza que no tenga vigencia y pertinencia, que no sea de utilidad inmediata o al menos mediata y que sea aportadora para el bien común. Que ayude a ser mejor persona al estudiante, le comprometa con él mismo, con su familia y con su comunidad: Que sea productivo socialmente.

Más adelante escribe que: “La docencia no se limita a la enseñanza intelectual, su objetivo es la educación que contribuye al desarrollo global de cada persona: Cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual y espiritualidad”. ¿Qué le parece?; ¿Cuántos “profes” cumpliremos con este principio?

Luego nos entrega una “receta” tomada de Stroge (2002), para reconocer a un buen profesor: “Cinco características del maestro exitoso: En primer lugar es la atención y preocupación por el bien de los demás, sobre todo de sus propios alumnos. Esta empatía con el otro se manifiesta en la capacidad de escucha, de comprensión del otro y del cuidado para detectar sus necesidades y anhelos. La segunda característica es el sentido de justicia y el respeto. El alumno valora sobremanera al maestro justo, imparcial, sin favoritismos, que trata con respeto y no se burla ni ridiculiza a nadie, que ofrece a todos la oportunidad de participar y de tener éxito”. “...una tercera característica es la capacidad de entusiasmar y motivar a los alumnos en el aprendizaje”. “...estimulan un aprendizaje activo, alientan al estudiante a ser pensador crítico y creativo, con capacidad de continuar aprendiendo siempre, lo impulsan en forma determinante hacia su propia realización y a dar claro sentido a su propia vida”. “Como cuarta característica Stronge señala la actitud francamente positiva hacia la vida y hacia su propia profesión”. “...Es el primero en aceptar responsabilidades en la institución y formar equipo con los colegas profesores en las tareas institucionales”. “Da testimonio claro de que está contento en lo que hace y la enseñanza tiene pleno sentido para él”. “La quinta y última característica del maestro exitoso es la capacidad del docente para reflexionar, evaluar su propio quehacer educativo”. ...“Una voluntad decidida por desempeñar cada día mejor la tarea educativa”. “El docente exitoso cree en la eficiencia de su labor, la cuida y la mejora, busca siempre nuevos derroteros y mantiene altas expectativas sobre sus alumnos y su capacidad de crecimiento y realización”.

Con la lectura de sus propuestas educativas me remontó a las muchas historias de aquellos viejos maestros que entregaban su vida y su conocimiento a sus alumnos, a los que consideraban como su responsabilidad y extensión intelectual de sus personas, sin egoísmos y con entrega de amor maduro a sus semejantes, aún cuando vivieran (cosa muy común) en extrema pobreza, alejados de las grandes ciudades, lejos de las comodidades de la civilidad moderna.

Ésos fueron los que construyeron a México preparando a las nuevas generaciones; como aquéllos que los más viejos alcanzamos a conocer: Profesores que entendían y aceptaban ser educadores como una forma de vida, que sus nombres están escritos en las páginas de la historia de nuestra Comarca Lagunera, que los más jóvenes sólo conocen como nombres de escuelas, de calles y de librerías. Disculpe que no mencione a algunos, sería una gran descortesía para otros muchos que no cabrían en este “Diálogo”.

Habrá notado que en todo este escrito me resistí a utilizar el término de “Maestro”; esto es por dos sencillas razones: La primera, porque creo que el mundo occidental moderno sólo tuvo un maestro en el sentido estricto de la palabra; su vida carnal la vivió hace dos mil años y aún es y será ejemplo en la vida cotidiana. La segunda es porque aunque existan maestros...., posgraduados, con un título que como tal a muchos nos queda muy holgado; aunque se haya cubierto un currículum tan extenso que hasta se les llame “doctores” (palabra que viene de docto), ser Maestro es un concepto integral, que incluye al ser humano con todas sus facetas, no sólo la de profesionista.

Si Usted es profesor de cualquier nivel educativo reciba mi felicitación y reconocimiento por aceptar el reto de servir en una de las profesiones más nobles y trascendentes para el ser humano: Enseñar al que no sabe; como dijera Ikram Antaki, la reconocida etnóloga y catedrática universitaria recientemente fallecida: “He descubierto, en este país, que soy “un buen maestro”, no sólo “un escritor”, alguien que sabe algunas cosas y que no las quiere guardar, sino compartir”. ydarwich@ual.mx

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