El día 4 de octubre de este año se cumplirán 134 años del nacimiento del Mahatma Gandhi, el apóstol del pueblo hindú cuya filosofía de liberación se fundamentó en la renuncia a la violencia como método de lucha.
Gandhi sobrevivió lo suficiente para contemplar cómo su obra se cristalizaba en la independencia de la India; sin embargo, víctima él mismo de la violencia desapareció a tiempo de constatar que en el terreno de la controversia entre países, ideologías e incluso en el de las relaciones sociales y humanas, los resultados de su gran lección han sido precarios.
Hasta donde alcanza nuestro saber, la táctica de la lucha pacífica, basada en la desobediencia civil, ideada por Gandhi, ha tenido pocos seguidores en otros países, seguramente porque ésta se atenía al patrón hindú, es decir, estaba modelada a la medida de las peculiaridades del elemento humano de aquel país oriental y encarada a un propósito inmediato que era el de la liberación del yugo colonial al que estaba sometido.
Inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, una multitud de nuevas naciones, de independencia recién adquirida, se incorporaron a la vida internacional, al influjo de las corrientes favorables para un diálogo cuya finalidad era la paz permanente, liberada de las tensiones y violencias que pudieran ponerla en peligro; sin embargo, en su procesamiento de acomodamiento –tanto interno como externo- a su nueva situación, la agresión ocasionó deterioro y sangre, en muchos casos, las nobles ilusiones del entendimiento perpetuo basadas en un respetuoso coloquio.
Un nuevo tipo de terrorismo hizo aparición en la escena política, de una magnitud hasta entonces desconocida; unas veces se limitó a la escenificación violenta de episodios meramente nacionales internos de un país, con rasgos de una brutalidad inaudita: raptos y secuestros, asesinatos, atentados dinamiteros; otras apoyando reivindicaciones de carácter nación independentista, como en el caso de la gran pugna árabe-israelí. En ambos casos los nuevos métodos de terror han trascendido a un ámbito internacional de dimensiones inéditas hasta la fecha, como fue el atentado a Estados Unidos, la respuesta de Estados Unidos a Iraq y toda una serie de atentados dinamiteros y asaltos armados en aeropuertos y ciudades muy distantes de la base normal de los promotores.
Lo que más llama la atención es la proliferación del protagonista, la facilidad con que, al parecer, se reclutan los voluntarios para integrar lo que, según terminología actual, se llaman comandos urbanos, guerrillas, comandos aéreos, etc.
Es bien conocido el papel que la violencia y el terror han jugado en el entretejido de la historia, en la vida social y política de los pueblos, por ello no es difícil comprender cuáles son los estímulos que pueden contribuir a dinamizar la conciencia criminal en potencia de cada uno de los candidatos al culto y a la práctica de la violencia; las razones objetivas de este deplorable fenómeno social y humano se encuentran en la necesidad instintiva de rebelarse, que origina la desigualdad y la injusticia de cualquier orden y por otro lado el pánico, el miedo, la necesidad de defensa, también instintiva, que resienten los que protagonizan los motivos de esta injusta desigualdad.
¿Dónde se puede localizar el origen del fenómeno en nuestras sociedades? ¿será en el segmento juvenil cuya tendencia a prescindir de viejos valores morales es manifiesta? o ¿será entre los viejos sectores representativos de una cultura en litigio y a cuya supervivencia atribuyen la salvaguarda de sus privilegios? Ambos sectores segregan de su seno a las minorías creadoras de extremismos, constituidos por grupos cuya mediocridad moral los incapacita para desenvolverse a sí mismos al compás de una evolución económica-social pacífica; es la actividad individual y colectiva de estos grupos que tiende a polarizar las pasiones y crear los momentos de crisis social que discurriendo sobre un fondo de odios y rencores, perfila el marco terrible donde la bestialidad establecerá sus reales.
El Mahatma Gandhi, sucumbió un día del mes de enero de 1948, en Nueva Delhi, India, asesinado por un fanático incapaz de comprender la enorme profundidad humana del pensamiento del gran maestro de la convivencia pacífica hermanada a un gran vigor moral, capaz de fortalecer la presencia de cualquier ideal de justicia, de libertad y de dignidad humana. Han transcurrido 55 años desde aquella hora deplorable y no es fácil poder presentar un balance favorable de los ideales que él personalizó ante su pueblo y ante el mundo; por el contrario, un desesperante dramatismo caracteriza los acontecimientos de los últimos tiempos relacionados con la independencia de los pueblos y con su liberación del colonialismo y de la miseria.
Pero los creadores de grandes ideales difícilmente han podido escoger el momento de su aparición en el camino por el cual transcurre la humanidad; la semilla fue sembrada y germinó. Su fruto aparecerá en su hora y aquella será la hora del Mahatma Gandhi, el hombre que creó la filosofía de paz que trascendió de su pueblo para beneficiar a toda la humanidad.
Los pueblos de Pakistán y la India, los que “Mahatma Gandhi tanto amó (como para dar su vida por ellos), hoy se encuentran al borde de una guerra de consecuencias inimaginables. Pero esto no significa que el Mahatma Gandhi haya fracasado. Aún cuando puede llegar el día en que la India ya no exista, en que no se practiquen más sus viejas tradiciones, mientras el hombre camine sobre la faz de la Tierra y posea cultura para transmitir su historia, no se olvidará jamás que, una vez, sólo una vez, un pueblo fue libre sin levantar las armas; que una sola vez, un pueblo logró su independencia sólo con la paz, el amor y la verdad. Mientras esto no se olvide, el Mahatma Gandhi será recordado como el revolucionario de la no violencia”.
“Si creemos que algún hombre merece verdaderamente el título de ‘santo’ ninguna persona de buena voluntad sea cual sea su credo, puede excluir de la ‘lista’ de quienes llegaron a esta condición a aquel hombrecillo de cuerpo delgado y de mirada sonriente, tras del cual se escondía el Alma más grande de nuestro siglo”.
En su autobiografía, el Mahatma Gandhi cuenta cómo, durante sus tiempos de estudiante en Sud África, le interesó profundamente la Biblia, en especial el Sermón del Monte.
Llegó a convencerse de que el cristianismo era la respuesta al sistema de castas que durante siglos había padecido la India y consideró muy seriamente la posibilidad de hacerse cristiano.
Un día quiso entrar en una iglesia para oír misa e instruirse, pero le detuvieron en la entrada y con mucha suavidad, le dijeron que, si deseaba oír misa, sería bien recibido en una iglesia reservada a los negros. Desistió de su idea y no volvió a intentarlo.
Albert Einstein dijo de Gandhi: “Las generaciones del porvenir apenas creerán que un hombre como éste caminó la Tierra en carne y hueso”.