(segundo de tres)
querida amiga y cómplice, mujer sensata en toda la extensión de la palabra. Larga conversación en restaurante lagunero –el mejor- donde el ambiente es propicio, los jóvenes dueños verdaderos creadores, cocinan con el alma, incitan a esas largas sobremesas haciendo de un buen vino tinto el mejor aliado: paladear su consistencia, admirar el bouquet y descubrir que la calidad no depende del precio sino de la compañía. Me sabe mejor un Calafia avinagrado cuando lo bebo acompañado de aquellos a quienes aprecio al igual, que puedo detestar una añada de alto valor si estoy triste o me encuentro solitario.
Mi amiga, hermana del alma con la cual he vivido al filo de la navaja desde la profunda alegría hasta penas infinitas se encuentra preocupada. Siente que en Torreón existe una presión enorme por contraer matrimonio a corta edad y afanosamente busca caminar por otras sendas. Me caracteriza la franqueza y por ello hablo claro despojándome de tapujos para con ello decirle: déjate mover al vaivén de los acontecimientos, no busques desesperadamente al hombre perfecto, en el momento indicado llegará. Mientras ello sucede dedícate a cultivar intereses propios, defiende tu posición de mujer, cultiva intereses, viaja por el mundo sin más equipaje que la imaginación, prepárate para que cuando casada no dependas económicamente de tu marido y si los acontecimientos te llevan al divorcio puedas hacerlo con libertad, jamás maniatada, sabiéndote capaz de salir adelante gracias a tu talento, entereza y todas las cualidades intrínsecas en una mujer hecha y derecha. ¿A quién le importa si te casas a los veinte o a los cuarenta? ¿Por qué el maldito precepto de que el matrimonio es vital, urgente? ¿Quién tiene el derecho de juzgarte y pretender conducir tus días? Vive como te convenga, deja de cargar cruces y tira por la borda postulados y normas que impiden tu trascendencia. Sobre todas las cosas busca, clama por la felicidad merecida pues por desgracia también enfrentarás momentos de plena agonía. ¡Carajo! A la fregada con la urgencia, mucho más valiosa es la templanza, el saber que por ahí se encuentra tu media naranja, aquel hombre digno cuya ulterior responsabilidad es colocarte sobre un pedestal.
El valor del hombre y la mujer no necesariamente radica en contraer matrimonio (digo, es un sacramento maravilloso) , sino también en el cultivar otros valores para mí fundamentales: honestidad, caridad, ayuda hacia el prójimo, encontrar verdaderos amigos, disfrutar del placer y ser hedonista. Defiende banderas y arquetipos, lucha cual tigresa y defiende tu ideología a capa y espada. Transita por el mundo con la certeza de jamás haber traicionado tus principios, muere y pasa hacia otra dimensión, que en tu tumba rece el epitafio: “a pesar de sus humanas contradicciones vivió como le dio la gana y hacia su entorno queda como legado la autenticidad”.
Gracias al cielo tenemos mayor libertad y aunque exista el sentido de responsabilidad jamás tendremos que experimentar obligaciones enormes hacia nuestros súbditos. No somos príncipes o reyes sujetos al escrutinio público, siempre bajo la lupa incisiva del pueblo reclamándonos descendencia y absoluta entrega a la corona. ¿Saben de la infelicidad del Príncipe Carlos de Inglaterra al estar imposibilitado para entregar su corazón a Camilla –mujer a la que siempre amó- para casarse con otra? De aplaudirse el coraje del hoy extinto Duque de Windsor: renunciar al trono del otrora Imperio Británico pues Wallis Simpson era su alma gemela. Dichos ejemplos quedan como testimonio del enorme privilegio que tenemos en nuestras manos; el no cargar cruces o lastres de tal envergadura. Jamás pretenderé minimizar nuestra situación, sin embargo urge alejarnos de la autocompasión, contar nuestros dones sin caer en la tendencia de mirar hacia arriba pues bien sea dicho: no necesariamente el rico, los privilegiados son ejemplo a seguir. Hay que apostar, ver hacia abajo y concebirnos como verdaderos afortunados.
Atrás quedan los tiempos donde las monarquías se ligaban entre sí y con ello provocaban enfermedades de toda índole. El concepto “sangre azul” es una total y absoluta falacia; el verdadero estirpe está en nuestra manera de conducirnos, cómo vamos sorteando retos y oportunidades, nuestra pequeña o gran contribución para hacer de un mundo sobresaltado lugar donde no reinen personajes acartonados sino la paz, esa concordia vital, el diálogo permanente destinado a engrandecer, fortificar y unir conciencias por más disímbolas o contrarias.
El Rey de Suecia encontró en una azafata a la mujer que reunía las cualidades ideales; el Gran Duque de Luxemburgo se matrimonió con una extrovertida cubana dándole un giro de trescientos sesenta grados a costumbres añejas totalmente alejadas de un presente posmoderno donde ya no cabe la degradación hacia el común de los mortales. Y bueno, finalmente aquí seguimos pobres y ricos: todos con miedos e inseguridades propias de aquél dispuesto a entregarse por completo muy a pesar de la eterna duda. ¿quién soy, qué quiero y en qué tipo de encrucijada me estoy metiendo?
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