Cristina Sánchez, quien recientemente mató a su primer toro, es la primera matadora que irrumpe en el mundo de los toreros machos a ese nivel. Es un logro histórico en la cultura que inventó el machismo. Sánchez rompió el último tabú de las mujeres. Ernest Hemingway había celebrado este rito de origen español como la quintaesencia del destino del varón para confrontar y superar su temor a la muerte.
La dimensión del logro de Sánchez puede ser juzgada por el hecho que incluso para un hombre muy valeroso, volverse matador es un sueño casi irrealizable. Dominguín, quizás el más famoso de los matadores, y quien murió el año pasado, dijo que por cada 10,000 hombres que intentan volverse matadores, sólo uno lo logra. Ya había mujeres toreras en el pasado, sin lugar a dudas, pero desde la década de los treintas solamente otras cuatro se han graduado, de luchar contra jóvenes novillos para enfrentar a los enormes toros adultos, mucho más peligrosos.
La más famosa fue Juanita Cruz en la década de los treintas. Pero el dictador Francisco Franco prohibió que las mujeres fueran toreras, aunque les permitió que fueran rejoneadoras. Otra fue colombiana allá por 1968, Bertha Trujillo. Otra fue Raquel Martínez, una mexicana que se casó con un policía norteamericano y que tienen un hijo que quiere ser torero. La otra, Maribel Atienzar, igual que Cristina Sánchez, es española.