Confesar realmente un error cometido sin intención equivale a evitar ser condenado por ese error. Hay dos cosas que pocos hombres aceptan: la responsabilidad y la culpa. Sin embargo, el hombre superior ha de saber aceptar ambas cosas. He aquí las afirmaciones que pueden revelar un carácter: 1.- El único responsable soy yo. 2.- Todo es culpa mía. En la confesión del error no se ha de tener miedo. Decimos “error sin intención”, porque es lógico que nunca tenemos la intención de equivocarnos. Nunca es signo de nobleza, y muchas veces es ridículo y estúpido, negarse a aceptar la culpa y responsabilidad de los errores. Y es que por lo general cuando las gentes se ven descubiertas del error, reaccionan como por acto reflejo para negarlo y esconderse.
Es lógico sentir vergüenza, pero hay que confesarlo. Si se obstina en negar el error, se le reprochará con doble o triple energía. Y esto es lo que se consigue con la negativa: dar más ínfulas a los acusadores. Si se aceptan los errores con gracia, entonces la gente se esfuerza en perdonarnos. El principio básico es: cúlpate si ésa es la realidad y los otros te disculparán. Discúlpate y los otros se ensañarán contigo. Nunca hay que temer declarar ante los demás con valor: “Me he equivocado”. Si hay algo que nos caracterice como humanos, es la fabilidad. ¿Por qué pretender que somos infalibles? Porque nos sentimos menos.