¿Por qué es que la mayoría de nosotros nos sentimos crónicamente frustrados, insatisfechos e incompletos? Es que habitualmente, tratamos de encontrar una seguridad que no existe, que no forma parte del diseño del mundo. Tendemos a resistir el cambio automáticamente; nos adherimos a lo familiar, ya que nos asusta la incertidumbre de la existencia. Y es que parecemos moscas atrapadas en la miel. Ya que la vida es tan dulce, no queremos abandonarla. A medida que más nos involucramos en ella, más sentimos limitados y frustrados. Por ello, tememos a la incertidumbre y buscamos afanosamente lo familiar, es decir, todos los patrones con los que hemos funcionado habitualmente. Nuestra situación ciertamente es ambivalente. Amamos la gente y las cosas solamente para sentirnos presionados por ellas, pero nos son muy necesarias. El conflicto básico no es entre nosotros y el mundo que nos rodea; es entre nosotros mismos y nosotros mismos. Cambio, movimiento, transición, transición e inseguridad son tan sólo algunos nombres para una sola cosa: la impermanencia. El cambio no es fuerza de destrucción. La vida y la muerte en realidad no son fuerzas opuestas; son dos maneras de mirar a la misma fuerza, ya que el cambio construye y destruye a la vez. El cuerpo humano vive porque es una interacción compleja de movimientos que actúan entre sí, como la circulación, la respiración y la digestión. Resistir el cambio por miedo a la incertidumbre es como tratar de contener la respiración: muere uno. Hay que recordar que las formas que nos presenta la vida no son rígidas.
