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El oficio también se hereda / Silverio Chávez ha participado en construcciones que forman la historia de Torreón

POR MARTÍN CHÁVEZ

EL SIGLO DE TORREÓN

TORREÓN, COAH.- ¡Trabajo rudo y mal pagado!, señala el “maistro Silverio”, al tiempo que hunde su cuchara en la mezcla de arena y cal para después trasladarla y extenderla a lo largo del ladrillo sobre el cual colocará el siguiente bloque hasta darle forma al muro de esta nueva construcción. Con la parte trasera de la cuchara “el mango”, le da unos golpes al adobón recién instalado para dejarlo al nivel de la hilera que poco a poco hace crecer esta bella combinación de materiales que increíblemente se convertirá en una de las paredes del edificio o la casa del mañana.

En medio de un enorme lote baldío donde sólo trazos con cal sobre la tierra marcan el trabajo que debe realizar el albañil, así empieza siempre la obra, bajo los intensos rayos del sol o las inclemencias del frío... y aquel terreno con mezquites y desolado es transformado por los albañiles en el lugar que se habitará después.

Silverio Chávez Puentes es originario de Guadalupe Victoria, del municipio de Matamoros, ejido que abandonó a la edad de 20 años, allá en 1950, “cuando no hubo agua en la presa y toda la gente se refugió en la ciudad, sólo las pequeñas propiedades tenían agua, pero no le podían dar trabajo a todos los campesinos”, recuerda.

“Empecé como todos, de ayudante, acarreando material a los maestros albañiles y seis o siete años después de tanta friega, vaciados principalmente, me reconocieron como media cuchara, donde empieza uno a pegar ladrillo, agarrar la cuchara hasta llegar a maestro albañil, nivel que conseguí tres años más tarde”, recuerda entusiasmado, lleno de nostalgia. Reconoce que en este trabajo no cualquiera dura mucho tiempo, hay muchos jóvenes y adultos también que llegan y trabajan un día y al siguiente ya no vienen...Y es que “si el trabajo no cansara, no hubiera tanto ‘flojo’ , como dijera mi hermano Alejandro que Dios lo tenga en su Santo Reino”.

Sin perder el ritmo de trabajo, ahora lento por el peso de los años, el “maistro Silverio” recuerda las grandes obras en las que participó y que le permitieron ser testigo del crecimiento de Torreón, aquel Torreón viejo al que ahora atrapa la modernidad. “Trabajé en la construcción de la tienda ‘La Popular’, en Juan Antonio de la Fuente, hoy desaparecida, también en la creación del Seminario y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), por la Valdés Carrillo frente a la Plaza de Armas”.

“Trabajé para la Constructora Lagunera por el año de 1950 con los ingenieros Bracho, Hermosillo y Gómez Palacio y también para el arquitecto Jaime de Lara Tamayo”.

Quince minutos antes de la una de la tarde y después de haber recibido la supervisión del maestro mayor Don Julián, “El Maestro Silverio” le pide a su inseparable compañero “Min”, Fermín de la Cruz Tostado, que empiece a encender el fuego para comer y al puro estilo campestre, sobre la tapa de un tanque, pero bajo la leña encendida coloca viandas cuyo contenido envidiaría el comedor más exigente: “Me echaron chicharrón prensado con chile de molcajete, porque de licuadora no sabe igual, papitas también con chile y frijolitos con queso revueltos con rajitas de chile serrano y por supuesto, huevo con chile, lo que comen los ‘fregados’, pero que despierta el antojo de los arquitectos y otras personas”.

Alrededor del “comal”, donde se lanzan los guisados –gorditas, taquitos y hasta tortas—, de todos los que participan en la obra, Benjamín de la Cruz, Rogelio Samaniego, “Chuy Guarín”, Sabino Ramírez y “El maistro Silverio”, intercambian sus platillos y pláticas de lo que les ocurrió el día de ayer, problemas, planes y todo tipo de diálogos en los que nunca se pierde el entusiasmo, ni se esconde el apoyo del amigo. “A mí me gustan las tortillitas bien tostaditas y después, un sueñito antes de reanudar el trabajo a las dos de la tarde”.

La labor de los albañiles se reanuda y empiezan las bromas y los albures, pero también las pláticas en las que los amigos tienen la oportunidad de exponer sus problemas, aunque sólo sean escuchados, todo sin dejar de hacer la mezcla, la batida, la barda de ladrillo; otros mientras hacen su trabajo, solitarios tienen momentos de reflexión y sueños que no se salen de los límites reales, comenta Silverio, pero todos ansiando el sábado para visitar alguna cantina en el Sector Alianza, punto de concentración de yeseros, carpinteros, boleros y muchos otros trabajadores de este nivel.

Tengo unos 40 años en la obra y siempre es satisfactorio llegar a un terreno donde sólo ves mezquites y tú te encargas de transformarlo en un edificio, trabajé haciendo establos en los municipios de Tlahualilo, Matamoros y San Pedro, en la pequeña llamada La Tortuga junto al cerro El Sarnoso, a la obra no cualquiera le entra, muchos que no quisieron estudiar se tienen que aguantar, otros que quisieron, pero no tenían aquí están... Los años alcanzaron al “maistro Silverio” y ahora su hijo José Luis Chávez Dávila deberá continuar con la obra, porque este bello, pero duro oficio también se hereda.

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