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El oro negro de Saddam

Jorge Zepeda Patterson

Hace unos días se denunció que Corea del Norte tiene misiles nucleares capaces de llegar a la Costa Oeste cruzando el Pacífico. Inmediatamente los coreanos precisaron: “es falso, también podemos alcanzar la Costa Este”, es decir, cualquier ciudad de Estados Unidos. ¿Por qué Washington no hace nada frente a un régimen hostil, que posee armas de destrucción masiva y constituye un riesgo para a la región? ¿Por qué cebarse en contra de Iraq, un país en que tras una revisión con lupa no se ha encontrado más evidencias que el atraso de su ejército? La respuesta la dio esta semana el premio Nobel José Saramago: “Iraq es, simplemente, el blanco petrolífero más fácil”. Por más que Estados Unidos ha intentado revestir su pretendida campaña de conquista como una cruzada moral en contra del mal, en el fondo hay una fortuna inmensa detrás de esta operación. En Corea, en cambio, no hay petróleo. Juzgue usted mismo.

Las reservas probadas de petróleo en Iraq son las más grandes del mundo después de las de Arabia Saudita y representan cinco veces las reservas actuales de Estados Unidos. Y puesto que existe un atraso significativo en la exploración y en la investigación, se considera que las reservas podrían ser mucho mayores (al menos del doble que las existentes, incluso por encima de Arabia). O dicho de otro modo, las reservas probadas equivalen a las importaciones que requerirían Estados Unidos durante un siglo. En este momento toda esa riqueza es propiedad del régimen iraquí; pero ese régimen puede desaparecer en cuestión de días una vez que inicie la guerra. La “instauración de la democracia” será también la instauración de las leyes del mercado; es decir, la apertura de este patrimonio a las grandes empresas petroleras norteamericanas, o mejor dicho...tejanas. Justamente el sector económico que primero hizo millonario a Bush, luego lo convirtió en gobernador y finalmente lo catapultó a la Casa Blanca. Ni siquiera tendrá que ser una imposición arbitraria; la desmantelada industria petrolera iraquí requerirá una inversión de tal cuantía que sólo las grandes corporaciones estadounidenses estarán en condiciones de responder.

Detrás del derrocamiento de Saddam Hussein se encuentra la conquista de una de las grandes obsesiones de Washington durante décadas: el control del mercado del petróleo. Estados Unidos se ha convertido, luego de la caída de la Unión Soviética, en la única superpotencia del mundo. Su supremacía económica y militar es indisputable.

Su gran talón de Aquiles era justamente su dependencia energética y su subordinación a los mandatos de la OPEP. Nada irritaba más a los nuevos “amos del universo” que su sometimiento a los designios de la insondable monarquía Saudita o los exabruptos de los Chávez venezolanos o equivalentes. Un protectorado militar norteamericano sobre Iraq, aunque fuese sólo unos meses, permitiría la fundación de un nuevo orden internacional en materia de petróleo, gracias al control de esas inmensas reservas de energía. El imperio estaría completo.

Mirado con perspectiva histórica, este fenómeno no es sino la repetición de lo que otros imperios han hecho en el pasado. La Corona Española arrasó con la población indígena para hacerse de los metales preciosos del Continente Americano en los siglos XVI y XVII. Inglaterra, Bélgica, Francia y Holanda hicieron lo mismo en África y Asia en el XVIII y el XIX para proveerse de las materias primas que requería su pujante industrialización. Estas conquistas depredadoras tuvieron siempre, igual que ahora, una justificación moral. En el caso de los españoles la conversión de almas paganas fue el pretexto para tranquilizar las conciencias. En cambio la incursión en África y Asia tenía el propósito de “llevar la civilización y la ciencia a los pueblos atrasados”.

Si bien el mundo es otro hoy en día, las viejas inercias se mantienen. Todo el peso de la ONU apenas ha podido retrasar por unas semanas los designios del imperio. Lo que se está jugando estos días en el Consejo de Seguridad y en las calles llenas de manifestantes, es la posibilidad de que las cosas por vez primera en la historia de la humanidad puedan ser diferentes. Si Estados Unidos actúa unilateralmente y ataca a Iraq por encima del mandato de la ONU nada ni nadie podrá impedirlo. Simple y sencillamente se cumplirá, una vez más, el criterio que rige desde el principio de los tiempos: la ley del más fuerte. Queremos pensar que algo ha cambiado. Alemania y Francia han llevado al límite la posibilidad de resistencia (un congresista norteamericano ya habla de un boicot a las compras de vino y aguas francesas) y una legión de activistas de los países occidentales va hacia Bagdad para actuar como escudos humanos.

El Papa mismo ha intervenido a favor de la paz (el mundo se habría sacudido sí él mismo se desplazara a Iraq para impedir la guerra, pero hace mucho que los Papas dejaron de ser mártires). Estamos pues ante una encrucijada que habrá de resolverse en unos días: ¿se impondrán las necesidades del imperio por encima de la razón una vez más o estamos en el inicio de un nuevo estadio en la conciencia internacional que permita hacer las cosas de una manera diferente? (jzepeda52@aol.com)

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