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El PAN al poder

Miguel Ángel Granados Chapa

También con el PAN quiere acuerdos el presidente Fox. Su solicitud, propuesta, exhortación a los partidos, para llegar a acuerdos sin los cuales “no habrá avances”, alcanza también al suyo propio, al PAN. En prenda de que la aproximación de Vicente Fox y Elba Esther Gordillo no implica marginación del partido que lo llevó al poder, el Ejecutivo fortaleció la escuálida presencia panista en el gabinete, con la incorporación de cuatro políticos notorios, miembros de Acción Nacional. De ese modo parece haber convenido lo necesario con las dos representaciones parlamentarias más numerosas.

Aunque el tercer informe concluyó con una vehemente arenga al patriotismo de los partidos, el clima de reticencias que se respiraba el lunes en San Lázaro no permitió al Presidente entablar con todos la interlocución que se precisa cuando se llama a la unidad. Pero si se prolongara e hiciera permanente el ambiente de rechazo en sectores del Congreso al planteamiento presidencial, eso no será obstáculo para la ruta común del Presidente y la coordinadora de la bancada priista. De hecho, el anuncio no por velado menos elocuente de una alianza tricolor-blanquiazul en la Cámara fue el acontecimiento más relevante el primero de septiembre.

La lideresa Gordillo fue explícita en su voluntad de llegar a acuerdos con el PAN y con nadie más. Esas fueron las líneas axiales de su discurso, el último de los que pronunciaron representantes de los partidos antes de la comparecencia presidencial. Por la importancia de esas posiciones ella misma y no el ex gobernador Enrique Burgos —que al parecer dos veces quedó al pie de la tribuna de la Cámara, en menos de una semana—, tomó la palabra el lunes.

Para evitar que la abundancia de palabras hiciera que las suyas pasaran inadvertidas, el discurso de Gordillo fue profusamente distribuido, incluida su inserción pagada en todos los diarios capitalinos. Era necesario hacerlo para que el informe adquiera cabal significación, pues las intervenciones de la lideresa magisterial y el Presidente de la República se ensamblan al punto de que parecen un solo discurso.

En consonancia con el talante autocrítico del Presidente, su amiga Elba Esther refutó a sus propios compañeros de partido: “Queremos más Estado, pero no impulsamos las acciones que lo provean de los fondos necesarios para actuar. Queremos más gasto social pero no generamos los recursos que lo hagan posible. Estamos decididos a atraer inversiones pero no creamos las condiciones que hagan atractiva a la empresa nacional. Argumentamos que ello no sucede porque hay una parálisis: desde el Congreso, la parálisis es del gobierno; desde el gobierno, la parálisis es del Congreso. Reconozcamos de una vez que la responsabilidad es de ambos”.

Dos horas más tarde el Presidente completaba, en este texto a dos voces: “Nadie sacará partido del retraso de las reformas. Cada retraso en el acuerdo es un golpe a la confianza en el país. Esta realidad nos exige abrir los espacios necesarios para negociar en términos flexibles y prudentes... Es tiempo de pasar del reclamo del cambio a los acuerdos que lo materialicen... Es tiempo de ratificar nuestras coincidencias esenciales. Es tiempo de sumar, no de restar... La voluntad mayoritaria del pueblo de México sigue siendo fiel a su anhelo de cambio. No debemos permitir que la complejidad de las circunstancias políticas le impongan límites”.

Ya la coordinadora priista se había manifestado contra esos límites, contra las ataduras que entorpecen las decisiones de quienes encarnan esa voluntad de los más: en reproche a los priistas renuentes a los acuerdos los llamó “confundidos” pues suponen que “la lealtad es sólo al partido político de donde se proviene, olvidando que el compromiso básico debe ser con los ciudadanos y con México”; y anunció que eliminaría el error de “quienes hacen más caso a lo que opinan las minorías, casi siempre contrarias a los procesos democráticos, que a lo que ordenan las grandes mayorías”, por lo cual rechazó que “la única vía de tomar decisiones desde el Congreso es por consenso”. Privilegió en cambio la decisión por mayoría, “transparentando las decisiones de quienes, con su voto a favor o en contra de una iniciativa de ley le dan rumbo al país y definen un proyecto de nación”.

No es la primera vez que PRI y PAN caminan juntos. Lo hicieron hace un quinquenio cuando aprobaron la gravosa ley que bendijo la deuda pública asumida ilegalmente para pagar el rescate bancario. Y lo hicieron hace más de un decenio cuando formularon unidos reformas a estructuras básicas de la República. Tan cercana era la relación entonces entre Salinas y el PAN, que de esa etapa proviene el mote de Jefe adjudicado a Fernández de Cevallos. Lo llamaban así, dolidos pero resignados, los diputados priistas que debían acatar sus decisiones. Para evitar que se llegue al extremo de que los panistas llamen jefa a quien lo es de los priistas, se hizo preciso revalorar la alianza del Presidente y su partido.

Por eso Felipe Calderón, ex presidente del PAN y ex líder de su grupo de diputados; y el ex gobernador de Jalisco Alberto Cárdenas, que desplazó de ese bastión del PRI a su antiguo usufructuario, son ahora secretarios de Estado. Lo son en tanto que panistas, lo que también explica la designación de Luis Pazos como director de Banobras y de José Luis Luege en la procuraduría de la defensa ambiental. Se extiende así a este último una tabla de salvación tras su fracaso en la elección capitalina.

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