CIUDAD DEL VATICANO.- Fue una misa para celebrar un papado largo, 25 años ya, y extraordinario. Y, sin embargo, el viento que soplaba sobre la plaza de San Pedro cargaba el ambiente con la emoción de las despedidas. Quizá no fuera un adiós. El propio Juan Pablo II se declaró dispuesto a seguir hasta el final, “consciente de mi fragilidad”, para cumplir “con la responsabilidad que Él mismo”, Jesucristo, “me ha confiado”. “¡Ayudad al Papa!”, pidió, como en aquel 16 de octubre de 1978 en que la humareda blanca anunció su elección como jefe de la Iglesia Católica.
Pocos conocían a Karol Wojtila 25 años atrás. El cardenal arzobispo de Cracovia era un misterio. Por entonces, tras la muerte inesperada de Juan Pablo I tras sólo 33 días de papado, la Iglesia estaba conmocionada. La elección de un Papa polaco tras más de cuatro siglos de continuidad italiana, la llegada a la cátedra de San Pedro de un extranjero procedente, además, del otro lado del telón de acero, causó sensación en el mundo. Aquel era un Papa joven y fuerte, expresivo, simpático. Hablaba un italiano imperfecto y rompió la tensión de la multitud aglomerada en la plaza con una sola palabra, “corregidme”, y una sonrisa.
Resultaba muy difícil no sentir nostalgia por aquel hombre que, en los 25 años siguientes, desplegó un carisma abrumador, sobrevivió a un atentado, hizo más de 100 viajes al extranjero y desarrolló una actividad pastoral, y política, sin precedentes.
Ayer, mientras sonaban todas las campanas en Polonia, un Wojtila anciano y enfermo expresó ante decenas de miles de personas su “gratitud” a “las hermanas y hermanos de Roma y del mundo entero”. “Sólo Dios sabe cuántos sacrificios, oraciones y sufrimientos han sido necesarios para sostenerme”, dijo con voz trémula. Y añadió que conocía su responsabilidad, que, confesó, le había abrumado desde el primer día: la responsabilidad de “ofrecer la vida por mi rebaño”.
Juan Pablo II mostraba muy claramente los síntomas de su enfermedad. El Parkinson y la artrosis le hundían la cabeza sobre el pecho y le impidieron leer toda su homilía. Pero, como de costumbre en los últimos tiempos, se esforzó en pronunciar el principio y el final del texto, y en agradecer personalmente la presencia en la plaza de San Pedro de quienes le habían “acompañado” durante “un cuarto de siglo de ministerio”. “No interrumpáis esta obra de amor hacia el sucesor de Pedro”, dijo. “Vuelvo a pediros: ¡Ayudad al Papa!”.
La emoción en la plaza era intensísima. Habían precedido la salida del Papa 149 cardenales, con 28 de los recién nombrados, que se situaron en torno al altar. Cuando apareció el pontífice sonaron aplausos y vítores y se derramaron lágrimas. Pesaba en los corazones la sensación de que la ceremonia de ayer y las densas jornadas que debían seguir hasta el próximo miércoles, con la beatificación de la Madre Teresa y la reunión de un Consistorio cardenalicio, trazaban un último fulgor sobre un papado en el ocaso.
Pero en el entorno de Karol Wojtila se hablaba aún de esperanzas. Un mensaje de felicitación del presidente ruso, Vladimir Putin, en el que se hacía referencia a una próxima visita al Vaticano, fue interpretado como sugerencia de una posible invitación a Rusia. El Patriarca ortodoxo de Moscú también envió un mensaje: “Es usted reconocido en todo el mundo por la abnegación de su fe”. Cualquier opción de realizar su soñado viaje a Rusia, por pequeña que fuera, podía hacer vibrar todavía el corazón de Wojtila. El pontífice aspiraba al menos, decían fuentes oficiales, a ver por última vez Polonia.
La posibilidad de una dimisión por motivos de salud no cabía en ningún razonamiento vaticano. El cardenal Andrea Riccardi habló ayer mismo de ello: “Pablo VI se planteó la dimisión porque, para él, su ministerio significaba gobierno y, por tanto, la capacidad de ejercer el gobierno de forma eficiente; para Wojtila, en cambio, el ministerio significa testimonio personal”.
El cardenal Riccardi agregó que la jerarquía católica llevaba ya “muchos años” en “situación de precónclave”, sin que se hubieran cumplido los continuos pronósticos pesimistas sobre el supuesto fin inminente de Juan Pablo II.
Italia y Polonia enviaron a la ceremonia de anoche las delegaciones más importantes. El presidente italiano, Carlo Azeglio Ciampi, y el polaco, Alexander Kwasniewski, representaban a sus países. A título personal acudió Lech Walesa, ex presidente de Polonia. Ciampi, de 83 años, la misma edad de Wojtila, y amigo personal del pontífice, había hecho la víspera un gesto insólito: los tres canales de la RAI conectaron con el Quirinal para transmitir, en hora de máxima audiencia, su discurso de felicitación al Papa.
Contra el hambre
El papa Juan Pablo II conmemoró ayer el Día Mundial de la Alimentación con una exhortación a luchar contra el hambre por todos los medios, incluyendo el aporte de la ciencia y la tecnología.
Juan Pablo, que celebró también el jueves el vigesimoquinto aniversario de su pontificado, reclamó “programas de acción bien planificados y enérgicos” para combatir el hambre.
El pontífice hizo su exhortación en un mensaje a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura, FAO.
“La falta de dirección, la expansión de sistemas ideológicos y políticos ajenos al concepto de solidaridad, como también el aumento de guerras y conflictos” han agravado las causas naturales del hambre, escribió el Papa.
“Para evitar este círculo vicioso de pobreza es necesario apelar a todos los recursos de la ciencia, la tecnología y la economía, siempre de acuerdo con los criterios de moralidad y justicia”, dijo el pontífice.
El Programa Mundial de Alimentos, otra agencia de la ONU con sede en Roma, dijo el jueves que enfrenta la mayor necesidad de asistencia alimenticia que en cualquier otro momento en sus 40 años de funcionamiento.