No sería el primer caso en que se recurre al homicidio para ajustarle cuentas a un delator, por haber hablado de más. Aunque también se le ha quitado la vida a quien sabe algo confidencial, considerándose debe ser callado para siempre.
En ambos casos lo que se hace, para ocultar que se trató de un crimen, es realizar maniobras para sembrar la duda de si esa persona en verdad se quitó la vida por propia mano o intervino una fuerza extraña. Eso está sucediendo en territorio británico donde se encontró el cadáver del doctor David Kelly quien se había desempeñado como inspector de la Organización de las Naciones Unidas en Iraq. Se le halló muerto, igual que a Séneca, (¿4?-65), preceptor de Nerón, quien receloso porque estaba bajo sospecha de haber participado en una conjura contra el emperador, se suicidó abriéndose las venas. El doctor falleció cerca del domicilio que le proporcionó el gobierno inglés para que se ocultara de los medios informativos que lo asediaban a raíz de que la BBC de Londres lo había identificado como el científico que proporcionó información sobre una presunta falsificación de pruebas relativas a demostrar la existencia de armas de destrucción masiva en manos de iraquíes.
En su comparecencia ante el Comité Selecto de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes, días antes de su deceso, el doctor se quejó de la presión que estaban ejerciendo los medios de comunicación por lo que se decidió, para alejarlo de la prensa, que fuera a residir al lugar en que finalmente perdió la vida.
En esas comparencias el científico se había deslindado de las afirmaciones que hizo la BBC. No obstante que negó haber proporcionado la información privilegiada, su muerte hizo cimbrar al gobierno que encabeza el primer ministro británico Tony Blair. El reportero de esa estación Andrew Gilligan dijo que David Kelly conocía que las pruebas acerca de las armas de destrucción masiva iraquíes no justificaban que el primer ministro inglés hubiera usado el argumento de que eso constituía una amenaza inminente para la Gran Bretaña.
¿A dónde irá este mundo con estos dignatarios que no le dan respeto a su palabra? Lo mismo puede decirse del actual ocupante de la Casa Blanca por cuanto a que ha trascendido que a sabiendas dijo cosas que no correspondían a la realidad, para conseguir el mismo objetivo. Me pregunto ¿en qué manos está la humanidad? Lo menos que se espera de un gobernante es que se apegue a la verdad no importando cuáles sean las circunstancias ni las consecuencias, eso es de hombres cabales, íntegros e intachables, que es como debe ser un gobernante. En fin, las actitudes mesiánicas que esconden ambiciones inconfesables han dado sus primeros resultados.
Un ser humano pereció, ya sea por propia voluntad al no soportar la presión que se ejercía sobre él o propiciado por quienes temían los siguiera exponiendo al ludibrio de la opinión pública mundial.
No se sabe qué llevó a Tony Blair a valerse de infundios. ¿Será que todos los políticos mienten? ¿El crear mitos, es parte de una perversa manera de gobernar? ¿Lo harán todos los días? ¿Es necesario embaucar para ejercer el poder? Lo más grave es que de conformidad como sucedieron los hechos ahora debe agregarse la conjetura de que el microbiólogo y ex inspector de armas de la ONU no se suicidó. Lo que se sabe hasta hora es que el gobierno se obstina en descalificar al reportero de la BBC, Andrew Gilligan que dio a conocer la entrevista que hizo al doctor David Kelly, porque está en juego la sobrevivencia de los laboristas, que como todos los partidos políticos en el mundo defiende la sagrada nómina.
Se trataba de convencer a la opinión pública de la necesidad de destruir a Saddam Hussein ¿aun distorsionando la verdad? La pregunta que se antoja es ¿debe un embuste ser parte de la herramienta a la que debe recurrir un dirigente político para lograr sus designios? ¿No tiene la obligación un funcionario de actuar con absoluta probidad? ¿Qué pasa cuando la mentira se apodera de oficinas públicas? Cabe estimar que si un particular acude a la trápala es socialmente repudiable, pero el que lo haga un político, con la maligna intención de masacrar a un pueblo, no tiene perdón de Dios.