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El placer es su “arma mortal”

Agencias

Torreón, Coah.- Prostitutas que mueren de manera misteriosa con un rictus de placer, serie de casos tras el cual el “comandante Martínez” encontrará un “modus operandi” singular que terminará por envolverlo es lo que ofrece la cinta Asesino en Serio, opera prima del director mexicano Antonio Urrutia y que ya se proyecta en los cines de la Comarca Lagunera.

Comedia policíaca que aborda desde un humor negro, a veces fallido y fuera de lugar, los nexos indisolubles entre el erotismo y la muerte. Parodia de ese subgénero que desde los años 90 poco ha sido tratado por el cine nacional: los asesinos en serie.

Con las excelentes actuaciones de Jesús Ochoa y el español Santiago Segura -conocido aquí por sus interpretaciones en películas del director ibérico Alex de la Iglesia como El Día de la Bestia y Muertos de Risa-, la cinta es un acercamiento “a la mexicana” a este tema, con sus ineludibles referentes a la corrupción.

En este caso, las escasas pistas sobre los asesinatos en serie apuntan a la complicidad de un párroco “falso” (Segura), cuyo mayor pecado ha sido querer proporcionar a sus víctimas un placer ilimitado basado en un manual de ritos prehispánicos, regalo “post mortem” de un arqueólogo (Daniel Giménez Cacho).

Tal documento se convierte en el arma letal para llevar a las jóvenes concupiscentes, “almas descarriadas”, a un éxtasis que comienza en el lecho amoroso y termina en la morgue, con el inminente dictamen forense: muerte por “megaorgasmo”. El “comandante Martínez” (Ochoa), como “guardián de la ley”, será el encargado de resolver este caso y, envuelto en la propia mezquindad capitalina y en una serie de incompetencias judiciales, por momentos chuscas, dará con el móvil del crimen sin sospechar que su curiosidad le conducirá a un intercambio de papeles.

Asesino en Serio, opera prima de Urrutia, quien ya había sorprendido al público con su corto nominado al Oscar De Tripas Corazón, además de Sin Sostén, contó para esta coproducción México-España con el importante respaldo de el también mexicano Guillermo del Toro (El Espinazo del Diablo).

Basada en la novela original con título homónimo de Javier Valdés, el filme estrenado a fines del año pasado en el país ibérico y que en los primeros días de mayo aparecería en la cartelera nacional es rescatable por la exploración del novedoso tema.

A pesar de que la historia no “cuaja” del todo en sus escenas chuscas y el final resulta un poco más que temprano y predecible, entrelaza una serie de personajes propios del mundo del cabaret que se ofrecen como delatores, cómplices o “chivos expiatorios”. La trama rompe, asimismo, con el esquema del asesino en serie o los asesinos en contubernio desquiciados por antecedentes de maltrato físico y psicológico, para ubicarlo como un sujeto preso de la curiosidad en plena exploración de sus límites por “hacer feliz al otro”.

En esta película, los asesinos no se alían, revelan sus secretos o se los hacen revelar “a punta de pistola”, para suicidarse o ser asesinados de manera imprudencial un rato después y dejar como legado maldito el citado manual.

Sobreexpuesta como siempre al desfile de actores harto conocidos (Giménez Cacho, Gabriela Roel, Rafael Inclán e Ivonne Montero) y el encasillamiento de roles, la trama se sostiene por la actuación de Jesús Ochoa y la intermitencia de Segura.

Cabe destacar, por último, la música de la cinta a cargo de Federico Bonasso, otro de los elementos a rescatar de esta cinta disparatada que debe tomarse como tal sin mayor trascendencia.

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