Claro que es ridículo. ¿Quién, en su sano juicio, pensaría en ponerse aros de metal para estirarse el cuello o apretarse el corsé al grado del desmayo o vendarse los pies para que le queden chiquitos? ¡Qué ridículo, qué primitivo! Completamente diferente, claro, del hombre y la mujer que pagan grandes sumas para aumentar su busto, implantarse pelo, hacerse la liposucción, inyectarse toxina botulínica, tatuarse los ojos, blanquear sus dientes con ácido, engrosarse los labios o estirarse la cara.
Según la revista The Economist, la vanidad ha creado una industria de 160 billones de dólares al año que incluye gimnasios, maquillajes, productos para la piel, para el cabello, fragancias y píldoras de dieta.
Nuestra sociedad está obsesionada por la imagen. Dietas, rutinas de ejercicio, cremas, camas bronceadoras, tacones de aguja que torturan, lo que sea con tal de ser atractivos y alcanzar un modelo de belleza que dista mucho de la realidad.
Millones de hombres y mujeres se someten a algún tipo de tratamiento quirúrgico de belleza. ¿Qué nos mueve a hacerlo? ¿A qué le tememos? La lucha por la belleza tiene su fundamento en una ambición tanto genética como social, ya que los guapos, hombres y mujeres, son vistos y juzgados como más inteligentes y mejores amantes; ganan mejores sueldos y es más probable que consigan pareja para el matrimonio.
Mientras, existen otros que viven frustrados al ver que sus atributos no son los que venden los anuncios, la televisión, las películas o las revistas. ¿Es justo? La próspera industria de la belleza explota con grandes beneficios nuestras inseguridades y nuestro miedo a ser feos.
Hay que observar los mensajes que nos presentan los comerciales donde un shampoo, un lápiz labial, un tinte para el cabello o una loción, no sólo atraen al sexo opuesto, sino pueden borrar un complejo de inferioridad.
La realidad, de acuerdo a un estudio de la Universidad de Nueva York, publicado en El País, es que el 90 por ciento de las mujeres se sienten deprimidas después de hojear una revista femenina.
Existe una enorme presión social para que todos, especialmente los adolescentes, presenten el mismo aspecto físico y así poder pertenecer. Para ellas, ser guapa, vestir sexy en talla siete, tener el vientre plano y lucir blusitas ombligueras, es un requisito indispensable para sobrevivir.
Un buen físico, una espalda fuerte y un torso de cuadritos, es básico para los muchachos. ¡Y pobre de aquel que no cumpla con la norma!
Lo peor es que, cada vez, las exigencias son mayores. Con este mensaje vivimos, al grado que la salud física y mental de personas de todas las edades se puede ver afectada.
Los riesgos del quirófano se minimizan ante la promesa ilusoria de estar mejor. ¿Cuántas niñas y jóvenes padecen anorexia o bulimia con la única finalidad de ser aceptadas por sus compañeros de clase? ¿Y cuántas otras están convencidas de que están gordas, aunque no lo estén? Jean Kilbourne, especialista en el tema, resume la idea errónea que tienen algunas mujeres: “No importa ser inteligente o carismática, lo único importante es ser atractivas, nuestra principal función es ser objeto sexual’’.
David Buss, científico americano, ha registrado y analizado las preferencias al escoger pareja en más de 10,000 personas, en 37 culturas diferentes. La belleza física de una mujer es el primer, o casi el primer, requisito en la lista de los hombres.
El Efecto Halo, según algunos especialistas en el tema, es la manifestación inconsciente de la belleza como virtud en sí misma. Asumimos que todo lo bello es bueno y tiene un gran potencial. Pensemos en los cuentos infantiles y en todas aquellas heroínas de ojos bellos: Blanca Nieves, Cenicienta, El príncipe valiente o La Sirenita, son bellos y buenos siempre; mientras que la bruja será fea, mala y narigona.
El doctor Maxwell Maltz, dice: “Son increíbles los cambios que se producen en el carácter y la personalidad después de corregir algún defecto facial. Es como si el bisturí fuera un instrumento mágico, que no sólo transforma la apariencia del paciente, sino transforma su vida entera. La persona tímida y retraída se vuelve audaz y temeraria’’...
El Efecto Halo, ni hablar... Lo irónico es que nuestro auto concepto se basa en cómo somos vistos y percibidos por otros. Nos leemos en los ojos de los demás, especialmente en la adolescencia, cuando nos damos cuenta que somos juzgados por los ojos del sexo opuesto.
Entonces, atraídos, buscamos un nuevo reflejo de nosotros mismos. Nuestra autoestima está en sus manos, en la evaluación que hagan de nosotros. ¿Le gustaré? ¿Estaré bien? Y esto deja una huella permanente en nuestra vida. ¿Acaso no nos damos cuenta de que la raíz del problema es el consumismo? ¿Que el deseo de pertenecer y la fragilidad de nuestra autoestima es lo que contribuye a que la industria de la belleza siga creciendo en cantidades millonarias? No lo sé. Lo que es indudable es que la belleza, justo o no, tiene un gran poder. ¿No cree?