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El PRI, pero ¿cuál?/Plaza Pública

Miguel Angel Granados Chapa

Con el abstencionismo, el PRI fue el gran ganador de los comicios de anteayer. Si bien perdió San Luis Potosí, y no logró recuperar Querétaro y ayuntamientos simbólicos, que ha solido perder, como los de Guadalajara y León, recobró la mayoría en la Cámara de Diputados (aunque deberá celebrar alianzas para hacerla operativa) y gobernará otra vez Nuevo León, pues no sólo alcanzó la gubernatura sino también los municipios centrales y el control de la legislatura local.

Hermanos gemelos, el ausentismo electoral y el voto priista son herencia del viejo régimen, y crecen alimentados por la ineficacia del Gobierno Federal, basado en dogmas mercadológicos que confunden ser con parecer, los que cultivan hasta el exceso la imagen pero se cuidan menos, o nada, de la sustancia. Seis de cada diez mexicanos se alejaron de las urnas el domingo. Una porción jamás ha votado, ni lo hará porque la costumbre electoral no forma parte de las suyas. Pero otro segmento aun se ufana de su abstención y la blande como un instrumento de protesta, como si ignorara que su ausencia no deja huecos (pues la política padece horror al vacío) y es un poderoso aliciente para el voto inercial, que mezclado con el del priismo realmente existente permitió a los mandos del tricolor alzarse con la victoria en la elección legislativa y en casi todas las contiendas locales (con la notable excepción del Distrito Federal).

Hoy, sin embargo, no puede hablarse del PRI como de una entidad homogénea.

Surcan su interior varias corrientes, actúan allí grupos diferentes, se gestionan intereses encontrados, todo ello con base en modos diversos de entender al partido y su relación con el gobierno. Esa diversidad se manifestará en las próximas semanas cuando, entre otros episodios, se resuelva la integración de la bancada en San Lázaro. Es preciso esperar para ello, pues los candidatos que ganaron en sus distritos recibirán mañana miércoles (o cuando concluya el cómputo) su constancia de mayoría, y aun así su posición sólo será definitiva si la elección no es impugnada o cuando lo resuelva la justicia electoral. Con mayor razón debe esperarse la asignación de diputados de representación proporcional, aunque sean conocidos el número y aun los nombres de quienes por esta vía ingresarán a San Lázaro.

Sólo entonces se definirá el talante del grupo priista en la Cámara, y el grado de su cohesión. No será lo mismo si la fracción es encabezada por Elba Ester Gordillo, cuya proclividad hacia la pareja presidencial es sabida y exhibida, que si el líder resulta otro miembro de la bancada, como Manlio Fabio Beltrones que explícitamente aspira a buscar esa posición y se muestra menos dispuesto a un apoyo como el predicado por la dirigente magisterial. Las posibilidades del ex gobernador de Sonora, sin embargo, se verán afectadas por lo que resulte en su tierra, donde la victoria de Eduardo Bours no es tan clara como se proclamó anteanoche, y hasta podría trocarse en su contrario, desenlace que Bours buscaría atribuir, como ya lo ha hecho, a Beltrones.

Hace tres años, aunque senadores y diputados priistas votaron para elegir a sus coordinadores, el peso del Presidente Zedillo todavía pudo sentirse en el desenlace. En cambio, ahora el resultado deberá tener en cuenta los varios factores de poder presentes en el PRI.

A primera vista, Roberto Madrazo es el principal de esos factores, sobre todo porque el balance del domingo favorece al líder nacional, que de ese modo ratifica su fama de triunfador consuetudinario y de fabricante de victorias. Salvo su derrota en la contienda por la candidatura presidencial (que atribuyó al favoritismo de Zedillo hacia Francisco Labastida), Madrazo ha ganado todos los lances electorales en que se empeña, porque no repara en medios ni lo estorban escrúpulos. Puesto que el resultado del domingo lo catapulta hacia candidatura presidencial, no es improbable que esté dispuesto a incumplir el compromiso con Gordillo, para que no haya dualidad en la interlocución priista con el gobierno, y los compromisos y aun alianzas a que pueda llegar el PRI con Fox se decidan en la oficina de Madrazo y no en la coordinación de San Lázaro.

Pero aun si se mantiene el pacto de convivencia pacífica y reparto de utilidades entre el presidente y la secretaria general, Madrazo buscará asumir un papel en la conducción parlamentaria, no la dejará por entero a cargo de la chiapaneca. Para ese fin diseñó la planilla de candidatos, y no hay razón para que, en la cresta del triunfo, abandone su propósito. Al contrario, deberá esforzarse en consolidar lo que se supo con anterioridad que será su plataforma de lanzamiento, ante la aparición en el horizonte de nuevas figuras de talla semejante a la suya, por ejemplo J. Natividad González Parás.

Al ser elegido gobernador de Nuevo León en su segundo intento, reponiéndose con creces de la derrota de hace seis años, González Parás se convirtió en símbolo viviente de la regeneración (en el sentido biológico, no moral) de su partido, y por lo tanto es ya, de modo automático, precandidato presidencial, y lo será dentro de tres años. En cambio, los gobernadores que se sueñan presidenciables (Montiel, Yarrington, Núñez Soto) concluirán su encargo años o meses antes de que el PRI abra su contienda formal, y carecerán de los recursos que hoy les permiten aparecer con un tamaño que no es el propio. Que Manuel Bartlett les cuente cómo se achicó su figura en 1999, cuando dejó de gobernar a Puebla.

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