LOS CANDIDATOS A DIPUTADOS en las listas plurinominales de los tres principales partidos fueron presentados al público lector de EL UNIVERSAL el pasado lunes. Llama la atención en esa lista -acompañada de fichas informativas sobre cada uno de ellos- la peculiar dinámica del "reciclaje" entre los diferentes segmentos de nuestra clase política, del signo que sea. Aquí me ocuparé más bien del Partido de la Revolución Democrática y de sus candidatos a esos puestos de elección popular en la próxima Legislatura. De Acción Nacional y del PRI apenas cabe hacer ningún comentario: las candidaturas de Francisco Barrio y de Leonardo Rodríguez Alcaine hablan por sí solas del inmovilismo y de la petrificación de esos dos institutos.
Ante esa lista, el neopriísmo del PRD es notorio: ¡no hay cuadros nuevos, militantes jóvenes con ideas y propuestas sensatas y originales en esa organización? Es lo primero que se le ocurre a uno preguntar; pero no es eso lo único, por supuesto. Ni que decir tiene, por ejemplo, que en las filas perredistas -hablo aquí de la militancia de base y a los cuadros de nivel medio- debe haber cierto grado de descontento ante esos candidatos, pero uno nunca sabe con precisión: es posible que el conformismo y el pragmatismo se hayan apoderado en forma definitiva de lo que alguna vez fue una organización más o menos viable de la izquierda democrática. Es una lástima, en uno u otro caso.
Si los militantes del PRD están en desacuerdo con esas candidaturas, nadie se ha enterado, y entonces cabe una de dos explicaciones: la de ese ya mencionado conformismo ("ni modo") o la de la inexistencia de canales democráticos por medio de los cuales los integrantes del partido puedan expresar sus diferencias y manifestar sus opiniones. También cabe una tercera posibilidad: la de que en verdad no haya candidatos de recambio y la única opción sea la de ese tristón "reciclaje", con su porción de personajes dudosos o discutibles; hay varios candidatos estupendos, debe decirse también. No todo está perdido.
Los pequeños pero ruidosos escándalos recientes con los delegados perredistas no pueden ni deben ser los "foros" en los que se ventilen las disidencias, ni por la forma ni por los contenidos de semejantes manifestaciones, que han dañado en serio al PRD. Si va a haber discusión sobre esas candidaturas y sobre mil y un temas adicionales, todos ellos importantes, primero tiene que haber una voluntad -sí, una voluntad política- y una serie de decisiones, digamos estructurales, para que los canales de esa discusión se organicen y para que funcionen correctamente. La refundación del PRD, a la vista de sus candidatos, está más lejos que nunca.
El PRD es el partido más joven, con mucho, de los tres principales de nuestro país. Su vida y sus actividades han sido presenciadas por toda una generación de mexicanos que aún vive, piensa, vota y se preocupa por lo que sucede en el país; es una generación que recuerda con claridad las jornadas de 1988, con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza de ellas. Pero el perredismo parece haberle dado la espalda a esa generación, cuyos miembros más jóvenes no ven reflejadas sus ideas y sus inquietudes en ese partido político. Es como si, al mismo tiempo que es el más joven, fuera el partido que más rápida y espectacularmente ha envejecido entre nosotros.
Las pugnas de las llamadas "tribus" en el PRD, por otra parte, son un resto o lastre insidioso del tradicional y penoso divisionismo de la izquierda mexicana. El hecho más reciente de ello fue la celebración de dos marchas pacifistas literal y políticamente divergentes, el pasado sábado 12 de abril, por las calles de la capital. Como dije en aquella ocasión a quienes caminaban conmigo en una de esas columnas: "Prefiero protestar en contra de la guerra al lado del senador panista Javier Corral que junto al Mosh". No es una mera gracejada, pues no me despierta ninguna sonrisa que todavía haya en México posturas dizque de izquierda que se dedican con fervor destructivo a dividir, separar y enconar diferencias en lugar de encontrar vitales y necesarios puntos de acuerdo y de diálogo.
Que es precisamente -me refiero al diálogo, al acuerdo, claro- lo que está haciendo falta urgentemente en las filas de la izquierda partidista. Diálogo entre las organizaciones y entre los simpatizantes; diálogo entre los diversos sectores y las cúpulas dirigentes; diálogo para reformular principios y estrategias... pero diálogo, y no verticalismo impositivo ni divisionismo. Ni tampoco eso que he llamado el grisáceo reciclaje del neopriísmo.
En mi opinión, hace falta discutir en el PRD unos cuantos problemas, para empezar. El del marxismo, por ejemplo; el del estalinismo, digamos; el de la Revolución Mexicana y el del Estado y sus posibles políticas sociales. Pero sobre todo un tema muy sencillo (no simple, sencillo) y fundamental por donde se le vea: el sentido de la política entendida como servicio público. Que el PAN se dedique a sus cursos al estilo de Miguel Ángel Cornejo: allá ellos, que así le dan la espalda, entre otras cosas, a la herencia intelectual y moral de Gómez Morín.
Que el PRI siga desconcertado por su derrota del 2000 y no tenga ni un gramo de imaginación y de voluntad para abandonar un día (cada vez más remoto e impensable) sus prácticas gangsteriles: es explicable que así sea. Pero que los militantes y los dirigentes del PRD hayan desistido de pensar en la realidad social por pura conveniencia electorera, eso es inaceptable y reprobable.
Quizá lo que queda de tal proyecto de un partido de izquierda se ha vuelto, sin retorno posible, eso que se resiste uno a aceptar: un mero organismo electorero, empeñado en conseguir botines de todo tipo. Si así fuere, no nada más la izquierda sino todo el país ha perdido algo muy valioso por culpa de los actuales dirigentes perredistas.