China acapara la atención de los medios de comunicación y de los empresarios mexicanos, quienes señalan con insistencia que las empresas de esa nación le ?comen? el mandado a las nuestras. Los reporteros presentan sus notas como si los chinos tuvieran en mente una competencia bilateral con nuestro país.
Dudo mucho que la obsesión con la que nos angustia China corresponda a una preocupación similar de los chinos por lo que hacemos los mexicanos. Lamentablemente, nuestra atención se concentra en las variables equivocadas, que van desde el crecimiento de su comercio hasta el pánico por la entrada de productos chinos a precios menores que los vigentes en el país.
Poco o nada se dice, sin embargo, sobre los cambios profundos que experimenta esa economía, preámbulo de mejores tiempos para más de 1,300 millones de chinos y una lección irrefutable sobre la superioridad de la economía de mercado frente al intervencionismo estatal. Esos cambios, además, exhiben nuestras deficiencias estructurales, algo que todavía no entienden quienes en nuestro país se erigen como paladines de la participación del Estado en la actividad productiva. Conviene, por tanto, un repaso breve de las enseñanzas que nos deja la experiencia china sobre su progreso económico.
La República Popular China nació en 1949, cuando su economía era eminentemente agraria y donde el 89 por ciento de su población residía en las áreas rurales. El gobierno chino creyó entonces que la colectivización de la agricultura y la concentración de la industria en manos del estado darían frutos positivos. La realidad resultó muy distinta. El rezago económico chino en las tres décadas siguientes fue monumental. El fracaso de la intervención gubernamental en los quehaceres económicos resultó en una economía pobre y destrozada.
La transformación económica de China comenzó a fines de 1978. El cambio inicial más importante fue el rechazo de sus agricultores a la colectivización como sistema de explotación de la tierra. Varias granjas colectivas, primero en secreto y luego abiertamente con el apoyo de sus autoridades locales, comenzaron a privatizar la explotación de la tierra mediante contratos de renta individualizados. Un año después, este sistema de ?privatización? tuvo rendimientos muy superiores a los de las granjas colectivas.
El gobierno chino reconoció oficialmente este sistema en 1981. Para fines de 1983, con el beneplácito de la dictadura comunista de ese país, el 98 por ciento de las granjas colectivas habían sido desmanteladas y se habían transformado en un sistema de contratos de rentas individuales, en el que se definen los derechos de propiedad y el intercambio de mercancías se realiza a precios de mercado. El sistema de mercado ha mejorado considerablemente el nivel de vida de los campesinos chinos, muchos de los cuales ahora operan empresas pequeñas y medianas en las áreas rurales, en vez de dedicarse a las actividades agrícolas tradicionales.
Comparemos esta experiencia con la defensa a ultranza que por décadas se ha hecho del sistema ejidal mexicano, y la nostalgia con la que muchos de nuestros políticos lo defienden. La terquedad y obstinación en mantener un esquema obsoleto de subsidios y transferencias ha tenido como resultado el perpetuar la pobreza de 20 millones de mexicanos en el campo, en vez de facilitar y acelerar su incorporación a la economía moderna para elevar su nivel de vida.
El director ejecutivo del Departamento Nacional de Estadística de China, Qiu Xiaohua, comentó el año pasado que la economía de mercado ha conquistado a la economía rural china. Con el acceso de China a la Organización mundial de Comercio comienzan a entrar los productos agrícolas extranjeros al mercado chino, reduciendo su precio para los consumidores. En vez erigir barreras arancelarias y no arancelarias como sucede en México, las autoridades allá contemplan reducir los aranceles a la importación de trigo y maíz al 14.5 por ciento en 2004. Consideran que ?para enfrentar este reto, debe prevalecer la economía orientada al mercado en las áreas rurales, y debemos promover las industrias rurales no agrícolas para fortalecer a la economía rural?.
La espontaneidad con la que transitó el campo chino hacia la economía de mercado contrasta con las dificultades para reformar a las empresas estatales chinas. Esto contribuyó para que la reforma económica de China recibiera un nuevo impulso en 1992, cuando Deng Xiaoping estableció formalmente que se orientaría a una ?economía de mercado socialista?. En ese momento se tomaron medidas para mejorar el ambiente para la Inversión Extranjera Directa (IED). Estas incluyeron una reforma del régimen de inversión extranjera, aceptándola en más zonas y sectores que antes, así como relajando las restricciones para las ventas en el mercado interno y su participación en las empresas estatales.
Las reformas del sector estatal chino han pasado por cuatro etapas, desde autonomía e incentivos financieros dentro del sistema económico tradicional; bonos de desempeño para sus administradores; contratos de responsabilidad; y la aplicación de prácticas corporativas modernas aceptando la participación del capital privado externo.
Las reformas de 1992, así como la estabilidad política y el crecimiento acelerado de la economía china atrajeron flujos considerables de capital. La IED se elevó de alrededor de cuatro mil millones de dólares (mmd) anuales en 1991 a un promedio superior a los 40 mmd anuales a partir de 1994, lo que contribuyó a mantener un crecimiento dinámico de la producción y el empleo en China.
La semana próxima comentaré el compromiso de los líderes chinos con la promoción del sistema de mercado, que plasmaron en su plan quinquenal 2001-2005.
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