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El tamaño de una obsesión

Federico Reyes Heroles

El día de hoy George W. Bush habrá de rendir el informe de rigor sobre el estado de la Nación. A diferencia de otras ocasiones, lo que hoy diga Bush involucra al mundo entero. La condición unipolar se impone. La amenaza de guerra contra Irak ha mantenido en vilo al orbe. Varios meses han transcurrido desde que un presidente en campaña, el hombre más poderoso del mundo, decidiera utilizar el miedo como propaganda. No pudo ir a la guerra, pero consiguió lo que quería, su verdadero fin último: respaldo popular y poder en el Congreso. Por fortuna a la guerra se le pusieron condiciones. La inspección se atravesó en su camino. En sólo dos meses las piezas se han reacomodado.

Bush se encuentra frente a una opinión pública interna dividida. Uno de cada dos ciudadanos lo apoya. Uno de cada dos lo rechaza. Sin embargo, según un estudio reciente de The Wall Street Journal, ahora una alta proporción de estadounidenses, 72%, considera que Estados Unidos debe someterse a las decisiones de Naciones Unidas. Sólo 22% apoyan el juego en solitario. Ese dato le cambia a Bush el escenario: no trae consigo una licencia para matar. El odio a Hussein pareciera haber pasado por su clímax. La economía, de nuevo vuelve a preocupar. Alrededor de cinco años le llevó a William Clinton enderezar el déficit y convertirlo en superávit. En tan sólo 24 meses Bush ha logrado la reversión que apunta ya a proyecciones espeluznantes: 300 billones de seguir por donde va. Lentamente la obsesión de Bush empieza a ser ineficiente.

El mundo también se ha redefinido. Ni Schroeder, ni Chirac están en campaña y su escepticismo conjunto es ya oficial, simplemente no van con Estados Unidos, a menos que aparezcan evidencias contundentes. Aznar por su lado enfrenta una crisis mayor producto, quién lo dijera, de su pésima reacción ante el horror del Prestige. Blair, quien llega mañana a entrevistarse con Bush, trae sus propios conflictos. Busca ahora presentarse como mediador ante la rudeza del texano.

El propio Javier Solana, cabeza de las fuerzas conjuntas de la Unión Europea, criticado por ser demasiado obsecuente con Estados Unidos, ha sido claro: no a la invasión en automático. China y Rusia han marcado su distancia. Tampoco van de comparsas.

En octubre pasado la inspección fue vista como un último recurso para frenar a Bush y a Estados Unidos y sus claros aliados. En enero del 2003 sus cimientos en la opinión pública interna muestran fisuras y su alianza internacional se está desmoronando. El tiempo ayudó.

Pero, en el fondo, qué dijo Hans Blix ayer ante al Consejo de Seguridad. Del 91 al 98, y gracias a la inspección, Irak detuvo el desbocado proceso de fabricación de armas de todo tipo. Pero del 98 al noviembre del 2002, se perdió el control. Irak ha desaparecido o destruido el armamento y hoy no hay evidencia presente. Si hay registro de la dimensión de los múltiples proyectos desvanecidos. De 6,500 bombas no hay reporte. El alcance de los misiles mayor del esperado.

La fabricación de Anthrax muy poderosa y sin rastros claros de su desaparición. El Nerve Gas también en el menú. Efectuaron 300 visitas en 200 sitios y, salvo en un caso, éstas se dieron con rapidez deseada por los inspectores. Hubo fricciones por la negativa a los sobrevuelos de aviones detectores y de helicópteros. Las pruebas documentales fueron llevadas a casas particulares. Nada se dijo del origen de los armamentos, es decir de los vendedores que lucran con la paz del mundo.

Mohamed Elbaradei al frente de la agencia de energía nuclear caminó en paralelo. En fin, un panorama contrahecho, de claroscuros donde hubo apertura pero no total, visitaron lo que quisieron y no encontraron lo que necesitaban. Resultado: no hay evidencia de lo evidente.

Pero si en la caza no obtuvieron la presa deseada y todo parece un poco confuso, en lo político Blix fue muy claro. Las inspecciones tienen como fin oficial esa caza, pero el efecto más relevante es otro: obligan a frenar la producción y someten a control. El informe, los informes no están terminados. Sería conveniente continuar, no sólo por las pistas que se puedan seguir sino por efecto de control y desarme en la zona. Hasta allá llegó Blix, quizá extralimitando sus funciones originales. ¿Y ahora qué sigue? Collin Powell, el suave del equipo, nos dio un adelanto desde Davos: hay evidencias suficientes. La guerra es inevitable. Como detalle no olvidemos al cuarto de millón de efectivos movilizados en los últimos meses. La maquinaria está andando.

Las promesas son las de siempre: una guerra rápida, sin bajas estadounidenses; deponer al dictador e instaurar un gobierno democrático; guerra limpia contra el mal.

Pero ¿cómo llegamos aquí? Contra lo que dice el Pentágono, probablemente estamos en el umbral de una confrontación sin límites previsibles. Sólo por mencionar dos variables: petróleo y la reacción del mundo árabe con todas sus diferencias. Hace apenas 16 meses, después del horror del 11 de septiembre, el enemigo número uno de la humanidad era Bin Laden y su organización. Ante el fracaso de presentarlo “vivo o muerto”, como fanfarroneara Bush, las miras se fueron de nuevo al segundo demonio: Hussein. En medio quedaron los bombardeos sobre Afganistán como un capítulo menor. Ahora, a punto de entrar en la guerra de horizontes temerarios, poco se habla ya de Bin Laden y su organización, ello a pesar de que los actos terroristas han seguido incontrolables. Un gran fracaso.

Entre tanto Corea del Norte hizo público su rompimiento con el acuerdo de no proliferación de armas nucleares y, sin tapujos, anuncia sus esfuerzos armamentistas. Nada hace sentido. El desfile de demonios no logra saciar las obsesiones de Bush.

El sentido común se rebela. La amenaza mayor y probada es el terrorismo. Pero en eso las cosas no les han salido del todo bien, por eso mejor buscan una nueva presa. La amenaza nuclear evidente es Corea. Hussein es un tirano, que duda cabe, pero en realidad de continuar las inspecciones y controlando la venta, el dictador no tiene a donde ir. A Europa, la vieja y la nueva, un conflicto con el mundo árabe le explota en casa. No olvidemos de pasada que Turquía está en lista de espera. Los objetivos militares no son claros y, por si fuera poco, hay focos rojos en la economía de la mayor potencia del mundo. También en las otras potencias cojean. ¿Qué necesidad tiene el mundo de provocar una explosión de consecuencias inimaginables? ¿Cuántos ataúdes cubiertos con su bandera necesita Bush para darse cuenta del tamaño de su obsesión?.

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