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El verdadero cambio/Las laguneras opinan...

Mussy Urow

Hay cambios involuntarios en la vida. Como cuando debemos aceptar la muerte de un ser querido. Otros son necesarios. Todos hemos enfrentado alguna situación que exige un cambio, no de lo que se trate. Racionalmente se admite que “la vida es cambio; lo inmóvil importa se estanca y muere” pero en la práctica los cambios son difíciles, incomodan, angustian. Se necesitan razones poderosas, si no de motu propio, que vengan de una instancia superior que las imponga o exija: padres, médicos, autoridades.

Cuando el cambio implica la pérdida de algún bien, beneficio o situación favorable, más difícil de aceptar. Por lo general, se niegan al cambio aquellos que por soberbia creen tener siempre la razón; como aquel que decía: “No siempre tengo la razón, pero jamás me equivoco”. O los timoratos, que se aferran a un escenario fijo y les horroriza el movimiento. Unos prefieren esperar a que venga algo o alguien que los mueva, empuje o arrastre. Otros, los que sí se atreven, los que sí quieren cambiar, se detienen y se dan la vuelta. Para hacerlo, se requiere voluntad.

Si a nivel personal resulta difícil tomar una decisión de 180°, traslademos el sentimiento a un organismo colectivo, como sería el caso de un partido político.

En el pasado cercano tenemos en el siglo XX dos ejemplos clarísimos: España, Partido Social Español y Gran Bretaña, Partido Laborista. Ambos partidos eligieron una refundación de su ideología, se replantearon estrategias y consiguieron las tres cosas que cualquier partido político aspira a tener, además de gobernar: fuerza, credibilidad y respeto ante la sociedad.

España e Inglaterra, naciones de tradición monárquica y parlamentaria. Diferentes culturalmente. En su momento, cada una fue considerada “la potencia” por sus numerosas y extensas colonias, su poderío naval, su riqueza. Se enfrentaron por la codicia territorial; se dividieron al mundo conocido con la consigna de ganar más fieles al cristianismo, unos católicos, otros anglicanos. Las dos se dividieron en tendencias políticas tradicionales: conservadores y liberales.

Hacia finales del siglo XIX, nacen en las dos, con diferencia de 20 años, partidos que representan al mismo sector de la sociedad, ignorado hasta entonces por las fuerzas políticas: al trabajador, el obrero, el ciudadano común.

El PSOE, surge en España en 1879, en forma clandestina; sus fundadores, intelectuales, obreros, principalmente tipógrafos. Es uno de los primeros partidos socialistas de Europa, orientado a representar los intereses de las nuevas clases trabajadoras nacidas de la Revolución Industrial. Gran Bretaña, 1900, nace el Partido Laborista como un grupo de presión parlamentaria cuya meta es representar los intereses del ciudadano común, en un parlamento dividido entre conservadores y liberales.

Los dos partidos enfrentan, a lo largo de su historia, situaciones adversas: los laboristas empiezan colgándose de los liberales para ir poco a poco ganando escaños en el parlamento. El PSOE crece en la clandestinidad, hasta que en el año crucial de 1936, el Frente Popular, coalición de candidatos socialistas con los republicanos, gana las elecciones españolas. De sobra es conocido el resultado de este triunfo abortado: la Guerra Civil, que se prolonga hasta 1939. Durante los siguientes 40 años el PSOE, siempre desde la clandestinidad, se convierte en la fuerza de oposición al gobierno franquista, hasta lograr un papel fundamental en la vida política española.

Los laboristas, en cambio, logran posicionarse en el período entre guerras, pero la crisis económica de 1929 les hace perder terreno durante diez años. Es hasta después de la II Guerra Mundial, cuando los ingleses ansiaban un cambio, en que los laboristas capitalizan el estado de ánimo y logran por primera vez una mayoría absoluta en el parlamento.

El proceso de crecimiento de estos dos partidos se va dando paulatinamente; en ambos casos hubo momentos de definición hacia el interior, se plantearon cambios de estrategia y orientación ideológica; periodos de reflexión y autoexamen. En 1979 el PSOE se reafirma como un partido democrático y federal, abierto a aportaciones del socialismo pero rechazando definirse como marxista. Consecuentemente, representado por Felipe González, preside el gobierno español por diez años, la “década del cambio” (1986 –1996).

También en 1979 los laboristas inician un período de debates internos y revisión de su política. El resultado: admiten requerir una reforma radical si pretenden volver a gobernar. Esta nueva consigna es el lema de Tony Blair.

Si en nuestro país quisiéramos ver algún día un verdadero cambio, necesitaríamos partidos -alternativas viables- , elementos fundamentales de una democracia, que aspiren no sólo a gobernar, sino a conseguir el respeto de la sociedad. Para cambiar se necesita voluntad; pero eso no basta. Hay cambios de reversa y cambios al vacío. El cambio que buscamos debe ofrecer un contenido real, concreto y sobre todo, POSIBLE. Cambio no es llegar a ocupar un puesto, como aquel personaje del circo al que anunciaban con bombos y platillos porque era capaz de transformarse en animal... Cambio no es cobijarse en logros ajenos e iniciar persecuciones estériles como cortinas de humo o lanzar mentiras disfrazadas de verdades a medias.

¿Qué cambios destacan en la estrategia política de los laboristas y el PSOE? Su auténtica revisión interna y su orientación hacia el ciudadano común, su compromiso real –no sólo de campaña- en concretar mejores beneficios para el grueso de la población. En México hay un partido que podría estar haciendo esto. Estarían haciéndole un servicio a la democracia. Es posible: lo hicieron en España y en Gran Bretaña.

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