México, DF.- Tiene la piel dorada por el sol, los ojos oscuros, el cabello castaño y las uñas del color de los labios: rojos, como también roja es la blusa que descubre sus hombros, que revela en el escote un cuerpo perfecto, el mismo que inmortalizaron más de 50 películas, el que amó el ídolo Jorge Negrete, aquel ante el que se han rendido famosos y desconocidos.
En el monumental espejo que enmarca una de las paredes de su casa, el reflejo de Elsa Aguirre continúa siendo el mismo que ha impactado a innumerables espectadores: el de la belleza en su expresión más pura.
Su actitud es cálida, lo mismo que su voz, una voz que embriaga, que seduce, que marca la memoria con su tono grave, pausado. Brinda una sonrisa tranquila, profunda, sin prisa. Para ella, la angustia se perdió hace 30 años, cuando conoció a José Manuel Estrada, “El Gurú” de la Gran Fraternidad Universal, y con él la disciplina del yoga.
Desde entonces, la fotografía de su maestro pende sobre la cabecera de su cama.
Fue entonces también cuando supo que “hay que erradicar cualquier tóxico del cuerpo”, cuando dejó de comer carne y se volvió completamente vegetariana. Dice que ni la res, ni el pollo, ni el pescado, ni los mariscos hacen falta porque “la tierra da todo lo que el cuerpo necesita, todas las vitaminas, y sus frutos no son tan aburridos como muchos piensan”.
No hacen falta las preguntas, Elsa Aguirre, la que se casó dos veces -nunca con alguien del medio artístico-, la que tuvo un solo hijo, Hugo -el que murió a los 30 años, la única habitante de una residencia en Cuernavaca, Morelos -donde jamás se ha sentido sola-, tiene mucho que contar, y quiere hacerlo, a su manera.
El amor es el tema que permea su conversación, así en relación con los padres, así en la de una pareja, también en la de los hijos, en la que se sostiene con Dios “cualquiera que éste sea”, con el cuerpo propio, con el del amante, con el público y la profesión.
Quiere hablar de la familia, de sus hermanos Hilda, Mario, Alma Rosa y Jesús, con quienes mantiene una estrecha unión ya que todos visitan frecuentemente su casa; de su madre a quien, afirma, le debe el sitio al que llegó en la escena artística; de su padre, un militar de alta jerarquía quien le heredó una formación “integral”, y el interés por los estudios masónicos.
“He hecho de mi vida una forma bella de existir, de ser, porque desde el principio, desde mis primeros días de despertar, de esta carrera, me dijeron que era una artista, pero no sólo por el cine, sino también por la formación y la cultura integral que mis padres me dieron. Por mi madre, que apenas murió hace cuatro años, a los 98 de edad, estoy donde estoy, también por ella descubrí que soy una artista”, asevera.
No hay falsas modestias en sus palabras, tampoco soberbia alguna porque, afirma, “el ser humano debe ser sencillo, transparente, humilde”; sin embargo, acepta que en los años mozos ella misma no aplicó dicha premisa.
“Los halagos fueron tantos, los mimos, la rendición de cientos a mis pies que, es verdad, el piso se me borró, y los prejuicios de la época también contribuyeron: uno no podía darse el lujo de llamar sino de esperar a que la llamaran. No conocía más que belleza, que regalos, ofrendas e innumerables ofrecimientos de trabajo y, detrás de eso, también la soledad”, revela, sin melancolía, con aceptación.
Para Elsa Aguirre, lo único que en verdad importa es “el aquí y el ahora”, por eso descarta de su vida el tarot y cualquier otra cartomancia, mas no así la astrología. “Es cierto, todo está escrito, lo bueno y lo malo, la felicidad y la desdicha, la vida y la muerte, pero ¿para qué saberlo? Lo que yo quiero es disfrutar cada instante, me siento joven, llena de vida, de amor para dar”.
Controlar el fuerte carácter que le determinó ser signo zodiacal Libra con ascendente en Escorpión, el cuidado del cuerpo, la buena alimentación, la vida sana, la realización de nuevos proyectos -como la grabación de un disco con mariachi y trío para el que ya tiene seleccionados los temas-, el resolver los problemas cotidianos y vivir sin deuda alguna son las prioridades de esta actriz, quien el próximo 8 de abril recibirá el Ariel de Oro por una vida dedicada al cine.
Asegura que “todo tiene un tiempo y un lugar” y que este Ariel “llegó cuando debía llegar”, aunque revela que aún no se permite la libertad de disfrutarlo: “Sé que me lo entregarán, pero todavía no lo tengo en mis manos y, de hoy a ese día, nadie sabe lo que podría ocurrir”.
Elsa Aguirre no tiene religión ni Dios: “Sé que éste existe, que puede tener muchas formas. Desde niña conocí por mi padre todas las religiones, pero para mí, lo importante es mantener una armonía y paz con mi propio interior, y así con el resto de los seres. Eso es lo que aprendí de mi maestro gurú. El verdadero significado de la palabra religión es ligar, unir, fraternizar, y a eso aspiro”.
Sin molestia habla de su edad, explica que está consciente de sus 71 años, pero que estos no implican, de manera alguna, que deba recluirse en su hogar: “No me siento vieja, ni mucho menos pienso retirarme sino, por el contrario, quiero seguir trabajando. He hecho cine, teatro, televisión, radio, palenques y así deseo continuar”.
Los viajes son otra de sus pasiones; en ellos, el mundo le ha revelado conocimientos, amistades, culturas, por lo que no descarta la posibilidad de retomar su más reciente visita a India para efectuar un recorrido más amplio en el que llegue a Egipto y Tierra Santa.
Desde siempre, Elsa Aguirre no conoció más que felicidad, cariños, halagos, mimos y cuidados hasta que la vida se encargó de mostrarle su otra realidad, la que llegó con el rostro de un hombre, Armando Rodríguez Morado, su primer esposo, el padre de su hijo Hugo, el abuelo de un nieto del que la actriz ha escuchado rumores de su existencia y al que, a pesar de su infatigable búsqueda, no ha logrado encontrar.
Ahora se reserva los detalles, parece no querer hablar demasiado del dolor: “Me enamoré como una loca y en un beso sentí que daba la vida, pero mi matrimonio no funcionó y ese fue un golpe terrible, entre los más duros que a partir de entonces me trajo la vida.
Después volví a casarme, pero quizá tampoco había logrado recuperarme del primer fracaso y así llegó el segundo”.
Así, en la vida de Elsa Aguirre “se acabaron la luna, la fantasía y los sueños”; sin embargo, no se arrepiente de la entrega, de la pasión, del tiempo vivido y, aunque se confiesa “abierta al amor” hace énfasis en que nunca se volvería a casar, aunque sí viviría en unión libre porque, después de todo, lo que realmente importa es compartir “y no la firma en un papel”.
Tiene claro que “la misión de la mujer es dar vida a un ser deseado, engendrado con un compañero al que se ame y después, unirse profundamente con éste, cuidar a su hijo y darle la libertad y la confianza para vivir”. En su casa el color verde predomina, en paredes y muebles, casi tanto como las flores, muchas de ellas en jarrones llenos de rosas blancas y rojas en sus diversas habitaciones, todas ellas iluminadas por el sol, dejando un suave brillo sobre los cristales de los cuadros y los portarretratos con fotografías de su hijo, desde recién nacido hasta poco antes de su muerte, la mayoría de ellas en la recámara de su madre.
De su pasado, sólo le resta decir que “pasado está”; que a veces lo revive con sus películas, sobre todo con su favorita, Algo Flota Sobre el Agua, de Alfredo B. Crevenna (1947), y ahora con mayor frecuencia tras haber recibido la noticia del Ariel de Oro; con la música romántica del 1340 de AM, con algunas lecturas esotéricas heredadas de su padre, como Los Grandes Mensajes y El Libro Negro de la Francmasonería.
Amó en secreto a ídolos cinematográficos como Pedro Infante y Luis Aguilar con quienes, revela, “sólo esperaba la escena del beso, porque en uno de sus besos, aunque fuera en el cine, se sentía realmente el amor”, pero nunca se atrevió a decirlo.
De Jorge Negrete, con quien filmó Lluvia Roja (1949) decidió separarse y terminar con su noviazgo, no sólo por la diferencia de más de 20 años de edad, sino porque él le resultaba demasiado exigente y poco romántico.
“En vez de flores o chocolates, me reglaba libros, quería que estudiara y luego me preguntaba y, la verdad, yo estaba muy chamaca, lo que quería eran besos y que me dijera que me quería, pero él nunca fue así, además de que, todos lo decían, el verdadero y gran amor de su vida siempre fue Gloria Marín”, narra y en su rostro se dibuja una sonrisa ligera, casi traviesa.
“Estoy aquí, aunque ya no vibro tanto con la luna, sólo con el sol. Comparto mis experiencias, nunca hablo de lo que no sé y voy adelante, así, viviendo, haciendo realidad lo que Gómez Urquiza y Manuel Esperón plasmaron en Flor de Azalia, la canción que inspiré, que me dedicaron y, siempre adelante, llena de juventud y de amor para dar”, apunta finalmente.