En vísperas de cumplir tres años, la administración Fox estrena su tercer embajador ante la Organización de Naciones Unidas. El experimentado Jorge Eduardo Navarrete inauguró la temporada; fue sustituido por Adolfo Aguilar Zinser, a quien reemplazará el subsecretario Enrique Berruga Filloy.
Este último nombramiento cumple un doble propósito. Por un lado se confía de nuevo a un miembro del servicio exterior la delegación en el principal organismo internacional. Y, por otra parte, se llega casi al final del desmantelamiento de la plantilla castañedista. Aunque quizá no con la celeridad que deseara, el secretario Luis Ernesto Derbez desplazó ya a casi todos los subsecretarios nombrados por Jorge G. Castañeda: Mauricio Toussaint, Gustavo Iruegas, Mariclaire Acosta y ahora Berruga.
Sólo permanece en su cargo, se dice que con tareas ampliadas (pues absorbió las de su ex compañera Acosta) la subsecretaria Patricia Olamendi.
Aunque hemos de esperar el relato que el propio Aguilar Zinser haga de su paso por la ONU y los antecedentes y consecuencias de su nombramiento y su despido-renuncia, contamos ya con testimonios verosímiles y aun de primera mano sobre esas circunstancias y su relación con el canciller Castañeda. En su libro El oso y el puercoespín, el entonces embajador norteamericano Jeffrey Davidow se refiere a la coyuntura que llevó a Nueva York a Aguilar Zinser: Castañeda estuvo “dispuesto a correr el riesgo de que México tuviera de nuevo un asiento en el Consejo de Seguridad. Daría lustre a la estatura de México en el plano global y Castañeda consideraba que, siendo la décima economía mundial, el país merecía un lugar más brillante bajo el Sol internacional... Castañeda se centró más en los beneficios que México podría obtener al estar más expuesto, que en los aspectos potencialmente negativos... Pensó, quizá, que México podría intercambiar su voto en el Consejo de Seguridad por una especie de recompensa, por ejemplo un acuerdo migratorio. Estaba equivocado”. Además, dice Davidow, “sus problemas se multiplicaron cuando Fox nombró a Adolfo Aguilar Zinser como embajador ante la ONU. “Aguilar Zinser había sido poco efectivo y muy desdichado en su trabajo como (consejero) de Seguridad Nacional. Quería salir de ahí. Primero, Castañeda sugirió mandarlo a Nueva York, pero después cambió radicalmente de opinión cuando Aguilar Zinser estuvo de acuerdo con él de que sería una buena medida. Quizá el Secretario de Relaciones Exteriores pensó que si le daba una tribuna en Nueva York a ese poderoso escritor y orador, su primacía en los asuntos exteriores se vería mermada. También puede haberse dado cuenta de que, con su lenguaje directo y abierto, ese hombre poco predecible resultaría similar a Muñoz Ledo, quien le había causado tantos problemas a su padre. “Castañeda puede haber cambiado de parecer porque su amistad de muchas décadas se tambaleó, o quizá la relación se disolvió porque cambió de parecer. Lo cierto es que su desencuentro personal tuvo consecuencias públicas”. De algunas de ellas, enunciadas así por Davidow, habló ayer un protagonista de la anómala, penosa y ridícula situación.
En un artículo periodístico, el embajador retirado Miguel Marín Bosch, ex subsecretario principal de la cancillería, encargado de las relaciones multilaterales y en consecuencia del vínculo con la ONU, nos ofrece su propia visión del asunto (y, de paso, una explicación de por qué adelantó su jubilación, distanciado de Castañeda, de cuyo padre había sido secretario particular): “A finales de 2001. ante la inminente clausura de su oficina de consejero de seguridad nacional (Aguilar Zínser) tuvo que reubicarse y recaló en Nueva York, bajo las órdenes de su amigo Jorge. G. Castañeda... Por razones que no viene al caso reseñar, ahí se acabó la vieja y buena amistad entre ellos. Con su peculiar estilo de gobernar, Castañeda le dio la espalda al nuevo representante permanente ante la ONU, ya no le dirigió la palabra e hizo cuanto pudo para complicarle la existencia. Se valió de artimañas administrativas que algunos calificarían de terrorismo burocrático. “Quien terminó siendo el interlocutor de Adolfo... fue el subsecretario para Naciones Unidas (es decir, el propio Marín Bosch). Y la llevamos bien durante casi un año. Tuve que capear las indicaciones descabelladas del secretario quien, día con día, se iba irritando debido al creciente protagonismo del embajador en los medios de comunicación y su incontinencia verbal. Trató de obligarlo a dejar de escribir su columna semanal y a aceptar no hacer declaraciones a los periodistas. “Más que las cuestiones de forma, fueron los temas de fondo los que incomodaron a nuestro embajador ante Naciones Unidas. Tuvo serias diferencias con algunas instrucciones que recibió de la cancillería. Las acató pero en privado y a veces no tan en privado dejó entrever su inconformidad. De hecho, estoy convencido de que Adolfo n etait pas bien dans sa peau. Y lo entiendo”.
Por “no estar bien dentro de su piel”, como dice Marín Bosch con un dicho muy francés, “quizás Adolfo quiso compensar con declaraciones públicas fuera del Consejo de Seguridad lo que tuvo que callar dentro de él. Quizá consideró que no debimos haber votado a favor de la resolución 1422 del 12 de julio del 2002, en que el Consejo golpeó al derecho internacional en general y a la Corte Penal Internacional en particular. Ahí fue cuando decidí pedir esquina como subsecretario”. (La Jornada, 27 de noviembre).