La ciencia económica y la evidencia han demostrado que el intercambio comercial contribuye al progreso económico y a una mejoría en el nivel de vida de las personas. No obstante, siempre hay quienes se oponen al comercio libre porque afecta sus intereses, lo que esconden hábilmente con el argumento de que la liberalización comercial destruye empleos.
Ello explica porque las personas que promueven la apertura comercial y los que se oponen a ella muchas veces la vinculan con la creación o pérdida de empleos netos en una economía. Ese enfoque es erróneo. El comercio libre es benéfico no porque contribuye a un aumento en el empleo total, sino porque mejora los niveles de vida de la población al elevar la productividad y darle acceso a productos de mejor calidad y menor precio.
Es difícil encontrar ejemplos donde el comercio internacional afecta, en uno u otro sentido, el nivel total de empleo en el largo plazo. El intercambio con el exterior altera la distribución de trabajos por industria, como también lo hace el comercio interno. En una economía donde existe competencia, las fuerzas de oferta y demanda determinan el empleo por actividad económica; mientras que la creación o pérdida de empleos totales depende del ciclo económico y la política económica interna, pero no de la política comercial.
La razón para promover un comercio más abierto no es aumentar el número de trabajadores empleados, sino facilitar un empleo más productivo como resultado de intercambios mutuamente benéficos que elevan el ingreso global. A pesar de esto, el argumento de que el comercio debe limitarse porque las importaciones destruyen empleos se ha venido usando desde el siglo XVI.
Las importaciones ciertamente reducen el empleo en algunas actividades productivas, como también lo hacen los avances tecnológicos cuando sustituyen métodos de producción obsoletos o desaparecen industrias tradicionales. En ambos casos podemos entender porqué los dueños de esas empresas y sus trabajadores, así como los políticos que los representan, prefieren evitar la competencia con restricciones comerciales.
Pero sólo porque las importaciones o los avances tecnológicos destruyen algunos empleos, no quiere decir que el comercio reduce el nivel general de empleo o daña a la economía. Después de todo, las importaciones no son gratuitas, para adquirirlas un país debe vender algo a cambio. Los defensores del comercio señalan, por ende, que las exportaciones y la inversión extranjera crean nuevos empleos como resultado del comercio, lo que es verdad, pero no mencionan que esto viene del empleo que se perdió en otro lado.
Las industrias de exportación emplearán más trabajadores, pero sus exportaciones se usan para comprar las importaciones que reducen el empleo en otras industrias nacionales. En esencia, el comercio crea y destruye empleos y su efecto neto sobre el nivel de ocupación total en el largo plazo es prácticamente nulo.
La apertura de fronteras que se consolidó con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 ocasionó trastornos a algunas empresas, que al cerrar sus puertas desocuparon personal. Pero debemos abandonar el mito de que pleno empleo significa no cambiar de empleo.
Muchos de los desempleados por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte encontraron trabajo en actividades más productivas dentro de empresas que producían para el mercado externo o competían con éxito en el mercado nacional. La postura de quienes insisten que la apertura comercial reduce el nivel total de empleo, quedó desacreditada en la cresta del ciclo económico el año 2000, cuando en casi todo el país existió una importante escasez de mano de obra calificada.
Esta situación del mercado formal de trabajo contrasta con la masa de desocupados carentes de educación básica que en su mayoría habitan en el campo mexicano. Sin embargo, su situación no es resultado de la apertura comercial o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Por el contrario, este les brinda una oportunidad para integrarse a labores más productivas y tener acceso a productos y servicios más económicos.
Los problemas de pobreza y marginación en el campo, así como las dificultades que enfrentan otros sectores poco eficientes, son añejos y anteriores a la apertura comercial, y no se resuelven con medidas proteccionistas que mantengan a dichas actividades artificialmente vivas.
No se trata de dejar operando cualquier actividad, por poco rentable que sea, con el fin de conservar el empleo. Las restricciones comerciales salvan los empleos de las industrias que compiten con las importaciones mediante la destrucción de empleos en otras partes de la economía, tales como las industrias de exportación y las que usan insumos importados.
Cuando el gobierno pone barreras al comercio está intercambiando empleos en un sector de la economía por empleos en otro, sin crear o destruir el número total de empleos. El problema del proteccionismo es que favorece los empleos menos productivos.
La percepción de que las importaciones destruyen empleos buenos y de altos salarios en agricultura y manufacturas es casi siempre errónea. La verdad es que las importaciones acaban con empleos poco productivos y de bajos salarios. Por consiguiente, cualquier política que limita el comercio tiende a incrementar el empleo en las industrias mal pagadas y reducirlo en las que pagan mejor.
El progreso y los beneficios del crecimiento económico no llegan a aquellos que esperan todo del proteccionismo y la asistencia gubernamental. El reto para nuestras autoridades es resistir las presiones proteccionistas al tiempo que facilitan y agilizan - mediante la educación y el entrenamiento ? el desplazamiento de los trabajadores que salen de industrias y sectores en declive, hacia actividades donde pueden contribuir de manera más productiva al bienestar nacional.
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