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En busca de redención/ Un poco de teatro tras las rejas

Cristal Barrientos Torres

TORREÓN, COAH.- Pareciera que buscan la redención. Desde hace varios días, unas personas llaman la atención en el interior del Centro de Readaptación Social: gritan, lloran o ríen hasta la carcajada. Son prisioneros. A través de una actuación, de unos diálogos, intentan lograr lo que no consiguieron siendo libres: enmendar alguna de sus culpas.

Hace casi tres semanas que comenzaron los ensayos. Un grupo de internos -26 para ser precisos- participa en la obra El Juicio Político, basada en el libreto “El Hombre- Dios”. No son artistas profesionales pero actúan como tal. Se molestan consigo mismos cuando se equivocan pero también se aplauden unos a otros, si todo sale bien.

Este viernes será su día: escenificarán El Juicio Político. En un pequeño teatro, frente a sus compañeros de prisión, tratarán de trasmitir el sufrimiento de Cristo antes de ser crucificado.

Cosas del destino

Para pagar una de las que debe, Héctor decidió participar en la obra. Aunque también hubo otra razón: la ocurrencia de su madre. Desde que llegó a prisión -hace casi tres meses- le dijo que ayudara en todo lo posible.

Por sus apellidos, pareciera que se trata de un actor español. Héctor Antonio de la Mancha y Borjón interpreta a Poncio Pilatos en la obra El Juicio Político, de quien dice, era un hombre cruel.

Antes de entrar a prisión, Héctor trabajaba como piloto en Ejército Mexicano, sin embargo comenzó a tener problemas de la vista y de pronto lo relegaron de sus responsabilidades. Terminó por darse de baja.

Las cosas fueron de mal en peor para Héctor: su hija de apenas siete meses de nacida necesitaba una operación del corazón. Intentó de todo, incluso trabajó de jardinero, pero nada, el dinero no era suficiente.

Fue entonces cuando tomó la decisión equivocada y un buen día, sin pensarlo siquiera, asaltó una joyería. Aunque el juez aún no le dicta una sentencia tiene fe en salir pronto. “Estaba acostumbrado a ganar bien y cuando mi hija se enfermó me desesperé”.

La madre de Héctor trabajó tanto que un día quedó paralítica: “es toda una historia. Mi mamá siempre me dice que uno debe dar hasta su alma por los suyos, es cierto porque ella se enfermó por nosotros, trabajaba mucho, creo que dormía como una hora diaria, su cuerpo no aguantó y le dio una embolia”.

De su padre Héctor no quiere ni hablar. En tono burlón dice que como buen hombre los dejó cuando se encontró a una mujer más joven que su madre y terminó por olvidarse de ellos, por eso siempre trató de ayudarla a mantener a sus dos hermanos.

Para Héctor estar en la cárcel ha valido la pena. Ahí encontró el apoyo de un diputado, quien le ayudó a dar de alta a su hija en el Hospital Militar, donde la operaron y gracias a eso está bien de salud. Ahora el político le está tramitando una pensión.

“Mi madre siempre ha sido muy religiosa, tiene mucha influencia sobre mí, por eso siempre voy a misa. Ya estoy más tranquilo porque ha servido de algo estar en la cárcel. Sólo así encontré ayuda para operar a mi hija, afuera nadie me ayudó”.

Insistir hasta el cansancio.

Javier Torres es el director de la obra El Juicio Político. Lleva varios años en prisión pero eso no le impide estar cerca del arte de la actuación y contagiar a los demás de su entusiasmo. Su insistencia y tenacidad, le ha valido el reconocimiento de las autoridades del Cereso. Pero asegura que lo hace porque le gusta y no para quedar bien con nadie.

Para Javier realizar obras como El Juicio Político es cultura. Además aborda un tema que puede tener un principio, pero no un final: “creo que nunca lo tendrá porque Jesús siempre va a vivir, es para siempre”.

A través de la actuación y otras actividades, dice, los presos se mantienen ocupados y lejos de tener malos pensamientos: “esto forma parte de una real rehabilitación, en todos los aspectos nos apoyan mientras uno tenga iniciativa. Nos ponen los medios pero nosotros también tenemos que ser entusiastas y participar”.

Siempre le ha gustado el medio artístico pero hasta ahora tuvo la oportunidad de desarrollarse dentro de este ámbito. Dice que este tipo de “cotorreo” es sano, también le sacan todo el estrés.

A pesar de que Javier siempre participa en obras de teatro o actividades religiosas, no es católico. Ni siquiera va a misa los domingos, sin embargo asegura que no hay otra cosa que lo llene más que la vida de Jesús porque Él no es religión.

Pero no a todos los presos les gusta participar. Casi siempre son las mismas personas quienes encarnan los personajes. Por eso siempre insiste hasta el cansancio para convencer a gente nueva de que actúe en la obra. Con Héctor lo consiguió.

“Nos sentimos importantes porque tienen la vista puesta en ti, no nada más la gente que se encarga de nuestra seguridad porque quieras o no llamas la atención del licenciado Gerardo García y el comandante Alejandro Juárez, también de la gente que está su alrededor porque son eventos que se dan poco”.

Javier no se inmuta al responder que está en prisión por vender drogas. Dice que podría decir lo mismo que todos: “no soy culpable. Sería fácil tratar de enredarte de una y mil formas y decirte que no tengo de qué readaptarme porque nadie aceptamos que somos malos, pero dentro de nosotros hay algo malo”.

Javier deberá permanecer por lo menos otros diez años en prisión, pero dice que seguirá echándole todas las ganas del mundo aunque los demás se enfaden con él o los harte: “La última palabra la da el juez de jueces que es Jesús”.

Una estrella tras las rejas

Rosa María Rojas es la artista de la cárcel: canta, baila, imita y hasta actúa. Y aunque tiene un pequeño papel en la obra dice que le echará muchas ganas. También participa en el Vía Crucis donde interpretará a Verónica.

Cuando Rosa sabe de algún festival o cualquier actividad, ella misma se apunta. Lleva dos años y dos meses en prisión, además de adicta vendía droga, fue acusada de delitos contra la vida y la salud.

Aunque aún no sabe cuándo saldrá libre, Rosa está tranquila. Al principio fue difícil estar en prisión pero finalmente la ayudó a salir de las drogas: “con las actividades en que participo se me olvidan todas esas cosas, antes me metía de todo”.

Desde que está en prisión aprendió a acercarse a Dios. Antes ni por error iba a la Iglesia, pero ahora todos los días reza y le pide que sus hijas se encuentren bien aunque estén lejos de ella. Las extraña pero ha aprendido a refugiarse en la amistad y el cariño de sus compañeros, por eso no se siente sola.

La alegría y la indisciplina en una sola persona

Pompeyo de Jesús Delgado es el alma de la obra. Dice que le gusta ser entusiasta y alegre. La amargura y la tristeza no se hicieron para él. Asegura que dentro de prisión puede ser feliz porque la libertad está dentro de uno mismo y no termina con unas paredes.

“Si uno quiere puede ser libre, una forma es tratando de ayudar a los demás y hacer lo posible para salir adelante lo más que se pueda”.

Pompeyo lleva tres años nueve meses en prisión. Su sentencia por delitos contra la salud fue de cinco años pero no sabe cuándo saldrá. Desde que está en la cárcel participa en todo tipo de eventos: pastorelas, festivales. También es monaguillo en la Iglesia.

A pesar de ensayar todos los días Pompeyo no se logra identificar con su personaje: Herodes. Dice que fue un hombre soberbio y agresivo, además trató mal a Jesús, por eso le ha costado acoplarse al papel. No va con su personalidad.

Además de ser el alma de la obra, Pompeyo ha sido un dolor de cabeza para el director. Es indisciplinado, juguetón y no le gusta que le llamen a cada rato la atención, por eso ha tenido algunos problemas con Javier.

Sin embargo trata de dar lo mejor de sí, también ha aprendido a ser tolerante y paciente: “la gente de afuera no debe pensar que todo es malo aquí dentro porque podrá ser una prisión pero también es un centro de rehabilitación si uno quiere. La cárcel es dolor y tristeza, pero aprendes a valorar las cosas para el día de mañana no volver a cometer los mismo errores”.

El sacrificio y la soledad

Nunca se deja crecer la barba, pero para interpretar a Jesús hizo ese pequeño sacrificio. José Rodríguez asegura que todos sus ensayos los dedica a la paz del mundo, pues le inquieta que tantas personas mueran en una guerra.

Además de encarnar a Cristo en la obra, también participa en el Vía Crucis, el cual dice, lo dedica a los niños de la calle y a la gente humilde.

José fue condenado a diez años de prisión por delitos contra la salud, le faltan dos para salir libre. Dice que todo este tiempo ha sido muy difícil para él porque casi no ve a su madre, a quien ha aprendido a valorar por sobre todas las cosas porque antes nunca fue capaz siquiera de darle un beso.

Los días de visitas son los más difíciles para José. No tiene esposa ni hijos, su madre vive en Michoacán, de donde es originario y no puede visitarlo tan seguido: “ es feo, veo cómo los demás reciben a sus familias y uno aquí solo, me arrepiento de muchas cosas”.

Por su papel, José ha tenido que soportar la “carrilla” de sus compañeros, pero para evitar problemas prefiere quedarse callado ante las burlas. A través de su personaje trata de ser mejor persona pero cuando alcance la libertad, vivir de una manera diferente. Al menos eso es lo que todos los presos intentan al participar en una obra como El Juicio Político.

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