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En cuanto terminen

Cecilia Lavalle

En la vida no siempre es fácil tratar de ubicar los acontecimientos en su justa dimensión. Esto se antoja particularmente difícil cuando de política se trata. Claro, se pone peor si acaba de terminar una contienda electoral. El que gana magnifica su triunfo y la derrota del contrario. El que pierde minimiza su derrota y el triunfo del contrario. Es comprensible. Y no es que yo quiera distraerlos de tan importantes menesteres, pero me parece que van siendo cada vez más quienes quieren entender, sin aspavientos ni supiritacos, los resultados de las pasadas elecciones. Yo estoy en esas filas y a lo largo de la semana he leído cosas interesantes que me gustaría comentar con ustedes.

Vamos a empezar con los perdedores. Parece que la mayoría coincide en que los grandes derrotados el seis de julio fueron el gobierno del presidente Fox y el Partido Acción Nacional. Y sí, pero no tanto por un asunto de cantidad. En un esclarecedor artículo, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa (“Ganar y Perder”) compara los resultados no con la elección del 2000, sino con la del 1997, porque, en efecto, la del 2000 fue también presidencial y, si queremos ecuanimidad, de entrada hay que comparar entre supuestos iguales, esto es, entre contiendas en las que sólo se haya elegido a legisladores. Visto así nos damos cuenta que en realidad el PAN ganó alrededor de 30 curules en comparación con las que tenía en 1997. Además comparar con la elección del 2000 es tramposo, porque fue una elección atípica, donde la concepción del “voto útil” (votar por el candidato que realmente podía derrotar al PRI) le dio más votos que nunca al blanquiazul, pero no de simpatizantes de su partido, acaso ni siquiera de simpatizantes de Vicente Fox, sino de quienes estábamos hartos del partido que había secuestrado la silla presidencial.

Ahora bien, si no es un asunto de cantidad, entonces es de calidad. Sin tomar en cuenta las distintas elecciones locales –donde desde luego hubo pérdidas importantes para este partido que tienen particulares explicaciones- el asunto es que la ciudadanía no le refrendó la confianza prestada en el 2000, ni a ese partido ni al Presidente. Así lo leemos muchos y muchas, salvo, claro, ese partido y el Presidente.

Y, por esta vez, bien harían en escuchar con atención la manera en que el pueblo los está percibiendo. A lo mejor no tenemos razón, pero ¡sorpresa! somos los que en las urnas decidimos –por acción u omisión- quién avanza y quién no. Así que nada más que terminen de justificarse bien harían en escuchar.

Toca el turno a los ganadores. Sin duda hay una amplia coincidencia en que el gran triunfador de la pasada contienda electoral fue el Partido Revolucionario Institucional. Y sí, pero nuevamente no tanto por un asunto de cantidad. Atinadamente Granados Chapa observa que el PRI no retomó el control de la Cámara, mismo que perdió en 1997 y además tiene una decena de diputados menos que los que tenía en ese año. Por si fuera poco y sin calcular el crecimiento del padrón electoral, tuvo dos millones de votos menos de los que obtuvo en el 1997. Su triunfo, que no regateo, es entonces también una cuestión de calidad. En las primeras elecciones sin la tutela presidencial lograron una importante mayoría en la Cámara y demuestran que tienen una indiscutible presencia a nivel nacional. Ahora bien, de eso a que estén de nuevo despachando en Los Pinos, hay una enorme distancia. Para empezar hay tres años, en los cuales su actuación en el Congreso va a ser determinante. ¿Por qué? Porque si volvemos a percibir que hay parálisis legislativa tenemos a quién cargarle el muerto. Los analistas señalan que sólo el PRI en alianza con los partidos chicos pueden sacar una serie de acuerdos sin importar mayormente lo que digan los otros dos grandes. Podría, por ejemplo, pasar el presupuesto de Egresos sin consentimiento del PAN y del PRD. Más aún, si en algún asunto se unen el PRI, el PRD y los chicos, tienen mayoría calificada; es decir, podrían reformar la Constitución si quisieran. Claro en este último supuesto faltaría la voz del Senado (de mayoría priista, por cierto), pero de que es un escenario posible, lo es. Con esta cierta holgura, va ser muy interesante ver cómo maneja el asunto de la reforma electoral; porque si hay un clamor en estos momentos éste es en el sentido de ponerle un alto a los insultantes costos de nuestra democracia. Nada más que no hay que olvidar que el PRI va a tener que pagar una multa millonaria por lo del famoso Pemexgate y una reforma en este sentido recortaría drásticamente sus privilegios. A eso súmele que muchas y muchos no nos creemos el cuento de que ahora sí ya aprendieron la lección y que ahora sí están contra la corrupción y la impunidad y que ahora sí la patria es primero. Si finalmente para el triunfo o fracaso de un partido en las elecciones lo que cuenta es la percepción ciudadana, ya nada más que terminen de festejar y probarse los nuevos modelos de banda presidencial, bien harían en poner mucha atención en lo que la ciudadanía está demandando, porque ya aprendimos que nuestro voto sirve. Y ya los hicimos a un lado una vez, podemos hacerlo otra.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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