Un fenómeno frecuente en los hogares y oficinas del sector moderno de la sociedad, la reproducción de discos, videos y otras piezas semejantes, además de generar un problema ético a los usuarios, es causa también de conflictos en la industria cultural. Por una parte, los adelantos tecnológicos facilitan la reproducción privada y ello permite un auge industrial. Pero esa prosperidad se logra con detrimento de quienes crean o interpretan los contenidos de lo reproducido sin derecho que, por ello, no causa el pago de las regalías que toda obra protegida debe rendir.
Una reforma legal en curso en el Congreso mexicano, para enfrentar el uso indebido de creaciones intelectuales y artísticas, mediante una cuota compensatoria cubierta por los empresarios que alientan la reproducción privada, ha abierto un litigio entre autores (y creadores en general) y las empresas que fabrican aparatos de reproducción y sus insumos. La reforma ha sido promovida por los primeros y combatida por los segundos. Asiste la razón a los creadores. A tal punto es así que los productores tienen que recurrir a inexactitudes y apreciaciones carentes de veracidad. Eso ocurre en cuanto al fomento a la piratería, en que cabalmente es infundada la argumentación empresarial.
Hace tiempo largo se propuso que las empresas que producen fotocopiadoras pagaran un derecho, ante la frecuencia con que sus equipos se utilizan para reproducir libros y otros impresos, que constituyen la base de un comercio clandestino. Ese mismo fenómeno, en mayores dimensiones aun, aparece en la industria electrónica con la posibilidad técnica creciente de quemar discos, sistema de reproducción de que se ufana la nueva tecnología.
A juicio de diversas cámaras y asociaciones de fabricantes, la reforma legal no sólo encarecería los aparatos y los medios impresos o vírgenes sino que “fomentaría y legitimaría la piratería al permitir que mediante el pago de una cuota compensatoria se reproduzcan y copien indiscriminadamente las obras autorales”. Los creadores contestan que ocurriría precisamente al contrario: “En realidad la piratería se fomenta con la tecnología, y más cuando la propia industria promueve sus productos diciendo: Ya no compres discos, reproduce la música que quieras con el quemador integrado que trae tu computadora”.
La respuesta es exagerada en la forma pero cierta en el fondo. Ninguna publicidad se atreve a decir con tal contundencia “ya no compres discos”. Y no todos los materiales “quemados” en la computadora están disponibles para los usuarios, por lo que no en todos los casos se genera una disminución de las posibilidades de venta de un producto y el correspondiente pago de las regalías debidas. Pero en términos generales las nuevas técnicas permiten eludir el pago por el uso de obras registradas.
Por eso los creadores palian su razonamiento inicial con estas consideraciones: “Los autores y artistas no estamos contra la tecnología. Por el contrario, estamos de acuerdo en que la industria venda esos quemadores integrados, lo mismo que los compactadores electrónicos llamados MP3 y toda clase de soportes materiales o electrónicos susceptibles de reproducir una obra. Sin embargo, es necesario que la industria que promueve esta tecnología pague en México, como ya lo hace en los países más desarrollados una cantidad compensatoria por el potencial de obras que se reproducirán en el ámbito privado con dicha tecnología”.
Ese mecanismo, alegan los creadores, no inhibe ni prohíbe el uso privado de las copias no autorizadas. “Con reforma o sin reforma de ley, esta reproducción privada continuará indiscriminadamente. El pago compensatorio que se pretende no inhibe ni fomenta la reproducción, pues únicamente compensa la reproducción que ya se realiza”.
Otro aspecto del diferendo de que hablamos es el modo en que se haría llegar la cuota compensatoria a los autores. La reforma promueve para ese fin la participación de las sociedades autorales, que son precisamente las defensoras del procedimiento recogido en la reforma legal. Para los empresarios, ese mecanismo atenta “contra el derecho de libre asociación de que hoy gozan los autores imponiéndoles la gestión obligatoria de los derechos derivados de la utilización de sus obras a través de una sociedad de gestión colectiva”. Los creadores lo niegan. No se atenta contra la libre asociación, argumentan, “porque como su nombre lo indica se trata de un derecho que sólo puede practicarse colectivamente, pues de no ejercitarse a través de una sociedad de gestión colectiva, sería imposible que cada artista o autor que ha grabado obra, voz o imagen, en lo individual, acudiera casa por casa, negocio por negocio, industria por industria, para cobrar ese derecho”.
La posición de los creadores pasa de argumentar a polemizar, y aun a las acusaciones. Interpretan: “El mensaje que manda la industria en su panfleto es muy claro: ¡viva la libertad individual de los artistas para que no nos puedan cobrar!”. Y añaden que esos empresarios ven “a los creadores y creativos como simples objetos de divertimento, pintorescos bohemios que, en el mejor de los casos, nos llaman materia prima. Para ellos, el artista debe vivir del aplauso. Dicen que la pobreza nos da inspiración”.
Además de hacer llegar sus posiciones a los legisladores, ambas partes las han hecho conocer a la opinión pública. Otros temas en pugna reciben tratamiento semejante. Es una saludable apertura, digna de aplauso.