Arturo González González
TORREÓN, COAH.- El silbato se escucha cada vez más fuerte conforme la locomotora se acerca. La luz frontal compite con el sol del mediodía y el crujir de los fierros parece despertar a los durmientes hasta que vuelve a reinar la inmovilidad. De entre los vagones aparece José González Ramírez, quien lleva 23 años trabajando como maquinista para una empresa ferroviaria nacional, y hoy vuelve a su casa a descansar después de haber cumplido su labor: mover flete de una ciudad a otra.
“Ahora sí que nosotros estamos como los futbolistas, nos pagan por hacer lo que nos gusta... me encanta mi trabajo” dice sonriente.
Y es que, según cuenta, prácticamente creció entre los trenes: su papá, su abuelo y sus tíos, todos eran ferrocarrileros.
“Mi abuelo fue ayudante de maquinista allá por 1930 ó 40”, recuerda José, con sus 48 años de edad y su rostro moreno cubierto con gafas y un abundante bigote negro.
Aunque es originario de Gómez Palacio, hoy radica en Torreón con su familia, en la colonia Residencial del Norte.
Gran parte de sus días José está viajando, ya sea a Monterrey, Nuevo León, Ciudad Frontera, Coahuila o Felipe Pescador, Zacatecas. “Transportamos mercancías, de todo... hasta materiales peligrosos como cloro, amoníaco” señala.
José González ha ido aprendiendo el oficio desde que estaba en la escuela, “en Transportes”, dice. Pero para llegar a ser maquinista tuvo que desempeñarse como “similar en locomotoras, ayudante de maquinista de patio, maquinista de patio, ayudante de maquinista de camino y hasta maquinista de camino” que es la labor que él desempeña ahora.
Desde que comenzó, confiesa que ha conducido locomotoras de diesel, “nada más que se han ido modernizando: están computarizadas, ya los caballos de fuerza han aumentado mucho, ahorita movemos máquinas de 4 mil 500 hp”.
Hoy, solo se le permite trasladar hasta 120 vagones, pero no siempre ha sido así. “Cuando estaba la paraestatal manejábamos hasta 180 o 200 carros... pero para eso necesitas dos o tres máquinas”. Cerca de 8 mil toneladas están bajo su responsabilidad.
Su voz es pausada, fuerte y clara cuando rememora algunas experiencias que le han tocado: “aquí lo que lo marca a uno son los accidentes que tiene uno con los muebles que se atraviesan en las carreteras, en los cruceros... o los descarrilamientos o choques con otros trenes, los cuales, gracias a Dios, no he tenido muchos”. Y todo eso le hace poner más empeño en su trabajo, “cuidarnos más”.
Cuenta con tristeza que uno de sus hijos sufrió un percance, el cual le impidió seguir trabajando en los ferrocarriles. “Fue un descarrilamiento que tuvieron allá por Chihuahua y a raíz de eso, pues se perdió la relación laboral, ahora trabaja en otra cosa” y la última frase se pierde entre el rechinar y el golpeteo de los metales.
José, como todos los maquinistas, no tiene un horario fijo, “podemos salir a cualquier hora de la noche, de la madrugada, dependiendo de lo que nos toque, sea día festivo... para nosotros no hay navidad, año nuevo, nada de eso... nosotros debemos estar listos a la hora en que nos llamen”.
No obstante, el descanso es muy importante. Después de cada viaje de ida y vuelta, los maquinistas deben esperar un mínimo de 96 horas antes de volver a partir. “En una semana, hacemos un promedio de dos viajes y medio, dependiendo de la cantidad de flete que se maneje” expresa.
¿Está pesado el trabajo?
—Pues, lo que sí resiente uno son las desveladas... de ahí en más, todo está tranquilo.
Mientras esto responde, otro maquinista se dispone a salir, por lo que se somete al chequeo médico previo a su partida.
Atentamente, José observa el movimiento de las máquinas, los preparativos del tren de doce y media.
“Cuando uno sabe que le va a tocar salida, pues, a dormir lo más que pueda en su domicilio; un baño, preparar unos alimentos y a trabajar” declara. Luego, al llegar a los talleres, recibe las locomotoras para después engancharlas a los carros. Los doctores “nos checan la presión arterial, nuestros signos vitales, todo eso”.
De la máquina hay que revisar el diesel, el nivel de aceite, los compresores, el sistema de enfriamiento, que no haya fugas ni fierros sueltos y, en general, cualquier cosa que ponga el riesgo el trayecto.
¿Qué es lo que más le gusta de lo que hace?
—Cada viaje es diferente, no hay viajes iguales. Siempre los trenes no se manejan de una misma manera, siempre hay que buscarle una nueva forma. Usted siente la sensación de poder controlar el tren, hasta que usted diga ‘ahora sí este ya es mío’... eso es lo bonito. La satisfacción de cumplir con el cometido que le da la empresa.
José González hace una pausa y luego atiende el llamado de su biper. “Mire” dice “aquí ya me están diciendo que me puedo ir a descansar”. Y enseña el mensaje recibido. Luego, brinca las vías, cruza entre los vagones, respira su vida y se despide: “en esto voy a seguir hasta que pueda”.