Por Gabriel Bauducco
México, DF.- Jacobo Zabludovsky es la cara del periodismo en televisión, desde hace casi 50 años, cuando ese medio empezó en México.
Después de una vida de estar dentro de Televisa, haber sido el hombre que manejaba las noticias en el pulpo mediático más grande del país y de haber creado la cadena internacional ECO, Jacobo pareció retirarse a los cuarteles de invierno. Y muchos meses después, cuando nadie lo esperaba, Zabludovsky regresó.
Marcó su retorno al sentarse frente a los micrófonos de Radio Centro. Desde entonces, conduce diariamente el programa “De una a tres”.
n Mucha gente piensa que está usted cambiando, siendo menos formal,
más des-acartonado.
Esa es una apreciación muy acertada, porque, en efecto. Eso es verdad.
n ¿Y a qué se debe?
A que el país completo ha cambiado. Tenemos ahora una nación más abierta, que permite voces plurales. Por lo menos más que hace 30 años. Y, además, yo cambié de medio. La televisión era un espacio muy restringido en cuanto a lo que se podía decir. Había un poco de presión oficial y también una censura interna. Y todos los periodistas operábamos dentro de los márgenes que esa situación permitía.
n ¿Cómo era eso?
Un sistema en el que “todos” los periodistas observábamos las reglas del juego. Ahora hay muchas voces que se levantan y critican la conducta de algunos periodistas. Pero habría que ir a la panza de las hemerotecas para ver que todo el mundo actuaba de la misma manera. Todos. Esa es la verdad. Incluso los que ahora critican. Creo que las escuelas de periodismo deberían hacer un estudio profundo de la actitud de los medios en la segunda mitad del siglo veinte.
n ¿Qué es lo que se podía y lo que no se podía decir?
El único partido político manejaba los tres poderes de la federación. Y con eso está todo dicho. Pero, déjame decirte que en cierta época se creía que eso era bueno, adecuado. Y los más serios pensadores dejaron testimonio de ese aplauso de apoyo.
n Hay gente que piensa que eso se parece bastante
a un régimen fascista.
Eso es exagerado. Está completamente fuera de la realidad. No había un régimen sistematizado de supresión física.
n Afortunadamente. Pero
sí había un sistema de propaganda. A eso me
refería.
Había una liga entre las empresas de comunicación y difusión masiva y las autoridades gubernamentales. Un entendimiento que se manifestaba en el contenido de los medios.
n ¿Cómo era ejercer el
periodismo en estos
términos?
Era... en lo político era sujetarse a las fórmulas. Unas fórmulas que cambiaban de matices de acuerdo a quién gobernara en cada sexenio.
n Eso significaba una
parcialidad en las noticias.
Sí, en cierta forma, sí.
n A ver, ¿era usted parcial?
Mira... yo, igual que todos lo que trabajábamos en la empresa que ahora se llama Televisa, me sujetaba a los líneamientos.
n ¿No podemos hablar de
situaciones concretas?
No recuerdo ninguna. Repito, era un lineamiento general.
n ¿Usted estaba conforme con eso?
Aceptaba esa realidad. Hay que tener en cuenta las circunstancias en las que eso sucedía.
n ¿Se arrepiente?
No. Finalmente, yo hacía lo que creía que había qué hacer.
n ¿Creía usted que eso
era buen periodismo?
Creía que era el periodismo que se podía ejercer dentro de los límites que había. Y creía que lo hacía lo mejor posible.
n ¿Fue oportuno que usted terminara con el programa “24 horas”?
Sí, fue bueno. A mí me habían diagnosticado cáncer y tuve que someterme a una serie de operaciones muy complicadas. Era uno de los programas de noticias más viejos del mundo. Y yo tenía esos problemas físicos. Todo indicaba que debíamos cerrar ese ciclo. Dos años después me fui de Televisa. Y, de veras, creo que todo ha sido para bien.
n Cuando usted salió de
Televisa y no estuvo
a la semana siguiente
trabajando en otra parte, mucha gente pensó que se trataba de su retiro. Y por eso ahora se pregunta por qué regresa.
Es que eso es algo que yo no acepto. No me retiré. Y además no lo acepto porque nadie que esté sin trabajar durante un año puede considerarse retirado, sobre todo cuando se trata de los medios de comunicación. Me fui de Televisa, no del oficio. Seguí trabajando en la escritura de mis memorias, pero, como no me morí, tuve que agregarle capítulos (lanza una carcajada). Y también me dediqué a instalar esta oficina. Porque cuando me fui de la televisora no tenía yo dónde ir... había estado toda la vida ahí. Me llevó varios meses que este lugar quedara como yo quería.
n Yo le voy a decir nombres de tangos —que le gustan tanto— y usted me dice qué siente, ¿de acuerdo?
Me gusta la idea.
n “Uno”
(Mariano) Mores y (Enrique Santos) Discépolo.
n No haga trampas, don
Jacobo, en qué piensa
con este tango.
Una vez estaba yo muy angustiado por una cuestión que yo creí que me iba a perjudicar mucho.
n ¿Qué cuestión?
Un acontecimiento, un hecho (otra vez se escapa)... Y me encontré con un amigo al que le conté lo que me iba a pasar. Él me recordó un fragmento de la letra de ese tango: “hay que vivir sin presentir”. Entonces entendí que yo me estaba haciendo bolas antes de que nada me pasara. Y desde ese momento dejé de preocuparme por aquel problema.
n Es usted muy reacio a
hablar de hechos
puntuales. Sobre
cualquier asunto prefiere contar el entorno más que la situación en sí.
Bueno... esa es apenas tu opinión. Y la respeto. ¿Tienes más tangos?
n Claro: “Arrabal Amargo”
Es bellísimo. Y recuerdo con esto el barrio en el que yo pasé mi infancia, La Merced, que se parece tanto a El Abasto, de Buenos Aires. Mi padre vendía retazos de tela por kilo, en el mercado... luego en una tienda. Fue una niñez muy feliz.
n ¿Era usted pobre?
Sí... pero de eso me di cuenta después. Y fíjate que no sólo mis papas hicieron lo posible para que yo no me sintiera pobre. Era todo el entorno, pues. Vivíamos en una vecindad. Y las otras personas que vivían en las demás casas en torno del patio, disfrutaban de las mismas carencias que nosotros. Había un excusado común en el patio y un lavadero para todos. Cualquier niño cree que así es la vida, porque así vive. Después me di cuenta de que hay otra manera de vivir. Claro que... eso fue después. Pero, mejor sigamos con los tangos.
n “Cambalache”
Es maravilloso, una crítica intemporal, que lo mismo puede haber tenido vigencia hace cuatro mil años que ahora mismo. La prueba es que dice “siglo veinte,”.. el siglo veinte ya pasó. Pero el tango sigue actual, “problemático y febril”.
n ¿Qué siente con él,?
Que no hace falta ser solemne e incomprensible para penetrar en los problemas sociales y económicos que afectan a los pueblos. Esa es la lección de (Enrique Santos) Discépolo.
n “Cuartito Azul”
Una demostración que lo que llamamos cursi, si es auténtico, tiene un valor. En la arquitectura decíamos que el Art Nuveau era cursi. Y después hubo una revalorización de su belleza. Y el tango también habla de un estado de ánimo y describe un cuarto, como en “Mi noche triste”.
n “Gira, Gira”
Una letra que retrata una sociedad que busca todo el tiempo, en la ciudad, y en las relaciones humanas. Y eso es lo que siento... girar en una búsqueda, como todos los seres humanos.
n “Balada para un Loco”
Una melodía que se aparta de la vieja guardia y se mete en cuestiones psicológicas, íntimas.
n ¿Conoció a su autor, Astor Piazzola?
Sí. Recuerdo las veces que hablé con él. Siempre me dio la impresión de ser un hombre tímido. Y también muy reacio a las críticas. Si le decías que el suyo era un tango nuevo o que no era tango, él se molestaba mucho pensando que la gente no sabia nada de música y que el suyo era más tango que ningún otro.
n “El Ladrillo”
Uno de los primeros tangos que oí en mi vida. Es una buena descripción, una pintura urbana.
n “Volver”
Recuerdo a (Carlos) Gardel, en esa película en que se lo ve acodado en la baranda de un barco y canta ese tango. “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno” ¡Cuánta poesía!.
n Y habla de “volver con la frente marchita”, Don Jacobo.
También dice “las nieves del tiempo platearon mi sien”. Definitivamente, lo puedo decir por mi.
n Parece que lo dice con melancolía. ¿cómo es ese sentimiento en usted?
Mi melancolía es la de mis padres, de mi hermana, mis amigos, la gente que he perdido. Esa es... tengo muy pocos amigos, ¿sabes? (Por un instante aparece en él un gesto amable, mucho más amable que el resto de la conversación. Y florece también un sentimiento artero. El rostro se puebla por un instante de un halo desolador)
n ¿Por qué?
No lo sé. Y cada vez que pierdo uno me queda un agujero, un hueco profundo. Uno sufre por esas cosas.
n ¿Y por qué otras cosas?
Como todo el mundo, sufro las consecuencias de los contrastes económicos en la población. Eso me provoca una gran angustia. Pienso en que a millones de personas le resulta muy difícil escapar de sus malas habitaciones, de sus malas casas, de sus escasos recursos para las cuestiones más elementales de la vida. La verdad es que soy feliz apenas a ratos. Soy feliz cuando me reúno con mi familia, y cuando puedo salir a caminar por las calles de la ciudad. Me gustan las ciudades. No las playas, los bosques... la ciudad, eso me fascina. Porque las ciudades son un reflejo de quienes las habitan, como un espejo.
n ¿Qué ve cuando se mira a “su” espejo cada mañana?
Un tipo viejo, despeinado, con la barba crecida de la noche anterior
n Si lo dice de esa manera, suena patético.
Pero así es. Me veo, y comienzo a pensar que la luz del baño no me ayuda y le echo la culpa a eso y a mis desveladas. Pero todo eso es inevitable.
n ¿Y cuando mira hacia adentro?
La vida, con todo lo que ellos significa.
n Otra vez juega a escaparse. ¿Cómo “se” ve, don Jacobo?
Mira (hace una pausa interminable)... me resulta tan difícil explicarlo. Creo que lo que me estás preguntando es casi como someterme a un psicoanálisis. Pero... este sillón no una es un chais longe y tú... tú no eres Freud.