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¡Es Navidad!/Las laguneras opinan...

Lucrecia Martínez

Pienso en Navidad y aparte de pensar en la esencia de la Navidad, que es la celebración del nacimiento de Dios hace ya más de 2000 años, es inevitable pensar en el ajetreo que también conlleva esta festividad.

De hecho resultan unas festividades bastante agotadoras si uno se pone a pensar fríamente y no con mucho ánimo navideño. El ir a comprar los regalos es un verdadero dolor de cabeza. Las tiendas están abarrotadas y a alguno que otro le brota lo peor de sí mismo en este estrés. La compra del arbolito de Navidad, si es que se quiere uno natural, es todo un viaje. Desde ir a escogerlo y amarrarlo al techo del coche. Y después atravesar toda la ciudad con un copete verde encima como si hubiésemos hecho turismo por algún bosque a campo traviesa y haber salido de ahí con un souvenir, no precisamente voluntario, del bosque.

Después intente usted meter ese pino que acaba de sacar del bosque (así se llama la tienda donde lo compró) a su casa sin tirar ningún cuadro y adorno. Es casi imposible. Como en la tienda no se veía tan grande y de hecho usted quiso el grande para que se viera desde afuera de su casa, pues lo tiene que volver a sacar (tirando lo que quedó en pie cuando metió el pino) para cortarle un buen cacho de tronco para que ahora sí quepa en la sala de su casa. De ahí, hay que sacar las series de luces del año pasado. Siempre vienen todas lindas en una cajita todas ordenaditas y al año siguiente se convierten en una bola muy parecida a la del estambre. Cada año las hacen menos resistentes, casi se podría decir que son desechables.

Y bueno podríamos seguir y seguir. Haciendo una pausa en todas estas actividades, me pregunto, ¿Por qué hacemos todo esto? ¿Qué entendemos en general por espíritu navideño? Cuando entramos a una casa durante estas festividades y no vemos ningún adorno, es muy probable que pensemos, “en esta casa se tiene, por no decir ningún, poco espíritu navideño. Realmente el espíritu navideño ¿se puede medir por lo adornado que esté nuestra casa o bien por la cantidad de luces que ponemos en los árboles de afuera?

¿Qué sería si comenzáramos a medir el espíritu navideño por lo que durante estas festividades, que son fiestas de celebración y de dar gracias por lo que tenemos, lo midiésemos por lo que hemos hecho por los demás? México es un país muy pobre. Hay mucho que se puede hacer. Hay miles de familias, que pensar en la Navidad, realmente es un dolor de cabeza, algunos por los muchos compromisos que les representa y los otros porque no tendrán nada para sus hijos. Yo siento que la alegría navideña debería ser compartir con los demás lo poco o mucho que tengamos y al hacerlo de ese modo podremos recibir una Navidad en paz con Dios por las muchas bendiciones recibidas

Hace ya algunas semanas escuché por la radio una entrevista que le hicieron a una viejita. Esta señora fue desde ciudad Nezahualcóyotl a la ciudad de México al Zócalo a apoyar una protesta. El entrevistador le preguntó la razón por la cual había ido al Zócalo. Después de explicar el motivo, le preguntaron que qué había desayunado, la señora explicó que no había desayunado nada porque si hubiera desayunado entonces no hubiera tenido dinero para el pasaje de ciudad Neza al Zócalo. ¡Por Dios!

No considero criticable que compremos regalos, que adornemos nuestras casas, claro que no, si se puede, es algo que podemos hacer, pero lo que sí no podemos es olvidarnos de tantas familias mexicanas que esta Navidad no van a tener nada para cenar. Y si tomamos en cuenta la encuesta que sacó Cáritas que arroja unos números de doscientos mil pobres, pues más de la mitad serán niños que no recibirán un solo juguetito esta temporada, que si le agregamos la gran expectativa que se crea con eso del Santaclós, que les trae si se portan bien y a través de esa tradición que hemos creado se concretiza una terrible injusticia hacia toda esa clase marginada de casi todo. Aquí es un buen momento para que nos entre lo cristiano. Y si si usted no es creyente, pues lo patriota y lo solidario, no podemos ser indiferentes, más bien no debemos serlo. El ignorar la pobreza no la elimina y al no comprenderla se acrecienta.

Siento que las celebraciones de Navidad y Año Nuevo nos permiten hacer un recuento de nuestro año en todos los sentidos y tal vez nos encontremos que no tenemos el balance entre lo mío, lo que yo quiero, lo que necesita mi familia, mis padres, hermanos y mi compromiso social que tengo con mi comunidad y con Dios, porque al final lo único que nos llevaremos será lo que hicimos por los demás.

A todos mis amigos y a mis cinco pacientes lectores un fuerte abrazo y una ¡¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD Y QUE EL AÑO NUEVO ESTÉ COLMADO DE BENDICIONES!!!!!!!

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