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Escenario de cambios

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MÉXICO, D.F.- El Teatro de la Ciudad, espejo del devenir artístico y social de México, resalta por la belleza de sus plafones, sus columnas y estructuras elaboradas con mármol, madera y acero al estilo ecléctico y lo ubican como pieza única de la arquitectura antigua.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el Teatro de la Ciudad además de su belleza artística, encierra una buena parte de la historia del país.

El recinto, que ocupa mil 861 metros cuadrados, se ubica en la calle de Donceles 36, en el Centro Histórico, donde inicialmente se construyó el Teatro Xicoténcatl el cual, desde un principio, tuvo múltiples defectos en su estructura.

María de los Ángeles Estrella del Carmen Bonfil y Ferrer, “Esperanza Iris” -creadora de la opereta en América Latina-, ante la idea de crear un escaparate que mostrara lo más granado de las diversas artes escénicas, decidió comprar este inmueble edificado en 1912.

Ante las condiciones que presentaba, la “tiple” mandó derribar el predio y encargó a los arquitectos, Ignacio Capetillo y Federico Mariscal -este último concluyó las obras del Palacio de Bellas Artes-, que se encargarían del diseño y construcción de un nuevo teatro, el cual llevaría su nombre “Esperanza Iris”.

Con esta obra, ambos arquitectos revivieron los estilos clásico, neoclásico y barroco, dando la forma de una herradura al foro, esto con el fin de lograr una buena acústica e isóptica.

En los plafones de yeso dorado, se pintaron, al óleo ligero, alegorías de las distintas artes, divididas en cuatro lunetas. El escenario, construido a base de madera y cubierto con una sustancia especial que lo protege contra incendios, tiene la amplitud de un teatro de primer orden para dar cabida a grandes compañías de ópera, ballet y orquestas sinfónicas.

Los elementos que componen la decoración interior, básicamente son de yeso dorado con cancelería de madera y mosaicos, con aplicaciones de ónix y mármol de Verona. En cuanto al exterior, la fachada ésta dividida en dos partes, el primer nivel presenta cinco puertas, cada una con columnas de estilo corinto protegidas por una fina herrería en los que aparecen unos medallones con las iniciales de la “tiple”.

A los extremos, se ubican dos puertas de madera sobre las cuales se plasmaron un par de esculturas de cantera y, en su base, labrados los nombres de sus constructores, así como la fecha del comienzo de la obra: 15 de mayo de 1917.

De la mano de la historia de México

El 25 de mayo de 1918, época de agitación revolucionaria, el teatro abrió sus puertas. Fue inaugurado por el presidente Venustiano Carranza y rápidamente se convirtió en sinónimo de un recinto cosmopolita, por los cambios importantes que se registraban en él respecto a la forma en que se apreciaba y sentía el espectáculo en México.

Una característica que lo hacía más especial y lo convirtió en el teatro más moderno de la época, era su capacidad para dos mil 400 espectadores, además sus muebles podían ser removidos para convertirlo en un cabaret, llamado en aquella época “Las Mil y Una Noches”.

Tal fue la importancia del recinto, que artistas nacionales e internacionales, con lo mejor de su repertorio, se presentaban en este lugar, antes de llegar a los foros neoyorquinos.

El declive y su renacimiento

Ala muerte de Esperanza Iris, en 1962, el teatro fue abandonado y 14 años después pasó a manos del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF), quien cambió su nombre por el de “Teatro de la Ciudad”. En 1984, cuando se encontraba en remodelación, el inmueble fue dañado en el segundo y tercer piso a causa de un incendio, por lo que tuvo que permanecer cerrado durante dos años.

De 1986 a 1994, se presentaron diversos artistas de reconocida fama nacional e internacional, aunque debido a los problemas que presentaba en su estructura a raíz del incendio, el predio fue nuevamente cerrado y en 1999, se le integró a un programa de restauración por parte del gobierno capitalino.

En dicho programa, se contempló el desmantelamiento del teatro para hacerlo realmente funcional y regresarlo a su forma y decorado original.

Mediante la aplicación de tecnología de punta, se reforzaron todas las estructuras y restauraron decorados, columnas, esculturas, fachada y el plafón central. Asimismo, se redujo su capacidad a mil 400 butacas, además de que se extremaron las medidas de seguridad.

De la misma forma, especialistas del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) restauraron los mármoles y las esculturas de fierro fundido, el piso de madera con diseño parisino, así como las lámparas, los guardapolvos y el plafón central.

Así, el 9 de abril de 2002 el Teatro de la Ciudad fue reinaugurado en el marco del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México.

En esa fecha, el tenor Plácido Domingo ofreció el espectáculo “Viva la Zarzuela”, seguido de otras presentaciones de artistas extranjeros y mexicanos, cumpliendo con el fin de responder a los gustos y la imaginación de los espectadores y ser la caja de resonancia de los cambios que se producen en el arte a nivel mundial a principios del siglo XXI.

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