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¡Ése es mi cuñao...!/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

mañana por la tarde, en el Museo del Desierto, en este Saltillo, el Ayuntamiento entregará la Presea del mismo nombre, con la cual reconoce, desde hace veintiséis años, a los ciudadanos nativos o avecindados que destacan en las ciencias, en las artes, en la filantropía o en el servicio público.

Recibirán la presea cuatro personas vivas y los familiares de dos ya fallecidas. Serán reconocidos: el actor de cine y televisión Rubén Aguirre Fuentes; el jurista José Fuentes García, el agrónomo José Ángel de la Cruz Campa y el artesano textil don José Espiridión Zendejo. Y post mortem, el doctor Gonzalo Valdés Valdés y el ingeniero Óscar Peart Pérez: todos merecidamente.

Me entusiasma el reconocimiento discernido a Rubén Aguirre Fuentesa: Es un gran artista que presume su origen saltillero ante los públicos que lo admiran y creo que, agradecida, la ciudad recompensa su inteligencia, gracia y tenacidad. Además, por una razón personal y entrañable: somos viejos amigos y además tengo la fortuna de ser esposo de su hermana María Elena.

¿Cuándo y dónde conocí a Rubén?... La ocasión es memorable: fue en Parras de la Fuente, en el mes de julio de 1953. Cada año, en agosto, los amigos parrenses y asimilados nos reuníamos con motivo de la Feria de la Uva. De este grupo era nuevo miembro Edmundo Cabello Fuentes, por esa época Juez Civil y Penal. Un día viernes éste nos anunció: “Hoy llega de Torreón mi primo Rubén y lo recibiré con una cena. Los invito”. Hubo aplausos al momento y al día siguiente fuimos a la cena prometida; así que cenamos y luego almorzamos, comimos y volvimos a cenar. A pesar de su juventud Rubén creaba ambientes agradables; era un muchacho vivaz, simpático, de buenas vibras, piernas largas, ágil y fuerte. Pulsaba la guitarra con sensibilidad y hacía gala de un armónico chorro de voz. Se le daban los boleros, los corridos, los pasos dobles, las canciones de los Churumbeles de España; sabía trozos operísticos y entonaba romanzas mexicanas. Había memorizado el “Romancero Gitano” de Federico García Lorca, pero también varios poemas de “La Sangre devota” de Ramón López Velarde. De pronto se hizo popular en el pueblo, como si allí hubiera vivido siempre.

Observador nato, en poco tiempo detectó la posibilidad de establecer un servicio público de transporte Paila-Parras, que no existía entonces. Un buen día fue a Torreón y regresó a conduciendo el Plymouth sedán 1938 de su padre. Lo estacionó frente a la Presidencia Municipal y solicitó permiso al Alcalde para transportar pasajeros de Parras a Paila y viceversa. Como nadie prestaba tal servicio, el Edil autorizó la prueba, que Rubén aprobaría con pericia de taxista; mas no así el automóvil, pues pronto dio signos de obsolescencia. Hubo ocasiones en que, después de pagar la tarifa del viaje, los pasajeros tenían que empujar el vehículo para poder avanzar. De Parras a Paila no era problema; circulaban de bajadita....pero de Paila a Parras Otro día, mientras conducía el “Siete leguas” le dijo un pasajero: “Qué buena llantota va ái...”, antes de que Rubén reaccionara, el auto cayó a tierra por el lado derecho. Era la rueda delantera de su carromato. La descompostura requirió cirugía mayor en Torreón y los parrenses perdimos el autotransporte y al conductor. Ante el desastre mecánico don Rubén Aguirre Flores envió a su hijo a continuar sus estudios de agronomía a Ciudad Juárez.

Inquieto por naturaleza, Rubén no se encerró en las aulas, o en el internado. Muy temprano, los juarenses escuchaban su voz sonora en una popular estación de radio; más tarde lo verían enfundado en un overol de Aeronaves de México moviendo equipajes; por la tarde silbaba mientras recorría las calles rumbo a la escuela y en la noche se atuendaba con un elegante esmoquin de alquiler para anunciar los shows en los centros nocturnos. Para desestresarse, los sábados y domingos organizaba novilladas y las toreaba; e igual actuaba en grupos de teatro experimental.

En ese tiempo su hermana María Elena y yo nos conocimos, nos enamoramos y decidimos casarnos. Rubén asistió a nuestra boda y poco después de los nueve meses visitaría Saltillo para conocer a su primer sobrino.

Coincidentemente, en nuestra siempre escuchada difusora, XESJ, hacía falta un locutor; Rubén solicitó una prueba ante el gerente, Jorge Ruiz Schubert y fue aprobado. Ahí trabajaría más de un año como locutor, reportero y cronista de toros; luego se casó con su guapa novia torreonense, Consuelo de los Reyes. Al regreso del viaje de bodas Rubén recibiría la sorpresa de un ofrecimiento de la XEFB de Monterrey y su estación televisora, el canal Tres. Trabajaría de locutor, pero viajaría a España para filmar y reseñar dos temporadas taurinas en las ferias españolas, con lo cual ganó popularidad. Años después sería reclutado por la emergente competencia regiomontana, el canal Seis, donde trabajó al lado de Arturo Manrique, “El Panzón Panseco”. Rubén Aguirre parecía predestinado a trabajar en la televisión, pues luego recibió invitación para ser productor ejecutivo del canal Ocho del Distrito Federal, donde él y Roberto Gómez Bolaños (a) Chespirito se hicieron amigos.

Los programas del canal Ocho ganaron el primer sitio en los “raitings” y su grupo subió rápido y con enjundia. Pronto los contrató Televisa en exclusiva para el canal Dos.

Nació “El Chavo del Ocho” y desde entonces, hace 40 años, Chespirito y su grupo de actores están constituidos como la diversión preferida de la teleaudiencia, por ser sanos, por provocar alegría y por estimular el pensamiento positivo en los niños, jóvenes y adultos. Cuando hace algunos años se desintegró “El Chavo del Ocho” por la muerte de algunos y la deserción de otros, Rubén Aguirre Fuentes, el “Profesor Jirafales”, organizó su propio espectáculo, con el cual ha obtenido gran éxito en México, Estados Unidos y América Latina. En esos lares Rubén es un ídolo: los niños lo admiran, lo siguen y le brindan la más grata de sus sonrisas, cuando les dibuja una jirafita como autógrafo. (Humberto Moreira, nuestro dinámico alcalde, aún conserva este recuerdo de “Jirafales”). Y como el show incluye “squetchs” en que las mamás del público hacen de “Doña Florinda”, algunas señoras le ofrecen “un cafecito” y se le resbalan “de a deveras”.

Pero Rubén ha sido un hombre ejemplar tanto en la vida artística como en la privada: vive enamorado de su esposa Consuelo y adora a sus siete hijos y a sus dieciséis nietos. Fue siempre un buen hijo y es un cariñoso hermano, tío consentidor y suegro cordial. Obviamente, ya no es aquel muchacho esmirriado que conocí hace cincuenta años, pues el tiempo y la vida le han dado unos kilos de más, pero, ¿sabe por qué?... Rubén tiene un corazón tan grande que, en verdad, necesita mucho espacio para conservarlo. ¡Ése es mi cuñao!...

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