Los ataques terroristas ocurridos el jueves pasado en contra de la embajada de Ingalterra y otras posiciones británicas en Turquía, interpelan al mundo entero sobre la necesidad de frenar la espiral de violencia que amenaza a la humanidad. Los atentados que dejaron un saldo sangriento de cerca de treinta personas muertas y más de cuatrocientas heridas, coincidieron con la visita del Presidente de los Estados Unidos a la Gran Bretaña.
Las manifestaciones de alianza y de solidaridad entre los gobiernos de Washington y Londres se dieron en medio de numerosas muestras de inconformidad que tomaron las calles en repudio a la política belicosa de ambas potencias. Al mismo tiempo, en Iraq continúan los actos de violencia que se traducen en ataques a objetivos militares de las fuerzas de ocupación, que según cada parte se califican como “actos terroristas” o “heróica resistencia a los invasores”.
Resulta obligado que la comunidad internacional en su conjunto se avoque a la racionalización del conflicto a fin de diseñar una estrategia que conduzca al establecimiento de una paz duradera. Lo anterior implica considerar los intereses de las partes involuradas en el conflicto a la luz de criterios de justicia y respeto a la dignidad de las personas y privilegiar el diálogo y la negociación sobre el uso de las armas.
El instrumento idóneo para enfrentar el reto es la Organización de las Naciones Unidas, como foro al que concurren los gobiernos del orbe para garantizar la paz y la cooperación entre los pueblos. El hecho de que tales propósitos hayan resultado fallidos hasta el momento, no debe ser motivo de desánimo ni denuesto en contra del organismo, sino ocasión para que los protagonistas ratifiquen su voluntad de asociación y su compromiso en torno a los fines de la ONU.