Esta tradición oaxaqueña data de los siglos XVIII y XIX
SUN-AEE
OAXACA, OAX.- ¿Qué tal le caería en este momento un chocolate bien caliente, espumoso y sopeado con un rica pieza de pan de yema? Para el desayuno o el almuerzo, la merienda o la cena, no importa el momento ni la hora, en Oaxaca siempre se antoja una taza de chocolate para acompañar penas y alegrías.
Esta tradición se remonta a los siglos XVIII y XIX, cuando la vida social en Oaxaca se hacía a esas horas y en ocasiones se efectuaban tertulias o bailes donde se obsequiaba a los asistentes una taza de chocolate acompañado de bizcochos o mistelas de anís.
En destino, el chocolate de leche o de agua, al gusto del cliente, se sirve en boquianchos tazones de cerámica hechos expresamente para sopear el pan.
Lo que en otras sociedades puede ser de mal gusto o de poca educación, entre los habitantes de esta tierra se ha vuelto parte de un sello distintivo en la forma que acostumbran tomarlo.
Así como los japoneses refinados sorben ruidosamente el té para demostrar sus buenos modales, en Oaxaca debe aceptarse el uso del verbo y la acción de sopear.
Para esas ?sopitas? no pueden faltar las empanadas, bollos, panes de duquesa, pasteles nevados, tortas de nata, bizcochos envinados, panqués y gaznates.
La historia cuenta que el chocolate se servía en jícaras para los sacerdotes y emperadores como Moctezuma.
Como nuestros antepasados indios no conocían el azúcar, las almendras, ni la canela, esta bebida debió sólo batirse en agua y tomarse amarga como es el sabor original del cacao. Se cree que algunas veces la endulzaban con miel de abeja.
Ya en época de la Colonia, el chocolate se popularizó de tal forma que tanto en conventos, almuercerías, fondas, los bodegones y los garitos, donde había quien batiera el chocolate, se atendía la creciente demanda de los adictos a la bebida.
Historiadores oaxaqueños, como Martínez Gracida, han narrado la apacible vida cotidiana de Oaxaca en el siglo XIX, como cuando el reloj de catedral controlaba la vida entera de los habitantes de la ciudad.
Algunos iniciaban sus deberes religiosos a las tres de la mañana para acudir a rezar al templo de Santo Domingo de Guzmán y tomar parte en alguna procesión alrededor del convento.
A estas tempranas prácticas religiosas seguía una taza de reconfortante chocolate. No dudando de la fe religiosa de muchos, algunos probablemente habrán madrugado más por el chocolate que por la devoción.
La Ruta del Cacao
No cabe duda que el ?edén? del sureste ofrece una gran cantidad de opciones para conocer en vivo, y a todo sabor, el proceso y elaboración de la golosina mexicana más famosa en el mundo: El chocolate.
La Ruta del Cacao es una de las mejores formas para conocer la selva donde crece la semilla del cacao. De esta ruta se desprende la Hacienda de la Luz, una antigua hacienda cacaotera que conserva de manera sigilosa la forma artesanal y sencilla de elaborar el exquisito chocolate de Tabasco.
La Hacienda de la Luz es conocida entre los habitantes de la región como la hacienda Wolter, en memoria del doctor Otto Wolter Hayer, un inmigrante alemán que la adquirió a principios de la década de los 30 y la convirtió en una de las primeras haciendas que industrializaron el cacao para fabricar el chocolate, al puro estilo de la región de La Chontalpa.
La hacienda se encuentra abierta al público y alberga desde hace unos meses un pequeño museo dedicado a la historia del chocolate.
La visita a la Hacienda de la Luz permite al visitante adentrarse en los secretos del cacao. Con 50 hectáreas de extensión, el recorrido se divide en dos etapas: Cultivo de la semilla y elaboración.
Primeramente un hermoso jardín da la bienvenida al turista con una gran variedad de plantas tropicales, florales y frutales, algunas verdaderamente exóticas y otras típicas de la región.
Entre las más destacadas se encuentran heliconias, jengibres, árboles de tamarindo, mango, la castaña, así como plantas de vainilla, canela, el hule y la jícara.