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Esta es la UNAM/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Doscientos y tantos años después, la música de Mozart fue vivificada por las matemáticas y la informática de la Universidad Nacional. El genio de Salzburgo, que lo fue no sólo para la música sino para el cálculo, compuso un juego de dados musical, no una pieza para piano sino un generador de valses, un sistema que basado en el azar puede producir un número infinito (palabra que uso con imprecisión profana) de melodías.

El maestro Jorge Velasco incluyó ese juego al programar la 26a. temporada de la Orquesta Sinfónica de Minería. Originalmente abogado —y como tal secretario del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM— y luego pianista y director de orquesta, así como musicólogo —en cuya calidad fue miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la propia universidad—, concitó hace un cuarto de siglo el entusiasmo de los directivos de la Facultad de Ingeniería y de sus más notables ex alumnos, para fundar un conjunto que no estorbara las actividades de la Filarmónica universitaria —de que ya había sido director— sino que, al contrario, la complementara en cierto modo, actuando durante su receso veraniego.

Con la apertura que esa facultad y sus antiguos estudiantes han mostrado hacia la cultura más allá de sus disciplinas propias, como lo muestra la Feria Internacional del Libro de Minería, en ese mismo recinto confiado a su custodia crearon la Academia de Música del Palacio de Minería y la orquesta sinfónica correspondiente.

En mayo del año pasado Velasco acudió al Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS) en solicitud de un programa para computadora que simulara el lanzamiento de los dados. El director de la orquesta no pudo ya interpretar el resultado de su petición. Murió hace exactamente dos semanas, el 5 de agosto, pero no cesó el desempeño de la sinfónica, que por tocar durante julio y agosto se permite reunir a muchos de los mejores atrilistas durante sus vacaciones. Se incluyó el juego mozartiano en el programa del fin de semana pasado, que se dedicó explícitamente al doctor Jaime Constantiner, un médico egresado de la UNAM que puso después sus amplios medios financieros al servicio de causas que él apreciaba, las más de ellas en la propia Universidad Nacional, cuyos conjuntos orquestales se beneficiaron de su generosidad.

El director huésped de la OSM, el maestro León Spierer pidió al doctor Federico O Reilly, director del IIMAS que diera a conocer el propósito del programa. Y aunque en los conciertos no suele haber más intervenciones orales que las de los vocalistas —y cuando se abusa de la palabra el público lo resiente y lo expresa— fueron escuchadas con mucha atención las explicaciones del científico universitario: Se trata, dijo, de “obtener realizaciones del juego de dados (esto es las partituras de valses generados de acuerdo al sistema de azar explicitado por Mozart) pero tratando de mantener en esas simulaciones el carácter de esta obra.

No imagino esta obra presentada en un concierto sin la presencia de los dados ni el misterio asociado usualmente a la selección de los compases de acuerdo al azar. Por ello el programa tiene una representación, lo más realista que se pudo, del procedimiento tal cual fue descrito por Mozart...”Los asistentes al concierto sabatino pudimos ver esa representación gráfica en pantallas que flanqueaban a la orquesta. Conforme al programa de cómputo —compuesto por el maestro Hernando Ortega— “se echaron los dados”, siguiendo las estipulaciones del compositor, que escribió 176 compases numerados sucesivamente y agrupados en 16 conjuntos de once compases cada uno. Los dados, o el programa de cómputo en este caso, indican el número base que combinado con los compases correspondientes generó tres valses, de un minuto de duración cada uno, cuyas partituras impresas al pie del escenario fueron entregadas a cada uno de los miembros de un quinteto de cuerdas (los nombres de cuyos intérpretes no fueron incluidos en el programa de mano, pero encabezados por Spierer).

Con maestría y sencillez al mismo tiempo, tocaron a primera lectura tres obras irrepetibles. Habrá lectores que se pregunten a qué viene esta malinformada crónica de lo ocurrido el sábado por la noche en la sala Nezahualcóyotl, o acaso supongan que los editores erraron al colocar este texto en un espacio destinado habitualmente a hablar de política o de asuntos públicos en general.

Pero no hay error en la selección del tema. Es que al presenciar la combinación de intereses y saberes que hizo a Mozart componer valses dos siglos y pico después de muerto (una fiebre infecciosa se lo llevó el 5 de diciembre de 1791) comprendimos, por si no tuviéramos pruebas bastantes y cotidianas de ello, que eso es la Universidad Nacional. El resultado no fue un simple divertimiento para elegidos, sino una demostración de las calidades que hallan su asiento en la UNAM. Sobresaliente en no pocas áreas de su docencia (como se hace constar en el estudio sobre la enseñanza superior aparecido en el suplemento universitario de Reforma de anteayer domingo), la Universidad Nacional no tiene parangón en lo que corresponde a sus actividades de investigación científica y humanística y de difusión cultural.

El conjunto de sus tareas la ha colocado en el lugar eminente que ocupa en el sistema nacional de educación superior, público y privado, de donde proviene su autoridad para examinar las políticas públicas en un terreno del que depende el futuro nacional.

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