Dado que hoy es 7 de diciembre (y domingo, además), tenía planeado hablar sobre el ataque japonés a Pearl Harbor (que sí, ocurrió en domingo, que creo que fue lo que menos les perdonaron los gringos: despertarlo a uno temprano, a bombazos, el día que se puede levantar a mediodía, ¡eso sí que es una desgraciadez!) y hacer una comparación entre el impacto psicológico que para EUA tuvo ese evento remoto y las consecuencias de los torrazos gemelos de hace dos años. Pero la increíblemente inepta clase política mexicana no nos deja mayor opción que ocuparnos de ella, en vista del daño que le hace al país y lo que todavía está en juego. Así pues, tendremos que abrir las rejas y meternos en el zoológico que configura esa colección de especímenes degenerados, perversos o simplemente tontos que dicen ser nuestros representantes.
1989 fue considerado un Annus Mirabilis, un Año de las Maravillas: así se denominaba en la Edad Media a las temporadas en que ocurrían sucesos sorprendentes y fabulosos. En aquellos entonces, ello tenía que ver con la masiva y no muy grata resurrección de muertos, lluvias de sapos y cosas por el estilo. Hace catorce años, el título se impuso por una serie de eventos que creíamos nunca íbamos a ver en nuestra vida: la rebelión semi-burguesa-estudiantil en China; la caída paulatina de los regímenes del socialismo real en Europa Oriental y el derribo del Muro de Berlín.
Esos regímenes habían sido impuestos por los soviéticos al final de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, su edad fluctuaba entre los 40 y 45 años. Durante ese tiempo habían ejercido el poder de manera más o menos despiadada, sin consentir oposición ni disenso. Pero a toda capillita le llega su fiestecita: en este caso, los vientos de fronda del Glastnost, la apertura a la libertad de expresión que Gorbachov había inaugurado en la URSS tres años antes. Desde principios de 1989 empezaron a dejarse sentir las presiones de las sociedades tanto tiempo mantenidas quietas por la bota comunista y esos regímenes tuvieron que abrirse. El resultado fue el predecible... es decir, el predecible para cualquiera que tuviera un mínimo de sensatez... conjunto en el que no se encontraban los dirigentes comunistas. Cuando en Polonia se convocó a elecciones libres, el Partido Comunista polaco creyó que iba a seguir gobernando, así fuera en coalición con el sindicato independiente Solidaridad; los comunistas checos pensaban que en elecciones abiertas podrían retener el poder. Hoenecker en Alemania Oriental se clavó en la idea de que podría contener la oleada democratizadora, así fuera a punta de macanazos. Todos se equivocaron: en los comicios de junio de 1989 los comunistas polacos obtuvieron 8 de 100 escaños en el Senado, 1 de 200 en la Cámara Baja: fueron arrojados vilmente al basurero de la historia. Algo parecido ocurrió en Checoslovaquia antes de que terminara el año. Hoenecker, a su vez, fue destituido por los mismos jerarcas comunistas, quienes no pudieron impedir la apertura del Muro y el derrumbe de su sistema: al año siguiente, la República Democrática de Alemania dejaba de existir, uniéndose a la Federal. En Romania, Nicolau Ceasescu y su infame mujer fueron fusilados luego de una rebelión popular y un juicio digno de ser filmado por Juan Orol. Total, que luego de cuatro décadas o más, esos regímenes fueron sencillamente borrados del mapa: de los partidos y organizaciones comunistas que durante dos generaciones habían partido el queso, no quedó prácticamente nada. La única excepción ocurrió en Bulgaria, donde los viejos comunistas reencarnaron en neoantiprosocialrevodemócratas o algo así, permitiendo elecciones muy parecidas a las que suelen celebrarse en el estado de Hidalgo. Pero, ¿qué se puede esperar de un pueblo cuya principal contribución a la Humanidad ha sido la leche fermentada?
Total, que cuando las naciones de Europa Oriental pudieron decidir, echaron a patadas a partidos y sistemas que durante décadas los habían condenado al inmovilismo, la represión, el silencio y a escuchar discursos políticos medicinales: servían, sobre todo, como somníferos y vomitivos.
Todo esto viene a cuento porque la historia y el buenazo del pueblo de México sí le concedieron el beneficio de la duda al Partido Revolucionario Institucional, el que más tiempo se sostuvo en el poder en el siglo XX (si consideramos, como dice Lorenzo Meyer, que su égida inició en 1920 con Los Sonorenses, en lo que no le falta razón). Al contrario de lo que le ocurrió a sus contrapartes de Europa Oriental, al PRI se le dio el beneficio de la duda, y aunque hubo un cambio de régimen, no desapareció. Al contrario: siguió manteniendo una presencia importante a nivel local (18 de 31 gubernaturas) y nacional (cuatro de cada diez diputaciones). En realidad sólo había perdido la Presidencia de la República: un golpe durísimo, pero no una condena a la extinción. El pueblo y la historia (ahora sí en ese orden) le dieron una oportunidad de reformarse, poner en orden su casa, romper sus ataduras con el pasado y convertirse en un partido político moderno, lo que no había sido en setenta años. No hay muchos organismos que hayan tenido semejante ventaja.
Además, pese a todo, el PRI forma parte importante de la historia del México contemporáneo, con más defectos y lastres que virtudes y motivos de orgullo, pero en fin: como que aún tenía un papel que jugar. Esperábamos que el tricolor se pusiera las pilas y procediera a su refundación, lejos del nacionalismo revolucionario, el discurso sobado y resobado de la dizque Revolución, la antidemocracia y la verticalidad de lacayos que apestaba (y apesta) a naftalina.
¿Y qué ha hecho el PRI en estos tres años? ¿Reformarse, renovarse, cambiar de piel para renacer como una organización socialdemócrata (que siempre ha dicho ser y nunca ha sido; a los socialdemócratas europeos se les cae la cara de vergüenza ajena cuando algún priista presume de eso), con una ideología adecuada para el siglo XXI, con una oferta política que convenza por su visión del futuro y su autoridad moral (y no por los vitropisos, los tinacos, el lonche-pecsi-y-cachucha repartidos)?
Pues no: ha desperdiciado esa oportunidad de la manera más patética. En vez de mostrarle al país que se equivocó al echarlo del poder, en los últimos tiempos ha probado que no sólo hicimos bien en terminar con su régimen, sino que hicimos mal en dejarlo vivir. Que en lugar de cambiar para volver a ganar, está dispuesto a sacar a relucir sus peores lacras, sus peores defectos y llevarse al país entre las patas. Está demostrando, precisamente, que México le importa muy poco (de hecho, nunca le importó mucho y a las pruebas me remito): lo esencial, lo que lo mueve, su objetivo primordial, es gozar de las prebendas y privilegios del poder, del tamaño y en el ámbito que sea.
Por supuesto, no se podía esperar mucho de una organización que elige como líder a un pillo como Madrazo, hombre doble, ambicioso y sin escrúpulos si los hay y cuya ideología se resume a la búsqueda descarnada y cínica del poder por el poder mismo, así sea sobre un país destrozado por él mismo. Pero uno supondría que éste sabría manejar sus cartas, presentarle a la nación una cara de mínima honestidad (política, intelectual, moral) y esperar que la fatiga por el foxismo y sus expectativas nunca cumplidas hicieran el milagro. Pero no: dando bandazos como barco sin timonel, Madrazo ha arrastrado a su partido al descrédito de una mascarada de quinta, enfrentando (y afrentando) a los priistas (gordillistas o no, ojo) que se han dado cuenta que estamos en el siglo XXI, imponiendo de la manera más burda una postura que la historia ha rebasado desde hace ya mucho. Y además, no le importa que el país se vaya a pique; no le inquieta que México se hunda ante la ausencia de reformas urgentísimas, que el peso se devalúe, que los empleos se vayan a China, que los paisanos arriesguen la vida cruzando la frontera. No, eso no le importa a los dinosaurios del PRI (y del PRD). Lo que les importan son dos cosas: mantener sus privilegios, sus cotos de poder y negarse a admitir que se equivocaron, que la historia los rebasó y que su rancio nacionalismo ya caducó hace rato. Como los regímenes de Europa Oriental, no se dan cuenta que por no cambiar, se pudrieron. El problema aquí es que quieren arrastrar al resto de México en su descomposición, paralizándolo con sus patéticas luchas internas, enarbolando además la muy lamentable bandera de defender a las antiguas vacas sagradas, esqueléticas e inútiles de tan anacrónicas y ordeñadas: Pemex, el corporativismo (que tan estruendosamente fracasó en la mentada ?megamarcha?), el nacionalismo xenofóbico rabón y estulto, el laberinto fiscal que beneficia a ciertos grupos e intereses (no a la ciudadanía en general ni mucho menos ?a los más pobres?), la cerrazón económica... ¿Alguien le ha preguntado al pueblo de México si quiere o no tener más empleos, más electricidad, gasolina más barata, mayor inversión? ¿Por qué entonces el PRI (o una parte de él) se empeña en impedir eso y más? Me temo que lo peor es que realmente se la creen y piensan que alguien les va a agradecer que aún sin la Presidencia puedan seguir frenando el desarrollo de la nación.
¿Qué va a pasar, mientras tanto? Seamos positivos. El escenario optimista es que el PRI finalmente admita lo obvio: que siempre fue una coalición de grupos de poder, cacicazgos regionales y corporativos, y núcleos de intereses diversos, todos unidos en torno al Presidente de la República. Eso, un discurso que se fue añejando y volviéndose inoperante y el reparto de los distintos niveles de poder, era lo que lo mantenía cohesionado. Ya que no hay presidente priista, que su discurso de tan agusanado sencillamente da asco y que muchos ámbitos de poder se tienen que ganar por convencimiento y no por dedazo, lo mejor y más sano para el PRI (y, algo infinitamente más importante, para el país) es que se divida en dos o tres facciones. Después del espectáculo que ha dado estas semanas y el daño que le ha causado a la nación, es lo único decente y digno (sí, creo que hay alguuuunos priistas dignos) que le queda. Algo así ocurrió en 1987 con Cuauhtémoc y Porfirio y el PRI sobrevivió, no sólo como partido, sino clonado en el mismísimo PRD, que cada vez se ve más como un avatar del priismo rancio y atrasado (vean a Cárdenas y Bartlett del brazo, como en mural de Cacaxtla). Quizá lo mejor para la nación sería el surgimiento de tres nuevos partidos: el de los dinosaurios (que podría mantener siglas y colores, total); el de los renovadores hacia adentro y el de los modernizadores, que desecharían sus lastres del siglo XX y entendieran que éste es el XXI. Este último, con ciertos gobernadores a la cabeza, tendría ciertas posibilidades de supervivencia y hasta éxito.
El PRI histórico se está suicidando. No aprovechó los tres años que la nación y el destino le dieron de vida. Y, la verdad, después de lo que ha hecho en estos últimos tiempos, creo que muy poca gente lo va a extrañar. Sólo queda esperar que al menos no desgarre todavía más a la nación que siempre dijo servir. Que deje de estorbar y le abra paso al futuro. Sería su última gracia.
Consejo no pedido para no sentirse barridos al basurero de la historia: Escuchen ?Exotic birds and fruits? de Procol Harum; lean ?La marcha de Radetzky? de Joseph Roth, sobre la decadencia de un régimen caduco (el austrohúngaro); y renten ?Kolya? (1997), dulcísima película checa acerca de la ?Revolución de Terciopelo? de 1989 y de uno de los pocos críos que desmienten el dicho aquél de que ?los niños o propios, o disecados?. Provecho.
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