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Ex Hacienda de Hornos| Ya ni el recuerdo queda

Por Cristal Barrientos Torres

Cuando la ayuda no llega "ni por error".

Por un Tratado, la bonanza terminó cuando apenas comenzaba.

Viesca, Coah.- Ahí donde una vez hubo riqueza y progreso, ya ni el recuerdo queda. Antes Hacienda de Hornos, ahora ejido Venustiano Carranza. Ninguno de sus habitantes es tan viejo para haber vivido los tiempos de bonanza.

Primero un incendio y años después un rayo, fueron los que acabaron con la Hacienda. También la falta de interés por conservar el inmueble donde una vez estuvieron los Talleres de “Hornos” donde fabricaban locomotoras, vagones de ferrocarril y tranvías.

Según el historiador e investigador, Sergio Corona Páez, el precoz despegue industrial encontró varios obstáculos. Primero en la Revolución y posteriormente en los casi desconocidos Tratados de Bucareli, firmados en 1923.

Con la firma, los Estados Unidos reconocieron la legitimidad de los gobiernos posrevolucionarios (particularmente el del general Álvaro Obregón) a cambio de que, entre otras cosas, México renunciara a la fabricación de maquinaria pesada y se comprometiera a comprarla a los industriales de los Estados Unidos.

Gaspar Cuenca Yáñez vive en el ejido Venustiano Carranza. De la Hacienda de Hornos no sabe mucho, sólo lo que la gente mayor dice. Tampoco sabe de tratados ni de industria metal pesada.

Pero Gaspar tiene su propia versión sobre el lugar donde vive. Asegura que las autoridades nunca, “ni por error”, los han ayudado. Por eso muchos se han ido a otros lugares donde puedan encontrar trabajo y escuela para sus hijos.

Y es que la producción de carbón, única fuente de ingresos en esta comunidad, apenas sí da “para mal vivir”.

Desde hace tres años se encarga del cuidado de la iglesia de Santa Ana. Si algún visitante quiere entrar a la capilla debe buscarlo. Es el único que tiene la llave.

Gaspar se queja porque desde hace tres meses el padre no acude a la iglesia para oficiar misa. Tal vez por eso la mayoría optó por convertirse a otra religión. Y es que “los hermanos” sí visitan muy seguido el ejido.

Sergio Corona explica que en la capilla –edificada al igual que la Hacienda por los jesuitas- estaban expuestas a la veneración algunas pinturas del siglo XVIII. Una es de Antonio Torres (1719).

En varias ocasiones, turistas estadounidenses han intentado convencer a los habitantes de Venustiano Carranza de vender las pinturas. Les han ofrecido de todo: desde derrumbar sus casas para construirles unas más grandes, hasta fuertes cantidades de dinero.

Pero Gaspar dice que ni por todo el dinero permitirán que se lleven las ocho pinturas que están en la sacristía de la capilla. Hace años robaron dos, por eso las vigilan celosamente. Asegura que no cederán a las tentaciones.

Entre la capilla y la Hacienda se erguía un faro de observación de hierro, de 80 metros de altura y cuyo campo visual se extendía a 30 kilómetros de distancia. Pero hace 15 años un rayo lo destruyó. Los talleres de fundición ya habían desaparecido a consecuencia de un incendio.

A los desastres naturales se sumó la falta de oportunidades. Por eso la situación en Venustiano Carranza cada vez es peor. El año pasado se descompuso la noria y desde entonces no pueden sembrar. Ahora la principal actividad en la comunidad es la producción de carbón.

Lo venden al precio que sea. Lo importante es ganar algo de dinero para comer.

En la comunidad no hay dónde trabajar, pero aún así Gaspar no entiende por qué muchas familias se han ido del rancho.

-No quieren asistir aquí, por eso casi ya no hay gente.

Todavía no sabe hasta cuándo volverá a funcionar la noria. No tienen dinero para arreglarla y los apoyos del gobierno simplemente no llegan.

Además de la falta de empleo, deben enfrentar otro problema: “el aniego”. La última avenida del Aguanaval, les llegó “hasta el cuello”, pero ni aún así recibieron ayuda.

-El Alcalde nos mandó una despensa de 40 pesos que no duró ni una semana, pero nada más, ni siquiera una cobija.

Y desde “el aniego”, la falta de recursos y de trabajo ha empeorado, los árboles están tan verdes que no los pueden cortar para producir el carbón.

- Cuando se viene “el aniego” las cosas se ponen feas para nosotros. Aquí el gobierno nos tiene olvidados.

Y en medio de las necesidades económicas, los rumores son fuertes: varios aseguran que en la iglesia de Santa Ana, hay un tesoro enterrado.

-Dicen que hay dinero, pero yo no creo. Ahí no hay nada, son puros rumores.

Antes que escarbar, prefieren seguir con la venta de carbón.

En tiempo de frío con cinco toneladas de leña verde producen una de carbón. En tiempo de calor necesitan siete toneladas de leña verde para sacar una de carbón. En esa época trabajan doble.

-Vendemos el carbón a como la gente lo quiera comprar. No podemos regatear el precio por la necesidad que tenemos y sin apoyos, pues está peor.

En Venustiano Carranza, dice Gaspar, cada quién se rasca con sus propias uñas.

- Si vendo la leña como y si no vendo no como nada –y añade-: Al pasito sacamos el sustento.

Para que los niños puedan estudiar es necesario que los maestros se queden a dormir en el rancho porque no pueden llegar e irse todos los días.

-Los maestros llegan el lunes y se van el miércoles para ver a sus familias, luego regresan los jueves para irse el viernes otra vez.

Si los padres, dice Gaspar, quieren que sus hijos sigan estudiando los mandan hasta Viesca, pero hay algunos que no tienen recursos económicos para pagar la combi que los lleva y trae durante los días de clase.

Ésa es la única manera para que los niños puedan aprender algo más que leer y escribir.

Poco interés

Sergio Corona Páez, doctor en historia e investigador del Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, S. J., señala que la industria metal-mecánica de la Comarca Lagunera florece en la Hacienda de Hornos en 1910.

La desaparición de la industria, según Corona Páez, fue por problemas políticos, pues en esa época estaba despegando.

-Muchas industrias sufrieron por la Revolución Mexicana, algunos inversionistas o capitalistas fueron expulsados del país y los que se quedaron sufrieron la invasión de sus predios.

Entonces se detuvo el comercio, pero lo grave para las industrias pesadas nacionales fue la firma entre México y Estados Unidos de los Tratados de Bucareli.

-En los Tratados de Bucareli, el país se comprometía a no fabricar industria pesada sino a importarla de Estados Unidos, eso fue recibido muy mal por las industrias porque de un golpe fueron quitadas de la faz de la Tierra, perdieron razón de ser.

-Y añade: más que la Revolución, lo que aniquiló el florecimiento de esa industria fue la firma de Bucareli.

Respecto a las obras de arte que se encuentran en la iglesia de Santa Ana, señala:

-Para la gente de campo no son obras de arte sino santos a los que les piden favores.

Es en la ciudad en donde se le da importancia a este tipo de expresión artística o arquitectónica, según considera.

-Hay mucha diferencia entre lo antiguo y lo viejo, en los ranchos la gente dice eso no vale nada porque está viejo y en la ciudad las cosas antiguas tienen valor precisamente por eso.

Corona Páez dice que algunas instituciones privadas podrían rescatar las obras de arte.

-Al gobierno sólo le interesa rescatar algo en la medida en que sea un beneficio político.

El pasado

Ireneo Paz –abuelo de Octavio Paz- conoció la Hacienda de Hornos y escribió sobre ella en el Álbum de la Paz y el Trabajo, publicado en México en 1910 para las fiestas del Centenario.

En el Álbum, Ireneo Paz no quiso hablar sobre las vetas minerales ni de los campos productores de algodón y cereales, tampoco de los inmensos rebaños de cabras de la Hacienda.

Su único interés fue investigar sobre los Talleres de Hornos, los cuales fueron creados por el ingeniero Claudio Juan Martínez, de quien Ireneo Paz dijo fue un ejemplo para la juventud.

En el Álbum, el escritor explica que en 1910 la Hacienda de Hornos -ubicada al oriente de la entonces muy joven ciudad de Torreón- se distinguía de entre todas las demás de la nación.

La propiedad fue edificada por los jesuitas, contaba con una casa amueblada. También con la capilla Santa Ana.

Describe que al poniente de la casa principal se levantaban los sorprendentes talleres de fundición de la Hacienda de Hornos donde se fabricaban locomotoras, vagones y tranvías.

Las instalaciones de la factoría estaban distribuidas entre varios departamentos. El primero era el de la fundición del hierro, con un horno de 70 pulgadas que podía fundir piezas hasta de 15 toneladas. Contigua estaba la no menos importante fundición de bronce.

La herrería contaba con 12 yunques con sendas forjas alimentadas con aire por un ventilador conectado con la flecha principal del taller de maquinaria. Había también un martillo de vapor de 800 libras para forjar las piezas grandes.

El taller general de maquinaria estaba montado con la tecnología más avanzada de la época. El torno mayor era de 48 pulgadas de vuelo y de 28 pies entre los centros, mientras que el más pequeño servía para la fabricación de piezas delicadas.

Había prensas hidráulicas de hasta 200 toneladas de presión, sierras circulares, taladros, cepillos, ajustadoras, sierras de banca para metales, desgastadores universales, una “frisadora” (milling machine), con todos sus accesorios, sacabocados, tijeras que de un golpe cortaban en frío barras de acero de cuatro pulgadas “en cuadro”, laminadoras para la fabricación de las calderas, entre otras.

Existía un departamento de carpintería y otro de material rodante para ferrocarriles. A éste eran conducidas todas las piezas fabricadas en los otros departamentos para armar los vagones que ahí se construían y armaban completamente: locomotoras, carros tanque, carros para pasajeros y tranvías.

Los vagones de pasajeros construidos en la Hacienda de Hornos llamaban la atención por los lujosos acabados que contrastaban con la severidad de las sillas individuales de madera, más adecuadas para una oficina que para un vagón de ferrocarril. Los vagones contaban con bombillas para su iluminación.

Algo más le llamó la atención a Ireneo Paz: que todos los obreros eran laguneros de nacimiento, capacitados por el ingeniero –veracruzano- Claudio Juan Martínez. La Hacienda y los talleres de fundición de Hornos le pertenecían.

De la Hacienda y de los Hornos nada queda. Ni los recuerdos porque hasta Cipriano –uno de los más viejos de la comunidad– nada más alcanzó a ver las tapias donde antes estaban los talleres.

Los obreros no pudieron heredarle el oficio a sus hijos. Todo terminó cuando apenas empezaba. Por eso en Venustiano Carranza no les queda más remedio que seguir cortando leña.

Hombre visionario

Según el escritor Ireneo Paz, Claudio Juan Martínez nació en Veracruz el 22 de agosto de 1879. Sus padres fueron acaudalados comerciantes de ese puerto.

Estudió tres años en el Instituto Veracruzano. Luego se mudó con sus padres a la Hacienda de Hornos, recién adquirida por la familia.

El objetivo del ingeniero Martínez era instalar talleres de fundición y ahí construir todas las herramientas que podría requerir la industria nacional. Desde luego, le interesaba romper la dependencia tecnológica del extranjero a la vez que hacía un buen negocio.

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