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Extra(s) ordinarios

Federico Reyes Heroles

Los dos cuerpos se balancean suavemente. Hay viento y un horizonte desnudo los enmarca. Algo menean, como si fueran vacas. Sólo faltaría el muuu. Uno de ellos comienza el diálogo, visten de negro. Se hablan con gran camaradería. “Cooorte” se escucha de pronto. Los regañan y les reclaman que se han movido de su posición original, todo ocurre de lejos. Pero qué sucede, ahora uno de ellos habla por otro, cecea y regaña al primero pero también a sí mismo. Es como un auxiliar de dirección y está mal humorado. Camina sin garbo y muy nervioso. Los otros dos, que en realidad es uno, lo miran enconchados. El furioso auxiliar habla por un walkie talkie que por supuesto no existe, una voz misteriosa da instrucciones y también anda de malas. Pero cómo está este asunto. Hay cuatro personajes que se volverán, ocho, diez, catorce, no sé cuantos y sólo dos personas en la escena.

Aparece una secretaria toda modosa que habla por un micrófono que le cuelga desde la oreja, en realidad es un paliacate. Se mueve con una feminidad odiosa, entrelaza los brazos, cruza las piernas, las caderas van de un lado al otro y los tacones altos y el vestido entallado contrastan con el entorno rural. Trata de hablarles en buen tono mientras el auxiliar pasa bilis. “Va de nuevo”, se filmará una vez más, atrás están el “Popo” y el “Ixta”. De pronto surge un encuadre y los volúmenes se convierten en pantalla que por cierto cambia de tamaño con agilidad fantástica. Estamos en un teatro, pero en realidad es el cine el que nos importa, seguimos la película que se está filmando allí en la campiña morelense, los dos individuos de negro y cara de malhumorados son extras de esa película que dirige el de la voz que se deja auxiliar por el enojón y la empalagosa secretaria. “Cooorte” de nuevo.

Ahora habla un hombre mayor, don Macario, tiene las piernas curvas, como el charrito de PEMEX, es extra “profesional” y de muchos años, hasta filmó Pancho Villa, ya estuvo en escena muchas veces y sabe del valor de estar en “la lata”. Aconseja a los otros dos jóvenes y manda al diablo al auxiliar y a la secretaria. Hablan de La Estrella, así con mayúscula, Karina, no podía ser otro nombre, que anda en las nubes y dicen que pronto filmará una escena, pero no la hemos visto. Comparten unas tortas que, por cierto, se ven buenísimas. Don Macario ha desaparecido cuando uno de ellos le habla al otro de un guión que lleva en una bolsa del holgado pantalón. Quiere que su compañero lo lea, pero el otro es escéptico. En esas estamos cuando de nuevo vienen los gritos porque se va a filmar una escena importante y entonces les piden a todos los extras que son muchos y están mirando de frente, que se acomoden en una determinada posición y finjan ver pasar a la actriz principal a caballo seguida del galán que tampoco aparece. Están en el sol, hace un calor endemoniado y les piden que pongan cara de pueblo feliz, deben estar muy felices, aunque no sea verdad, más bien están fastidiados, pero todo sea por los dólares que caen al día. Por allí surge Curberto un muchacho del pueblo repleto de ilusiones y desilusiones. Porque los padres de unos quieren que sigan siendo campesinos, que se dediquen a cultivar la tierra, que sean igual que ellos, ¿igual de miserables, se preguntan? Pero hay otros que ya se dedican al comercio, por qué no una carnicería y saben que el futuro ya no está en la tierra sino en las ciudades, en algo diferente. Esto es Morelos pero podría ser Irlanda o Escocia, es la misma dolorosa historia. “Cooorte”, no pusieron cara feliz, están felices, deben estarlo por mandato.

Pero ese muchacho, Curberto, a veces se mete cosas y se pone medio raro, se acelera. Atención mejor miremos al otro lado porque va a aparecer nada menos que Karina, qué bárbara, qué guapa, se ha atrevido a ir a la cantina del pueblo, es una rubia esplendorosa, superficial, engreída que se contonea con un cuerpo provocador y se le deja ir a uno de los muchachos que ya fueron vacas y extras y de todo. Él se pone nerviosismo. ¿Qué ocurre? Le coquetea, habla un español odioso con un acento de burla, pero no permite que le hablen nada en inglés porque quiere practicar, ingles nou, españoul porr favour. Él ha pedido unos tacos y quiere que ella coma para no ofender a la mujer que los atiende a diario, mientras se instalan allí. Pero no, Karina sale después de lograr el embobamiento de todos los comensales y lo mejor de todo, ella lo espera por la noche, guau, se le fueron encima y lo pescaron. Por cierto algo pasó con el guión que ya está en el pantalón del amigo que ha prometido leerlo. Y Curberto también anda por allí con problemas.

Llega la noche y ya aparece nuestro amigo, pero primero tiene que pasar por la insultante revisión de un matón, de esos que cuidan a las estrellas. Por fin entra a la habitación instalada justo allí, en pleno valle de caña. Ella estira la pierna que sale de una bata, está tirada sobre una cama y coquetea y coquetea, pero las cosas no van por donde nos imaginamos. Su frivolidad es total. Al día siguiente hay que trabajar y ella queda con un ojo moro que se transforma en piquete de abeja, porque, cómo explicar los hechos. Curberto anda rondando por allí una noche, cuando de pronto le dejan caer los faros de los coches de vigilancia y le ponen una golpiza espantosa, bueno en realidad se la pone él solo. Se trata entonces de la historia de los otros como Curberto, historia de un pueblo como éste que en realidad es cualquier pueblo que ha quedado atrás frente a un mundo enloquecido. “Cooorte”, el director aparece con su imprescindible cachucha e intenta convencerlos de seriedad, pero por allí entre los extras está un impertinente. El director está de malas porque unas nubes se aproximan y hay que filmar una escena única, irrepetible y el pueblo, o sea ellos, los extras, deben aparecer por allí. El auxiliar “gachupín” y la secretaria discuten mientras don Macario y todos los demás observan y reclaman.

Una tragedia está en ciernes, hay un río y unas piedras que se convierten en asesinas involuntarias. Un cuerpo se hunde en las alturas. No seré yo quien delate el final. Vamos a la realidad, Sabina Berman y los tres hermanos Bichir, Bruno, Demian y Odiseo han logrado una extraordinaria puesta en escena de Stones in his Pockets de Marie Jones. Un teatro a la altura del mejor del mundo que sirve de acicate para recordarnos lo que los mexicanos podemos hacer con seriedad y trabajo. Felicitaciones, ojalá y su empeño y profesionalismo sean contagiosos. EXTRAS..., no se la pierdan.

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