En la historia mexicana hay términos contrapuestos desde siempre: por ejemplo el federalismo y el centralismo. De tradición los liberales mexicanos han sido federalistas y los conservadores centralistas. Nuestro siglo XIX muestra, como en una pelicula cinematográfica, las secuencias de las ideas políticas imbricadas en el largo proceso de construir una nacionalidad, el cual, por desgracia, no podemos considerar concluido en el siglo XXI..
Es importante el federalismo como fórmula de concertación política nacional. Responde a un modelo de organización política y económica del Estado constantemente probado en todo el mundo. Los estudiosos del sistema federal lo reputan como el mejor; pero quienes propugnan por el centralismo dicen al revés: éste resulta superior en eficiencia administrativa y control de la sociedad.
Los mexicanos hemos andado del tingo al tango en nuestro sistema político. Fuimos ab-origen un imperio; luego la monarquía española nos conquistó y aherrojó nuestras libertades durante 300 largos años; le reclamamos nuestra independencia y la obtuvimos once años después de habernos declarado en insurgencia como país soberano y libre; después probamos un imperio criollo; luego catamos el federalismo yanqui; después el centralismo y más tarde pusimos nuestra fe inocente en una alteza serenísima que vendió la mitad del territorio nacional a los Estados Unidos.
En 1857 tuvimos una completa carta constitucional. Sufrimos invasiones desde el Norte y ultramar. Nos gobernó un austriaco. Lo fusilamos en Querétaro y ganamos libertad y soberanía, que poco después hipotecó el general Díaz a cambio de la paz. Entonces quisimos democracia y pusimos a Francisco I. Madero en la presidencia de la República. Lo asesinaron y vivimos un largo período de inestabilidad, desde Carranza en 1914 hasta la primera reelección de Álvaro Obregón en 1928. Se creó el Partido Nacional Revolucionario y fuimos construyendo, ahora sí, el México moderno anhelado. Pero a fines de siglo nos dio por soñar con la democracia y la efectividad del voto ciudadano; así que henos aquí, gobernado por un producto mercadotécnico de dichos sueños. La etiqueta dice que se llama Vicente Fox y es el primer estadista en el mundo que pudo ganar una presidencia nacional por la vía de la mercadotecnia.
El colmo es que a casi 200 años de nuestro grito de insurgencia por la independencia mexicana, todavía no sabemos cómo es el federalismo, a pesar de que nuestro sistema político sea, precisamente, federalista. Esto debe preocuparnos, sobre todo ahora qué, con el gambito de esa palabra, el federalismo, estamos a punto de sufrir una vez más la sumisión de las entidades federativas ante un gobierno de voluntad centralista y conservadora.
Todos sabemos que el petróleo es un vigoroso soporte de nuestro sistema fiscal, tanto por lo que en impuestos le paga al Poder Ejecutivo Federal como por los recursos que le aporta Pemex cuando, como ahora, el precio del crudo alcanza valores muy por encima de los normales. Estos se depositan en un fondo especial dedicado, casi en exclusiva, a fortalecer el valor del peso mexicano, tan inválido a veces ante el poderoso dólar. Miles de millones de dólares están allí, hoy día, a la espera de un destino, el mejor que pudieran tener. Vale decir, la construcción de obras públicas distintas que reclaman las entidades federativas de la República.
Se necesitan vialidades modernas, carreteras que comuniquen a nuestras regiones entre sí y con los vecinos paises del Norte y del Sur. Nos urge modernizar nuestro sistema de transporte público y adecuar, al mismo tiempo, las rúas urbanas para dar cabida al crecimiento demográfico de las poblaciones. Requerimos de hospitales modernos, centros de atención a la salud de los mexicanos de todas las regiones, escuelas primarias, de educación media e instituciones para la enseñanza superior. Obras de afloramiento y conducción de agua potable, de alcantarillado, de producción de energía y alumbrado público. Tenemos todas esas necesidades porque llevamos más de treinta años en crisis económicas recurrentes durante las cuales hemos flotado, solamente flotado, para sobrevivir. ¿Por qué no invertir ese dinero, poco o mucho, en rescatar los rezagos de obras diversas que hoy adolece nuestra sociedad?
Los gobernadores de las entidades federativas lo propusieron al Presidente Fox y éste, con sensibilidad social, aceptó el envite y anunció que dedicaría parte del fondo integrado por el excedente de los ingresos petroleros para apoyar la obra pública de los gobiernos estatales. Pero siempre hay un pero la Secretaría de Hacienda determinó la forma de pagar dicho apoyo. Primero los gobiernos deberán presentar su solicitud para los proyectos de que se trate. Autorizado éste e iniciada la obra respectiva, tendrán dos días hábiles de anticipación para poder solicitar el pago de los avances que registre; pero el dinero no pasará por las arcas estatales, sino que será girado via electrónica a la cuenta de cheques de los contratistas.
El Gobierno Federal y sus aduladores han presentado este sistema de apoyo a la infraestructura de los estados como un logro maravilloso del nuevo federalismo mexicano, cuando en realidad sólo es un procedimiento centralista mil por mil. Los gobernadores tendrán que someter sus proyectos y necesidades al Presidente de la República. Si éste los aprueba tendrán que hacer fila ante Hacienda para los valide como parte del Fideicomiso creado en Banobras. Y luego los secretarios particulares de los Ejecutivos estatales vigorizarán la cartera del señor Slim con tanta llamada telefónica que harán para conseguir una cita para sus jefes y acicatear el proceso de pago de las obras.
¿Federalismo puro o puro atole con el dedo? Habrá que saber lo que piensan los señores gobernadores de esta modalidad de nuestro federalismo incoherente....