el PRI está quebrado. Política, ideológica y económicamente quebrado y, cuanto más pretenda darle vida artificial a esa unidad que sólo en el imaginario tricolor existe, menor será su posibilidad de rehacerse. Sin querer o adrede -ésas son las categorías aceptables en el análisis de las acciones del gobierno-, el foxismo lo colocó en esa circunstancia. La realidad priista es la de la ruptura. Si el priismo no decide y planea su propia ruptura, la fragmentación del poder que todavía hoy acumula terminará balcanizándolo hasta recolocarlo en escenarios semejantes al de 1994. Escenarios donde la violencia aparece como recurso, hacia adentro o hacia fuera de su propio partido. No se trata de profetizar el fin de esa fuerza política, ni cosa por el estilo. Sencillamente, si el priismo mantiene, en sus términos actuales, la lucha interna por el control del partido, no tendrá oportunidad de preparar la batalla electoral del año entrante y, menos aún, de construir un candidato presidencial con posibilidad de competir en serio en la contienda del 2006.
*** Premeditadamente o no, el gobierno precipitó el destino que acechaba al priismo desde hace años y, al hacerlo, se entrampó él mismo. Se entrampó el gobierno y entrampó al país. El foxismo forzó el destino del priismo al convertir y validar a Elba Esther Gordillo como su interlocutora y como la garantía en la aprobación de su propuesta fiscal. Esa mujer tenía las agallas, pero no la inteligencia ni la fuerza política para llevar a puerto seguro aquella iniciativa. Si, en vez de precipitar la crisis tricolor en temporada legislativa, el foxismo la hubiera hecho reventar a principios del año entrante, su efecto hubiera sido letal para la principal fuerza opositora. En cuatro errores incurrió el gobierno en esa acción política descontrolada y precipitada. En esa carambola que está por verse si es o no una chiripada política. Uno, no advertir que la disputa por la propia coordinación parlamentaria priista ponía en evidencia que Elba Esther no tenía la fuerza deseada. Dos, no reparar en que los modos de la profesora, impuestos en la conducción del sindicato donde ampara su fuerza, no eran aplicables en la coordinación de la bancada parlamentaria: los diputados del PRI eran y son pares de Elba Esther, no empleados. Tres, no calcular que esa precipitación vulneraba ciertamente al priismo pero, al mismo tiempo, arrastraba la posibilidad de sacar adelante la propuesta fiscal oficial. Y, cuatro, el más absurdo: obsesionarse con un plan fiscal que, en el fondo, no constituía ni constituye una auténtica reforma fiscal. El gobierno no supo, además, distinguir la frontera entre el campo de su legítima actividad política frente al priismo y el campo de la vida interna de ese partido. Transgredió esa frontera, precipitó las cosas y el arrastre de la crisis tricolor terminó por envolverlo.
*** Desde hace años el PRI dejó de ser el espacio donde cabía toda una gama de corrientes, cuya hegemonía regulaba y administraba el liderazgo que sobre ese partido ejercía el presidente de la República en turno. Sin ese regulador y sin capacidad de encontrar formas de autogobierno capaces de conciliar los intereses y convicciones que ahí cohabitaban, el destino del tricolor era, como lo es hasta ahora, el de las pugnas irreconciliables. A partir de 1987, un sinnúmero de administraciones del PRI pasaron por la dirigencia de esa fuerza, buscando evitar algo que la realidad anticipaba: la ruptura del priismo. Se buscó democratizarlo, refundarlo, ciudadanizarlo, replantearlo, abrirlo, cerrarlo y, en el fondo, no se intentó nada en serio. Al ritmo de la circunstancia o coyuntura en turno, se capoteaba el problema de fondo. Luis Donaldo Colosio pretendió democratizarlo, cuando Carlos Salinas ejercía el mayor autoritarismo sobre esa fuerza. Fernando Ortiz Arana quiso refundarlo, cuando los fundamentos del partido eran zarandeados. José Antonio González Fernández quiso conducir la elección interna del candidato presidencial bajo la idea de que Ernesto Zedillo no quería dar un dedazo, cuando que en realidad el partido le había amputado el dedazo al Presidente... El mérito mayor al que aspiraban esas administraciones era evitar que, bajo su dirigencia, el partido se partiera. Una y otra vez, eludieron esa realidad. Una lenta sangría de cuadros comenzó a salir del partido, desde 1987. El mayor desprendimiento fue, sin duda, el del neocardenismo, después fueron personalidades aisladas y, ahora, desplazado del poder presidencial que constituía un atractivo factor de aglutinación, es cuando en el enfrentamiento entre las corrientes que representan Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo y otra que todavía no deja ver su rostro las fisuras advierten la ruptura.
*** Frena la ruptura del tricolor no el socorrido argumento de preservar la unidad a como dé lugar. No. La frena la misma subcultura política que, durante años, le rindió frutos a esa fuerza: la cobardía y la falta de coraje político, la disciplina rayana en el sometimiento y, desde luego, la visión cortoplacista que se interesa más en las posiciones inmediatas que en las posturas de fondo. Las distintas corrientes ven en las siglas y el registro del partido una franquicia que -aun quebrada- todavía es rentable y, entonces, prefieren el pleito hacia adentro. El problema es que la dimensión de ese litigio comienza a autoconsumirlos y a vulnerarlos. Pero, aun así, prefieren dar las batallas por los despojos de su fracaso que asumir la ruptura como la oportunidad de rediseñar y reorganizar su fuerza.
*** Aguantan los priistas hasta la ignominia, con tal de no verse fuera del partido. A menos de que Elba Esther pretenda reventar por dentro al partido que le dio un sinnúmero de canonjías y prebendas y, luego, emprender la retirada, llama la atención que no haya anunciado su salida. Evidentemente, la profesora cuenta con una red de poder esparcida a todo lo largo del territorio nacional pero, aun así, prefiere sentarse a la mesa con quien considera un traidor y mentiroso. Si una y otra vez advirtió que si no se le cumplía el acuerdo que tenía con Roberto Madrazo se iría del partido, asombra que aun ahora siga compartiendo la dirección de esa fuerza que, evidentemente, no tiene una dirección. A su vez, los gobernadores no toman ninguna decisión. No quieren más a Roberto Madrazo en la dirección pero, como su conducta la alinean en función de sus propias posibilidades en la próxima elección presidencial, ninguno de ellos tiene el coraje de encabezar el movimiento necesario para desplazarlo y mucho menos la intención de sacrificarse para emprender la recomposición del partido. Los tienta absurdamente la idea de que las aguas tricolores retomarán su nivel y, entonces, vendrá su oportunidad. El problema es que las aguas se salieron ya del cauce y, aun así, creen en ese milagrito. Por otro lado, infinidad de cuadros priistas con grado de especialidad en esta o aquella otra disciplina, se asumen como los ofendidos y marginados del partido y esperan, en el despacho o la consultoría donde ahora se refugian que, en algún momento, algún priista mayor reconozca su valor y los sume a algún equipo de trabajo. Los priistas, absurdamente, quieren estar en la política pero no quieren hacer política. Por eso, su adicción a la grilla.
*** El problema de seguir en esa actitud y simular que aún hay factores que los aglutinan, es que el tiempo corre veloz y en contra de ese partido. Quebrado y dividido como está el PRI, el escenario electoral del año entrante se convierte para ese partido, no en la posibilidad de consolidar o ampliar su propio poder, sino en el campo de batalla interno donde, bajo el afán de restablecer una fuerza o corriente hegemónica, podría terminar por desarrollar aun más el carácter caníbal de su lucha fratricida. Quebrado y dividido como está el PRI, el escenario electoral del 2006 se le presenta como un muy serio problema. Ciertamente, Roberto Madrazo puede ya darse de baja en la lista de los precandidatos, pero el partido tiene que dar de alta la necesidad de reorganizarse internamente, replantearse los límites del espacio que ofrece y comenzar a construir un candidato con posibilidades serias de competir en ese entonces. Se dice fácil, pero esa es una tarea bastante compleja, sobre todo, cuando apenas media un año y diez meses para definir a quien llevarán a la contienda presidencial. De ese modo, si el PRI no asume y gobierna su ruptura e insiste en apuñalarse interna y calladamente dentro de su propio edificio para protagonizar un juego de sobrevivencia, en el fondo, sólo estará prolongando una agonía que por tardada que sea no ofrece ninguna opción a esa fuerza. Si sigue en ese esquema, el recurso de la violencia hacia adentro y hacia fuera del partido tricolor no podrá descartarse, sobre todo, después de lo que se vio en 1994. Incluso, la corriente o grupo priista que saliera del partido debería calcular si, en verdad, dar la batalla dentro de la organización le resulta rentable en la perspectiva del 2006.
*** Ante el cuadro que hoy presenta el priismo, lo mejor que se le puede desear para el año entrante es una ¡feliz ruptura y complicado año nuevo!