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Fidel vs. Castro

Jorge Zepeda Patterson

El 20 de mayo es una fecha sumamente peligrosa para Fidel Castro. Es el día de la independencia de Cuba. En los últimos dos años, el presidente George W. Bush ha aprovechado esa fecha para mimar a los exiliados cubanos profiriendo arengas belicosas en contra del régimen castrista. El próximo 20 de mayo podría haber algo más que discursos.

Caído Saddam Hussein, hay una enorme presión de grupos conservadores norteamericanos de toda índole para emprender acciones más categóricas sobre una dictadura más cercana. Ellos piensan que si ya se tomaron la molestia de atravesar la mitad del mundo para derrocar a un sátrapa árabe, no hay razón para no deshacerse del “tirano” que tienen en el patio trasero. Después de todo, resultó que Saddam no tenía armas de destrucción masiva y por consiguiente no era una amenaza para la humanidad. Por ello es que ahora existe un bombardeo informativo inmenso sobre las crueldades de Saddam y su familia: En retrospectiva es la única explicación de la que Estados Unidos puede echar mano para justificar su ataque a Iraq. “Lo derrocamos porque era un opresor violento y cruel que victimaba a su pueblo”.

Para muchos conservadores en Estados Unidos esas etiquetas son perfectamente atribuibles a Fidel Castro. Por más que equiparar a Saddam con Castro pueda parecer absurdo a los ojos de la opinión pública mundial, en estos momentos hay una intensa campaña por parte de estos grupos para hacer del régimen castrista la nueva bestia negra en contra de la cual habrán de apuntarse los misiles de “la democracia y la libertad”.

El mejor aliado en estas campañas para satanizar a Castro es... Fidel Castro. Súbitamente el líder cubano decidió hace unas semanas asestar el peor manazo que se recuerde en varias décadas en contra de la oposición interna. Acusados de “conspirar con diplomáticos estadounidenses”, 78 personas fueron encarceladas y llevadas a juicios sumarios en los cuales recibieron condenas hasta por 28 años de cárcel. Apenas unos días más tarde, tres personas que preparaban el secuestro de un barco turístico para salir de Cuba, fueron capturadas y ejecutadas. El carácter arbitrario de las acusaciones, la severidad de las penas y, sobre todo, el origen político de los “delitos”, provocaron la indignación de la opinión pública mundial. Políticos de izquierda e intelectuales y artistas contestatarios que difícilmente podrían ser sospechosos de simpatizar con Bush, protestaron ruidosamente estas arbitrariedades del gobierno cubano.

Para todo el mundo, empezando por Fidel, resulta obvio que el daño político que provoca al régimen cubano esta represión es mucho mayor que el perjuicio que le provocaban los disidentes castigados.

Las acciones de Castro facilitan enormemente los esfuerzos de la Casa Blanca para apretar el cerco sobre Cuba. Las corrientes liberales que presionaban al Congreso para suavizar el boicot en contra de la Isla, prácticamente fueron silenciadas o, de plano, se sumaron a las protestas en contra de Fidel. También recibieron un revés los sectores más tolerantes del exilio en Miami, que se han separado de la línea dura e intransigente de los llamados “gusanos”, para buscar salidas intermedias y acciones que permitan una paulatina pluralización de la sociedad cubana. Basan sus expectativas en el éxito de los charters especiales, cada vez más numerosos, que viajan entre Cuba y Estados Unidos, y en el creciente interés de algunas empresas norteamericanas de hacer negocios con la economía actual de la Isla.

La tesis de esta corriente liberal es que la mejor manera de acelerar la caída del régimen es facilitando la apertura de Cuba al mercado mundial, a los medios de comunicación, al turismo, a la circulación de personas, a la inversión extranjera. Una mayor diversificación de la sociedad provocaría fisuras en el propio régimen y conduciría a una mayor pluralidad política (algo similar a lo que sucedió en la caída de la Unión Soviética). Y desde luego el pueblo cubano sufriría menos penurias que en el escenario construido por la estrategia de los conservadores. Estos últimos sostienen que los vuelos deben suspenderse, las remesas de dinero prohibirse y el boicot comercial endurecerse. De esta forma, afirman, las condiciones en la Isla se harán insostenibles y provocarán la caída de Castro.

Todo indica que Fidel otorga más crédito a la tesis de los liberales. Desde luego es a la que más temor muestra. Las acciones del gobierno cubano de las últimas semanas deben ser interpretadas como una provocación para buscar un mayor endurecimiento por parte de la Casa Blanca. Fidel asume que su régimen tiene más posibilidades de sobrevivir a la defensiva y encerrado. Por lo mismo el régimen está ofreciendo a los grupos conservadores el pretexto para que limiten la acción de los sectores liberales. No deja de ser paradójica la coincidencia de objetivos entre Fidel y los halcones de Washington: Aislar a Cuba.

Pero Castro juega con fuego. Las recientes medidas represivas también lo aíslan de la opinión publica mundial, disminuyen la disposición de sus aliados para ofrecer una ayuda que en el pasado ha sido esencial para la sobrevivencia de la Isla. El riesgo es que, ahora sí, la situación se haga insostenible o, peor aún, en su afán de autosatanizarse a Fidel se le pase la mano y califique como el próximo Saddam Hussein. Por lo pronto, el próximo 20 de mayo conoceremos los primeros efectos de su arriesgada estrategia. (jzepeda52@aol.com).

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