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Fin de campaña

Miguel Ángel Granados Chapa

HHoy concluye el plazo para la realización de campañas electorales, aunque la mayor parte de los candidatos y sus partidos aprovecharon el fin de semana para sus mítines y actos finales. El presidente Fox protagonizará el suyo propio, con una sesión solemne de gabinete en que, como anteayer en el Instituto Nacional de Pediatría, sintetizará los trabajos que ha realizado en los dos años y siete meses de su gestión, una quizá eficaz aunque nada sutil manera de sumarse a la propaganda de su partido. Es clara esa intención, que se colige por contraste. El primer aniversario de su elección fue festejado con un acontecimiento personalísimo: su matrimonio con la señora Marta Sahagún, hasta ese momento su vocera. El segundo aniversario, el año pasado, lo celebró durante un viaje a Brasilia. Dado que la fecha de su victoria coincide con la de su nacimiento y conocida su inclinación a combinar (o confundir) lo público con lo privado, más que recordar el fasto político prefirió poner el acento en su cumpleaños y se ufanó de los regalos familiares recibidos.

Este año electoral, en cambio, la recordación adquiere ese tono, electoral. Aunque se abstendrá de asistir al cierre de la campaña panista, efectuará el suyo propio en Los Pinos. Y por si faltara evidencia del propósito que anima en este día al Presidente, lo ratificará yendo a Querétaro, donde el virtual empate entre el candidato de su partido a gobernador, Francisco Garrido, con el priista Fernando Ortiz Arana hace necesario el empujoncito que para el PAN significará la presencia presidencial. Las campañas que terminan hoy, destinadas a conseguir el voto para la elección legislativa y la recepción (o rechazo) del público a que están dirigidas, dejan una obvia, ostensible lección: no se puede seguir así. Los diputados que sean elegidos el próximo domingo y los senadores que lo fueron hace tres, tendrán en la próxima legislatura entre varias tareas, una primordial, que debe referirse a los mecanismos electorales.

Las campañas son banales y onerosas. Los partidos reciben demasiado dinero público y lo gastan de manera trivial. Lo uno y lo otro deforman la naciente democracia mexicana.

Sí, apenas estamos en la primera infancia de la democracia electoral, realmente competida y ya la reacción pública es la de una ciudadanía que padece hartazgo cuando debería apenas empezar a saborearla. Como lo enseñan los barruntos judiciales sobre los Amigos de Fox, sería inconveniente ensanchar los espacios para el financiamiento privado, por lo que deberá mantenerse el de carácter público. Pero sin duda habrá que reducir sustantivamente su cuantía, porque su monto en sí mismo es ofensivo para una sociedad necesitada de aprovechar hasta el último centavo. Y también porque su canalización a las formas más elementales de la propaganda hace que ésta incumpla las funciones pedagógicas que debería tener. Hasta ahora, más que un gasto ha habido una inversión electoral. El Instituto Federal Electoral, la organización de los comicios, el padrón mismo y los procedimientos e instituciones para dirimir controversias son caros. Pero era ineludible y ha sido saludable, no escatimar recursos públicos con ese destino. Porque se ha requerido construir confianza en órganos y usos electorales de nuevo cuño, que no se asemejaran en nada a los del pasado, meros instrumentos de dominación política. Paulatinamente será posible reducir el costo del aparato electoral, conforme se conviertan en una rutina y no sean una hazaña el depósito y el conteo de los votos. Igualmente fue necesario otorgar financiamiento público a los partidos. El predominio de uno solo durante largo tiempo, que se alimentaba de dinero gubernamental, generó partidos escuálidos, enclenques, porque los de auténtica oposición sobrevivían de milagro, con penurias apenas aliviadas por mecenas que bien o mal intencionados no eran tampoco muy generosos. De no haber contado con las vitaminas del dinero público, recibido conforme a reglas claras (que de todos modos beneficiaron principalmente al partido hegemónico), los partidos no hubieran cobrado la calidad de contendientes reales con que ya cuentan hoy. Por eso mismo, porque han adquirido madurez bastante, es hora de recortar notoriamente los presupuestos respectivos. Como complemento de esa reducción y para aminorar su afecto y al mismo tiempo para elevar la calidad de la competencia, debe normarse con criterios restrictivos el uso de la propaganda televisiva. A ella encauzan los partidos los montos mayores de su financiamiento. Y el resultado es el menos productivo políticamente. La medida óptima, practicada en países de buena democracia formal como la Gran Bretaña o Brasil, es cancelar el acceso de los partidos al tiempo pagado en la televisión y propiciar en cambio los debates de ideas y propuestas. En esta campaña las ha habido, es obligatorio por ley que las haya, pues los partidos deben registrar sus plataformas ante la autoridad electoral. Pero nadie las difunde, ni los partidos ni el propio órgano electoral, porque la comunicación al público se diluye en las fórmulas simplonas que permite el espoteo.

El financiamiento a nuevos partidos es también útil, pero ha generado una deformación que debe ser corregida. Un modo de evitar que la fundación de partidos sea un buen negocio, aun si no se mantiene el registro, es regular el gasto de los que lo pierden. Ni siquiera tienen que informar de su actividad y privatizan los bienes públicos.

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