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Fox y Lula, celos productivos

Jorge Zepeda Patterson

como sucede con algunos vinos, hay personas que no ganan con el viaje. Vicente Fox parece ser uno de ellos. Ni la Coca Cola ni la vida en el rancho parecen haberlo preparado adecuadamente en asuntos de política exterior, historia mundial o cultura general. La frescura y espontaneidad que le adornan en sus paseos por el Zócalo no suelen encajar muy bien con el protocolo formal que rige el roce con otros Jefes de Estado. Las “salidas” y ocurrencias, el lenguaje coloquial que le ha hecho famoso, no ha sido de gran ayuda en las cenas de etiqueta con las élites de Berlín, Londres o París.

Al principio de su mandato el interés que despertaba Vicente Fox en los ámbitos internacionales compensó la rigidez que mostraba enfundado en un esmoquin. Todo mundo quería conocer y retratarse con el hombre que había terminado con siete décadas de monopolio priista. El paladín de la nueva democracia mexicana tuvo sus quince minutos de gloria. Durante un tiempo fue el invitado estelar de los principales foros internacionales. Uno tras otro, los mandatarios de las principales potencias buscaron un encuentro con la nueva luminaria de América Latina. Fox, además, parecía ser el único gobernante que gozaba de la confianza de George W. Bush, otro vaquero recién llegado al poder (luego de la tragedia del 11 de septiembre Tony Blair desplazaría a Fox de esa envidiada posición). El Papa, los soldados de Terracota y el palacio de Buckingham lo acogieron como a un triunfador. Vicente y Marta fueron felices.

En algún momento esta luna de miel terminó. México y Fox dejaron de ser noticia. Para las cancillerías extranjeras pronto quedó claro que lo único que había cambiado en el país era el escudo nacional, la estatura del Presidente y las actividades de la Primera Dama en sus visitas al exterior. La atención mundial se concentró en otros ámbitos y Fox perdió pronto su calidad de preferido en la “corte”de Washington. Las relaciones económicas y políticas con nuestro país siguieron sus cauces normales y las embajadas dejaron de solicitar la presencia de Fox en los principales eventos de la agenda mundial. Para colmo, Fox desplazó a su hiperactivo y glamoroso canciller, Jorge Castañeda, por un gris y poco carismático economista, Ernesto Derbez, desconocido en los pasillos de la política internacional.

Quizá por todo ello en la reciente reunión de Davos, centro anual del “jet set” político internacional, Fox pasó inadvertido. Los reflectores y micrófonos estaban ahora con Lula, el hombre del momento. El giro político de Brasil, los planteamientos frescos de este viejo luchador, constituyeron la nota dorada de la reunión. Mientras tanto, el mandatario mexicano experimentó la naturaleza efímera y traicionera de la fama súbita y la caída subsiguiente.

Seguramente por eso es que Fox se excedió. En un intento desesperado por retomar la atención mundial, por demostrar que en México todavía cabe la posibilidad de una verdadera revolución social que permita salir al país de sus problemas, unos días más tarde todavía en gira europea, Fox se inventó un vasto programa de guerra contra la pobreza que no existe ni está planeado. Quizá por la rivalidad inconsciente con Lula, el llamado “presidente de los pobres” o quizá por mero entusiasmo improvisador ante un micrófono impune, lo cierto es que el Presidente comenzó a fabular. Uno podría entender que en un viaje que busca la promoción comercial y la inversión extranjera el Presidente hubiese podido exagerar los argumentos y los datos, en un afán por despertar el interés de los empresarios europeos. Pero en tal caso podría haberse inventado programas, infraestructura y cambios jurídicos que resultaran del agrado de la concurrencia. Pero fantasear sobre una revolución en marcha en contra de la pobreza, cuando el tema no le ha quitado el sueño en dos años de gobierno, es un asunto que roza con la esquizofrenia (y el insulto).

Nadie puede escatimar los avances que el régimen ha logrado en materia de transparencia o de respeto a las reglas del juego democrático. Pero, de igual forma, no se puede negar que el bienestar social es un tema relegado en esta administración. El programa “Solidaridad” del salinismo pudo haber sido un esquema oficialista, preñado de intereses políticos, pero hizo una gran diferencia para muchas comunidades. Ahora en cambio, en términos presupuestales y de prioridades, el sector social naufraga por falta de interés presidencial ¿Cuántos de los lectores pueden decir el nombre de los secretarios responsables de la Sedesol o de Educación?

Algún despistado podría pensar que el trabajo de Marta Sahagún en “Vamos México” compensa esta desatención. Pero no es así. Se trata de una labor de beneficencia a favor de algunos lunares de pobreza, pero es una mera gota de caridad. No significa nada para el mar de 40 millones de mexicanos que viven en la pobreza y la extrema pobreza. Nada es más sintomático de esta insensibilidad social del gobierno foxista que la reciente convocatoria a los grupos campesinos para que expresen sus opiniones... a condición de hacerlo en power point. Un incidente chusco pero infinitamente revelador. En más de dos años los desheredados del país habían sido incapaces de atraer la atención de Fox. ¿El celo hacia Lula podría cambiar esta perspectiva? (jzepeda52@aol.com)

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