EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Fracaso en Cancún/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

A decir verdad, no fue sorprendente el fracaso de la reunión de Cancún. Era, de por sí, un cónclave demasiado aparatoso para tratarse sólo de una fase no decisiva de las negociaciones comerciales. La diferencia entre las conversaciones que normalmente llevan a cabo los embajadores en la sede de la OMC en Ginebra y las realizadas en Cancún era apenas perceptible. Con posiciones congeladas, sin lugar a su modificación en los debates, parecía una pérdida de tiempo (y de enorme esfuerzo organizativo) sentar a los ministros de comercio o de relaciones exteriores a convenir en cinco días lo que sus delegados no han podido mover en meses.

El propio director general de la Organización Mundial de Comercio, Supachai Panitchpadki, había expresado, ya en marzo, su temor de que la ronda de Doha estuviera “camino de toparse con un callejón sin salida, en vista del magro adelanto en materia agrícola, las enormes diferencias en otras áreas y la presentación de un modelo de propuestas del tipo todo o nada por parte de las delegaciones”.

(Tomo este resumen de la prevención de Panitchpadki del artículo “El falso dilema de la OMC. Subordinación u ostracismo”, de Roberto Martínez Yescas, uno de los cinco textos que con el título de “Desafíos de Doha a Cancún”. Figuran en el número tres del volumen tercero de Foreign Affairs en español. Cada uno y en conjunto forman un utilísimo marco para la comprensión de lo que estuvo en juego en el balneario mexicano y que continúa su curso en la ciudad de Rousseau). Si bien el propósito principal de la reunión se frustró, como ocurrirá siempre que se trate de conciliar lo inconciliable, mientras los países que subsidian su producción y comercio agropecuario sigan haciéndolo o mientras los países pobres no estén en condiciones de apoyar esas actividades (para conseguir o reforzar su soberanía alimentaria), quizá hayan surgido factores positivos de esta reunión.

Algunos se produjeron en la reunión oficial y otros fuera de las salas ministeriales, en las agrupaciones civiles que se congregaron en torno de la conferencia de la OMC. Por una parte, parece haberse consolidado el grupo de los 21, de que forma parte México, si bien sólo en torno de una parte del problema.

No cejaron esos países en su demanda de eliminar o aminorar los subsidios en materia agrícola, pero tampoco se movió de su lugar la contraparte. La Unión Europea tal vez reduzca la cuantía de los subsidios, no en respuestas a quienes se lo piden sino por su propia expansión, ya que sus fondos en este ramo deberán distribuirse a un mayor número de países. Pero Estados Unidos no sólo no cede en este punto sino que añadió propuestas que agravarían los desequilibrios internacionales y harían perder, en beneficio de empresas internacionales no sujetas a regulación, funciones que son propias de los estados soberanos.

Hablar de soberanía parece hoy un anacronismo, una vuelta a la “retórica de los setentas”, como criticó el representante norteamericano Robert Zoellik (insensible al hecho de que los países que usan tal lenguaje viven sumergidos en esa época) pero conceder como propone Estados Unidos toda suerte de privilegios a la inversión extranjera, como extremo de la liberalización internacional rompería la viabilidad del marco jurídico cuya vigencia sólo los Estados pueden asegurar. Es cierto que a menudo los grupos políticos que se identifican con la autoridad estatal padecen acusada debilidad e ineficacia o están minados por la corrupción, pero eso no significa que la libertad con que se moverían los inversionistas foráneos sea un mejor remedio para la convivencia social en los países receptores.

Semejante razonamiento puede aplicarse al tema de las compras gubernamentales, otro de los nuevos temas incorporados, para peor, a la agenda de la OMC, que los países pobres no estuvieron preparados para enfrentar. A nadie se le oculta que en un país como el nuestro, las compras gubernamentales constituyeron en el pasado, y acaso ocurra todavía, una fuente de corrupción, y que para eliminarlo la transparencia internacional, y aun la participación libre de empresas trasnacionales son factores útiles. Pero colocar el centro de las decisiones de tales compras fuera de la autoridad estatal significa la pérdida de un poderoso instrumento para alentar u orientar el crecimiento de las economías nacionales.

Hay sin duda otros saldos positivos de Cancún. Uno muy relevante puede ser la inserción de China a un grupo de potencias medias capaz de influir de modo más determinante en las negociaciones internacionales, porque sus economías son significativas como importadoras y exportadoras. China es un país dual, que industrialmente crece como las más vigorosas potencias pero arrastra un rezago rural que no podrá ser eliminado con las actuales normas internacionales. Unida a Brasil, India, Sudáfrica y Argentina, China puede convertirse en un factor decisivo dentro de la OMC, a la que ingresó hace apenas dos años. Igualmente es esperanzador el asentamiento de agrupaciones civiles como verdaderas interlocutorias de organismos internacionales como la OMC.

Frente a la disyuntiva de impulsar o someterse a la globalización, o en el extremo opuesto impugnarla mediante agresiones que lo mismo crean conciencia que infunden temores se ha consolidado un sector capaz de transmitir a los gobiernos y a la burocracia internacional que hay más rutas que las suyas, merecedoras de atención porque son realmente la voz de la sociedad.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 49991

elsiglo.mx