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Fraternidad, utopía que puede ser realidad

Luis Maeda Villalobos

El mundo vive en general en un estado de locura, de la que no se escapa México. Se vive en un mar de corrupción, con la pérdida de los valores morales y en ese mare mágnum prevalece el desorden y la incredibilidad en las autoridades y regímenes políticos.

Existe una ansia por la riqueza y el poder, que se manifiesta en conflictos de los opuestos, bélicos, de guerras que no tienen razón de ser, mientras el hombre hace lo que puede para sobrevivir, no importando los medios de conducta. Cada vez más se desintegra la familia, que es la unidad de la sociedad y el humano va a la deriva como un barco sin rumbo, por la desorientación debida a las políticas aberrantes, que se escudan en una pseudo-democracia y vive enajenado por las drogas, algunos programas televisivos y por eventos deportivos, que se han convertido en negocios redondos, sin ética.

La educación por su parte, mal dirigida, requiere una reforma que evite la falta de civismo y con un fuerte estímulo al sentimiento de nación, con procuración a la obediencia de la Ley, a la impartición igualitaria de la justicia y con apego al derecho.

Pero hay algo más. Falta la unión y la concordia entre hermanos o entre los que se tratan como tales, que son del mismo género y de la misma especie, es decir, falta la fraternidad. La palabra suena bella en su definición, pero como ideal, es lejana de alcanzar mientras no se tenga conciencia y una mística común, que es la meta del propósito al aplicar el sentido semántico de lo que es la política.

Ahora, si se continúa igual llegará el momento en que sea tal el desorden, que predominará la ley de la selva, sin norma a seguir que es la base que conduce a vivir ordenadamente. Nos preguntamos entonces ¿cómo será posible llegar a la hermandad o fraternidad, si las políticas son apoyo de intereses egoístas, de intereses personales o facciones de opinión unilateral, tanto ideológicas como doctrinales, que olvidan los principios éticos?, ¿Cómo será posible la convivencia pacífica, si no existe autoridad moral para administrar y reclamar recursos para el combate a la pobreza?

Nadie nos pone el ejemplo, debido a que no ha sido posible lograr –y esto es obvio- que la estructura política actual reduzca sus fabulosos sueldos a un nivel de equilibrio ante la situación económica del país y así, que el jalón sea parejo, desde la Presidencia de la República, los secretarios, los consejeros, los miembros del Congreso de la Unión, Gobernadores de los Estados, munícipes y burócratas que conforman una plutocracia y los que además, reclaman viáticos y el bono anual decembrino. Mientras tanto, sigue la yunta andando y el que paga el pato es el mismo pueblo. ¿O no?

Por otro lado, con las intenciones de reducir el gasto corriente, no resulta suficiente para solucionar la desigualdad social, ni siquiera con el recorte presupuestal como vertiente de solución, que además está muy lejos de la realidad.

Mientras no haya trabajo y producción que resuelva el problema del desempleo, se complican aún más las cosas. Además no existe conciencia de que el aumento demográfico ejerce una presión importante sobre los recursos naturales, cada día más insuficientes, lo que se manifiesta en la escasez del agua, en detrimento de la calidad productiva de los suelos y en la calidad del aire que se respira, como algunos de otros tantos factores que impactan a la calidad de vida y de bienestar de las comunidades. Otro ejemplo nos lo da el caso de los soñadores del paraíso terrenal de la dialéctica materialista, que se burla de los quiméricos dogmáticos de la avanzada religiosa y ambos constituyen en conjunto, elementos del fanatismo y la ignorancia, abominables, que acentúan cada vez más el desorden y alejan las posibilidades de solución en una verdadera demokrasis.

Dando pie entonces, a una conducta intachable, transparente, con una conciencia en el modo de obrar moralmente, es hacer prevalecer la inevitable e indispensable bondad entre los hombres, mujeres y niños, en convivencia pacífica y en equidad de justicia, que son virtudes que conducen a que la fraternidad no sea una utopía y pueda llegar a ser real.

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