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Fuego amigo/Addenda

Germán Froto y Madariaga

No crea usted, ni remotamente, que en esta ocasión abordaré de nuevo el tema de la guerra. Lejos de mí esa malhadada intención, pues al igual que muchos ya estoy asqueado de ver y leer las atrocidades que están cometiendo con la población civil iraquí las “fuerzas libertarias” estadounidenses e inglesas.

De ninguna manera voy a malgastar tinta en tan trillado tema, por más que la capacidad de asombro no tenga límites y cada día nos enteremos de un acto más de barbarie. Sin embargo, de las guerras surgen muchas cosas, entre ellas nuevos términos que se acuñan y van adquiriendo carta de naturalización en otros países.

Es el caso del llamado “fuego amigo”, con el que los aliados pretenden amortiguar o minimizar los errores cometidos por los soldados de la alianza en contra de sus propios compañeros de armas.

Los partes de guerra hablan del “fuego amigo” cuando un imbécil o atarantado le disparó a otro creyendo que lo hacía en contra de un enemigo, o cuando una bomba lanzada por los artilleros de la retaguardia les pega a los de la vanguardia.

Pero ese mismo término está siendo utilizado en política y puede también ser usado cuando nos referimos a los ataques personales de aquellos a los que consideramos nuestros “amigos”.

El mismísimo jefe Diego Fernández de Cevallos, líder de la bancada panista en el Senado, dice ser objeto de los misiles inteligentes lanzados en su contra desde Los Pinos a los que él mismo califica de “fuego amigo”.

En la política nacional el “fuego amigo” suele ser tupido y frecuente, a grado tal que a veces los políticos ya no saben de quién cuidarse más, si de los enemigos o de los amigos.

En ese sentido la sicología dentro del poder público es por demás curiosa y absurda a la vez, pues no responde a principios definidos ni a una sana lógica, de manera tal que puede usted haberle hecho diez favores a un supuesto amigo, pero si le niega el undécimo que le pida, porque es improcedente ya se ganó un enemigo para toda la vida y ese ex amigo no va a admitir jamás que lo que pedía no era procedente, ni ponderará favorablemente los otros diez favores que sí le hizo.

Por eso, cuando algún político recibe fuertes críticas públicas de alguien, lo primero que debe preguntarse es: “A éste, ¿qué favor le hice?”, pues si analiza con cuidado descubrirá que en algún momento de su vida, ayudó a aquel ingrato.

Las envidias y las calumnias, siempre provienen de las personas más cercanas a los políticos. Tan es así que son éstas las que se encargan de sembrar la duda sobre su conducta ética y su honorabilidad, y es por ello que luego los extraños se apoyan en esos díceres para sostener: “Pero cómo no va a ser verdad, si hasta su compadre lo admite”.

En política el “fuego amigo” se lanza a discreción y desde cualquier posición en la que el atacante se encuentre, aun en los puestos de subordinación. El subsecretario le tira al secretario, los directores a aquél y los subdirectores a éstos y así sucesivamente hasta llegar al intendente que cuando se le pregunta cómo es el jefe sin ambages responde: “Pos yo no sé cómo lo tienen ahí si es un inútil. Está de puro compromiso, porque no sirve pa´ nada”.

El “fuego amigo” se abre en contra de los políticos hasta de los propios parientes, aunque para algunos resulte increíble, como sucedió en el siguiente caso que aconteció hace apenas unos cuantos años:

El alcalde de un municipio del norte del estado renunció al cargo por motivos personales y había la necesidad de sustituirlo por otro que se desempeñara hasta concluir el trienio.

Estaba yo como presidente de la Diputación Permanente del Congreso Local y al darle cuenta a los integrantes de ésta con la citada renuncia, comenzaron los consabidos cabildeos para elegir al sustituto.

Como era de esperarse, se desataron las ambiciones y aunque quedaban unos cuantos meses para concluir la gestión, había como diez pretensos que buscaban quedarse con el cargo.

Después de darle muchas vueltas sin llegar a un consenso definitivo, la mayoría nos inclinamos por uno que ya había sido alcalde, porque ése no requería de aprendizajes. Se le llamó y aceptó que se formulara la propuesta en el seno de la Diputación, no sin antes asegurarnos que la mayoría del pueblo estaría de acuerdo con que él fuera el sustituto.

Se hizo el nombramiento y en efecto, un sector importante lo apoyaba. Pero los que se alebrestaron fueron algunos de sus parientes cercanos y al pedirle (los diputados) que los apaciguara, el susodicho respondió olímpicamente: “No, si la bronca no es conmigo¿? Están inconformes por la decisión del Congreso¿? Apacígüenlos ustedes. Pos ustedes me nombraron, no?”.

¡Vaya lógica!

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