“Al marchar en contra del libre comercio quienes protestan están exigiendo, de hecho, que los pobres sigan siendo pobres”.
Stephen Pollard
Las estadísticas son claras. Los países que le han apostado a la globalización y a un comercio razonablemente libre son los que mayor éxito económico han tenido en las últimas décadas. En Europa están los ejemplos de Irlanda y España. En Asia la lista incluye a Taiwán, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur. De hecho, el país que mayor crecimiento económico ha tenido en el mundo en los últimos años es China y esto ha ocurrido en una época en la que ha sido también el que con mayor decisión ha abierto sus puertas al comercio y a la inversión.
En contraste, los países que han mantenido cerradas sus fronteras son los que peor desempeño económico han tenido. El contraste entre la prosperidad de Corea del Sur y la miseria de Corea del Norte es dramático. Los dos países comparten la misma cultura, tradición e idioma y hasta la guerra de Corea en la década de 1950 los dos sufrían también la misma pobreza. Hoy, sin embargo, Corea del Norte tiene un ingreso per cápita cercano al de los países de África, en tanto que Corea del Sur se aproxima al nivel de vida de las naciones desarrolladas.
Los estudios internacionales más serios, como los que ha llevado a cabo el investigador español Xavier Sala-i-Martin de la Universidad Columbia de Nueva York, demuestran que en las últimas décadas ha habido una disminución muy importante de la pobreza en el mundo. La proporción de personas que vive con menos de un dólar al día —a valor constante— ha disminuido del 20 por ciento en 1970 al 5 por ciento en el año 2000. Nunca en la historia de la humanidad se había registrado una disminución tan importante de la pobreza extrema en un período tan corto. Pero esta mejoría se ha debido en buena medida a la elevación dramática en los niveles de vida de sólo dos países: China y la India. Éstos son los países más poblados del mundo, de ahí que pesen tanto en los números globales de pobreza, pero también los dos que más han abierto sus economías al comercio y la inversión.
La apertura no es, claro está, una panacea para combatir la pobreza. Si un país quiere prosperar, debe mantener políticas económicas, fiscales y financieras sanas además de abrirse al comercio y la inversión. Es importante también promover la competitividad. Un factor importante en la derrota de la pobreza en los países que lo han logrado ha sido la realización de fuertes inversiones en infraestructura y educación. América Latina, en contraste, está llena de fracasos económicos de países que han abierto sus economías parcialmente pero que han mantenido políticas hacendarias desastrosas que los han llevado a la quiebra; el ejemplo más notable es Argentina.
Ante el peso de la información disponible, la causa de los llamados globalifóbicos parece irracional. Si lo que pretendieran realmente es apoyar a los pobres del mundo, deberían estarse manifestando en Washington, Bruselas y Tokio —y por supuesto también en Cancún— para demandar la inmediata e incondicional apertura de todas las fronteras del mundo al comercio y la inversión. Al oponerse a la apertura, sin embargo, su lucha parece más bien enfocada a preservar la pobreza en el mundo. Las barreras comerciales y los subsidios de los países ricos, especialmente los que se aplican en productos agropecuarios, castigan las exportaciones de las naciones pobres al generarles una competencia desleal. Así, destruyen empleos y profundizan la pobreza. Lo peor de todo es que estas barreras y subsidios se establecen para apoyar a los grandes productores agrícolas que se han enriquecido a costa de los consumidores. Las barreras arancelarias de los países pobres, sin embargo, son igualmente dañinas. Su principal problema es que elevan los precios de los productos finales y los colocan fuera del alcance de los más pobres.
Hoy ha llegado el momento de protestar, pero hay que hacerlo para defender la causa de los pobres. Si realmente queremos seguir disminuyendo la pobreza en el mundo, debemos exigir que se desmantelen las barreras al libre comercio y a la inversión. El movimiento globalifóbico sólo tendría sentido si se dedicara a ese propósito. De momento lo único que busca es impedir el único proceso que ha comprobado su capacidad para disminuir la pobreza.
Mártir
Los globalifóbicos necesitan mártires para demostrar que su causa es buena. Por eso ayer atacaron de manera tan violenta a los policías encargados de mantenerlos fuera de la reunión de la OMC en Cancún. Al final, sin embargo, uno de los manifestantes se suicidó en un intento por darle a su causa ese mártir tan necesario.
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