No soy padre, evidentemente. Pero tengo uno. También soy hermana de hermanos que son padres, y soy esposa del padre de mis hijos. Asimismo gozo de la amistad y el cariño de muchos amigos que son padres. Total, no soy la más indicada, pero tampoco soy neófita en la materia; así que, si le parece, en este Día del Padre, hablemos de padres.
Me queda claro que no sólo es difícil ser padre. Es difícil ser hombre. Francamente también es difícil ser mujer. Y es que en una sociedad machista como la nuestra, los roles establecidos y consecuentemente las exigencias para cada género nos han complicado la vida a ambos: hombres y mujeres. Nosotras, desde hace algunas décadas hemos estado ocupándonos de nuestros asuntos. Pero hasta fechas muy recientes los hombres han empezado a ocuparse de los suyos, y entre éstos se encuentra en primer lugar una profunda reflexión sobre lo que significa ser hombre en una sociedad donde las mujeres exigen equidad. El modelo machista está en franco desuso, pero así fueron –fuimos- educados, y sin duda aún permea fuertemente nuestra cultura. Sin embargo, ya no encaja; es más, ya ni siquiera es políticamente correcto asumirse como machos. ¿Y entonces qué? En ese camote existencial están, por fortuna, muchos hombres.
El escritor Germán Dehesa lo expresa muy bien (noticia publicada en un diario capitalino, abril 24 de 2002): “… Si se piensa bien, somos el resultado de una educación corrupta en tanto que reparte mal los valores humanos. Al mexicano medio se le enseña en el hogar y en la escuela que lo suyo es la dureza, la estoica resistencia, la seriedad constante, el humor agresivo y vulgar, la vida entendida como una permanente competencia y la acumulación de bienes y de honores como sinónimo del triunfo. Para los hombres de nuestro país, decía Arreola, mostrarse es perderse. Añade Octavio Paz: los hombres no se “rajan”, pues eso sería visto como una intolerable debilidad femenil. Ahora que hago esta sucinta lista, me doy cuenta de que ser hombre en nuestro país es una santa friega… Para nosotros son también las exigencias de triunfo, de solvencia económica, de ver por los nuestros… Son las mujeres, nos dicen, las que andan de sensibleras, de lloronas y soltando la carcajada por cualquier tontería; un hombre cabal, en cambio, debe permanecer serio, hierático, inconmovible y, en casos verdaderamente justificados, esbozar una sonrisa leve y silenciosa. Yo no sé ustedes, lectores queridos, pero yo ya estoy optudimoder de vivir en esta momificación que es ser hombre en México. Me gustaría llorar más y más a gusto, me gustaría ser admitido en la cofradía de la ternura…”.
Sin duda una educación machista que incluye todo y más de lo que enumeró Dehesa, es la causa de muchos males personales, interpersonales y sociales y es la causa también de mucha frustración cuando se quiere ser gozosamente padre y no se sabe cómo, o pese a sus deseos de acercamiento puede más la cultura y se opta por una prudente distancia o un franco alejamiento. Las buenas noticias son que la paternidad se construye, se aprende, se hace en el camino, al igual que el ser madre, asunto muy diferente de la maternidad biológica. Luego, hay remedio.
Hay un grupo de hombres que desde hace diez años de manera organizada están promoviendo la revisión de los valores en que fueron educados y la reflexión de cómo ser hombres de distinta manera, de cómo convivir de manera equitativa con sus compañeras, hijos e hijas, de cómo ser mejores padres de lo que fueron los suyos. Es el Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias (Coriac). En palabras de uno de sus miembros, Roberto Guadarrama, en Coriac “queremos romper los estereotipos. Tenemos una historia de represión que no ha sido grata. Este es un esfuerzo y una lucha por ser diferentes”. Coriac imparte talleres (Hombres renunciando a su violencia, es uno de ellos), conferencias, promueve modificaciones legales –especialmente en las leyes laborales- que favorezcan y apoyen una paternidad más participativa, entre otras.
Sea como sea, de manera organizada o individual, creo que los hombres necesitan reflexionar profundamente sobre las bases en las que está sustentada su masculinidad. Revisar y conservar lo que sirve y tirar lo que no sirve. Y permítanme decirles que entre lo que no sirve está la prohibición a demostrar el afecto y, más generalmente, las emociones. Sin atreverse a entrar a este terreno movedizo es imposible realmente gozar de la paternidad. ¿De qué se pierden? Cedo nuevamente la palabra a Germán Dehesa, quien escribió en 1986, cuando acababa de nacer su segunda hija (No basta ser padre, Ed. Planeta): “Ella es tan maravillosa como cualquier niño. Para mí lo es más aún puesto que amanezco todos los días oyéndola, mirándola, amándola. Ella y su hermano me educan todos los días al darme la lección más importante de todas. La lección de que la felicidad es posible…”.
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