“Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. Otto von Bismarck
¿Se ha convertido la guerra en un espectáculo inmoral para los medios de comunicación? ¿Ha producido la constante e intensa cobertura del conflicto la pérdida de sensibilidad de la gente ante el sufrimiento que está teniendo lugar en Iraq?
Estas preguntas reflejan un punto de vista muy común. Hay quien dice que ha decidido dejar de ver los noticiarios de televisión o ha preferido apagar la radio para alejarse de la guerra y alcanzar así una mayor tranquilidad. Pero los ratings nos dicen que a nivel social el resultado es completamente distinto: La guerra ha aumentado el público de los programas informativos. Esto no significa que quienes ven la guerra en la televisión hayan perdido la sensibilidad. Por el contrario, la intensa cobertura informativa ha hecho que mucha gente sienta una mayor cercanía con el sufrimiento de la guerra. Hace unos días en la sierra norte de Puebla un amigo me hablaba de una mujer, ya de edad avanzada y habitante de una ciudad pequeña, que rompió en llanto una mañana hablando de la guerra. En efecto, es mucha la gente que nunca se ha interesado por los asuntos internacionales pero que hoy se muestra deprimida por lo que está ocurriendo en Iraq. Esto no es síntoma de falta de sensibilidad. Todo lo contrario. Nos demuestra que la aldea global existe porque podemos identificarnos con lo que le sucede a seres humanos de culturas muy lejanas y distintas a la nuestra.
Los medios de comunicación no se vuelcan sobre todas las guerras por igual. Los conflictos que cubren con más intensidad, sin embargo, son los que finalmente se vuelven más cercanos para la gente de otros lugares del mundo. Y quienes pueden acercarse a la guerra se dan cuenta de que ésta no es un juego, sino una tragedia de dolor e injusticia. La primera guerra en la historia en ser reflejada en una cobertura informativa noche a noche fue la de Vietnam y en consecuencia fue también la primera en ser detenida por un movimiento popular. En cambio los conflictos que no han sido cubiertos intensamente por los medios informativos, como el de Ruanda de 1994, no han generado esa empatía natural que sólo puede ser producto del conocimiento por lo que no ha habido suficientes voces que exijan que se le ponga fin.
Queda muy claro que los medios de comunicación se han convertido en instrumentos de propaganda para las dos partes en el actual conflicto. Los iraquíes han buscado darle la mayor difusión posible a las imágenes de niños heridos en los ataques anglo-estadounidenses. Los estadounidenses han presentado las imágenes de bombardeos nocturnos en las pantallas de televisión como meros juegos pirotécnicos que, con precisión quirúrgica, sólo destruyen objetivos militares.
La verdad, como siempre, se oculta entre estas dos versiones propagandísticas. Pero esa verdad sólo está disponible para alguien que se da el tiempo de conocer mejor el conflicto. Y esto sólo se puede lograr con la cobertura informativa.
Los medios de comunicación no pueden dejar de cubrir esta guerra. Su función es llevarle a sus lectores, radioescuchas o televidentes la información más importante. Y nada hay tan importante en el mundo actual como la guerra. Sus repercusiones políticas, económicas y sociales son enormes.
Entre más intensa y amplia sea la cobertura de la guerra, más se beneficiará el mundo, más podremos ver quién comete abusos o qué parte miente más. Es evidente que los medios de comunicación son utilizados muchas veces por los gobiernos para engañar. Pero mientras siga habiendo una gran variedad de medios periodísticos que cubran la guerra con la mayor intensidad posible, mientras las mentiras de una parte sean compensadas por las mentiras de los otros, la gente común y corriente podrá entender lo que ocurre en Iraq y dejar que aflore su sensibilidad ante la tragedia.
El gran riesgo no es que los medios informativos sigan cubriendo la guerra con la intensidad sino que dejaran de hacerlo. Nada sería peor que el tedio se impusiera y los militares saldaran sus cuentas sin la molesta presencia de cámaras y reporteros.
La próxima vez que nos horroricemos por una imagen en las pantallas de televisión o por una fotografía en los periódicos, recordemos que es precisamente la cobertura informativa la que nos permite reaccionar con sensibilidad ante la tragedia de la guerra.
Cambio de discurso
El discurso bélico anglo-estadounidense ha cambiado gradualmente. Primero se justificó la guerra porque había que asegurar la eliminación de las armas de destrucción masiva que presuntamente tenía de Iraq. Ahora sólo se habla de la necesidad de liberar a los iraquíes de las garras de un dictador.
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