La guerra toca a la puerta y si el Golfo Pérsico parece algo remoto y lejano, la vecindad con Estados Unidos es puerta a puerta. La desaceleración económica es cada vez más evidente y si eso parece algo ajeno a la coyuntura preelectoral que vive el país, un resbalón en ese campo sería un desastre nacional.
Esos dos asuntos están a la vista de la nación y, sin embargo, los partidos políticos parecieran más bien empeñados en convocar al abstencionismo y al desinterés de la ciudadanía por los grandes asuntos que, por remotos o lejanos, terminarán por golpear a México. ¿A qué juega la clase política? ¿A convocar al abstencionismo electoral y al desinterés ciudadano por su propio destino?
*** Sin considerar la tragedia de ver cómo decenas o centenas de seres humanos caminan, sin saberlo, a su propia sepultura en Iraq, el difícil rol de México en el Consejo de Seguridad ante ese conflicto no aparece en la agenda de los partidos políticos.
Poco les importa a las formaciones políticas que el flamante canciller Luis Ernesto Derbez requiera apuntadores para establecer la postura mexicana y sostener que el Gobierno mexicano no actuará frente al conflicto en Iraq en sentido contrario a la opinión pública. Y si eso poco importa, menos todavía que el subsecretario de Estado estadounidense, Marc Grossman, replique que México debe asumir sus responsabilidades globales y no actuar sólo sobre la base de sus propios intereses.
El desencuentro del Gobierno mexicano con el estadounidense se perfila con enorme nitidez en el horizonte pero para los partidos políticos mexicanos ése es un asunto de poca monta. En su lógica, lo único importante es hacer prevalecer la hegemonía de los grupos instalados en la dirección de sus respectivas formaciones para integrar las listas de candidatos al Congreso, evitar que con ese motivo se desmadejen sus propias estructuras y conseguir el mayor número de asientos en la Cámara de Diputados. En su lógica, el otro problemita es de Estados Unidos y no de México.
De seguro, cuando la probabilidad de la guerra salga del campo estrictamente diplomático y México tenga que fijar claramente su postura en el Consejo de Seguridad, entonces los partidos políticos se interesarán en el asunto para ver qué raja político-electoral pueden sacar del enredo. Por lo pronto, ninguna de esas fuerzas políticas -el PRI, el PAN y el PRD- ha expresado a carta cabal su postura frente al desempeño diplomático mexicano en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. ¿Qué piensa Luis Felipe Bravo, qué dice Roberto Madrazo, qué ha reflexionado Rosario Robles en torno a la postura mexicana en el Consejo de Seguridad y, por ende, frente a Estados Unidos? ¿Respaldan la postura del Gobierno mexicano? Si la respaldan, ¿en verdad, cerrarán filas con el Gobierno foxista cuando la presión estadounidense aumente y le pida al socio actuar como tal en las maduras y las duras? ¿Están convencidos del señalamiento del canciller Derbez en el sentido de que el Gobierno no va a ir en contra de la opinión pública mexicana y, pase lo que pase, pésele o no a Estados Unidos, vamos a mantenernos en la raya? En términos de una conducta principista, la idea de no afiliarnos a la loca aventura que George W. Bush quiere emprender suena bastante bien. Pero, entrando al terreno de la Realpolitik y viendo las complicaciones económicas que se ven venir, ¿es dable pensar que en el límite del juego se sostendrá el Gobierno foxista en la postura sostenida hasta ahora? ¿No habrá, como en muchos otros asuntos, una contramarcha que de la postura vertical nos coloque finalmente en el ridículo? Por la evidencia, es claro el desinterés de la clase política mexicana por el asunto del Golfo Pérsico, aunque en ese conflicto se esté jugando la relación de México con Estados Unidos, el socio con el que compartimos la frontera.
Ese desinterés, por no decir esa irresponsabilidad, es menester corregirlo. Si los partidos políticos realmente comparten la postura del Gobierno mexicano, no sobraría que hicieran expreso su apoyo y, de ser el caso, generaran una movilización unitaria en contra de la guerra. Una movilización de ese tipo mandaría un mensaje de unidad nacional hacia adentro y hacia afuera que, en estos días de desencuentro, nada mal vendría. Una movilización serviría, entre otras cosas, para subrayar que pese a las grandes diferencias, hay cuestiones y principios donde México responde en conjunto.
Hecha a un lado toda consideración humanitaria sobre el número de vidas que están en juego en la tentación militar estadounidense o, peor aún, arrojando desde hoy los muertos de mañana o de pasado mañana a la fosa del olvido y la ignominia, una movilización nacional contra la guerra, el envío de un mensaje de ese tipo no ampliaría el margen de maniobra del Gobierno foxista, pero al menos justificaría de mejor manera su postura frente a la aventura de George W. Bush de lanzar “un ataque preventivo” para calmar la obsesión que no deja de quitarle el sueño y pone en riesgo su reelección.
*** Muy probablemente todas estas líneas de lectura sean líneas de desperdicio. La miopía que afecta a los partidos políticos, les impide ver más allá de sus narices y, desde luego, cuestiones como las del Golfo Pérsico o el desaceleramiento de la economía nacional e internacional son materias que, si no reportan ganancia, simple y sencillamente no aparecen en su agenda.
El priismo y el panismo parecieran empeñados, por la boca de Roberto Madrazo y Luis Felipe Bravo, en impulsar un concurso de descalificaciones entre ellos tomando como punching bag al Presidente de la República que, por lo demás, da muestras de interés por practicar el masoquismo. Vuelan a granel los insultos y los adjetivos, sintiendo como verdadero agravio cualquier idea de fondo. Todo, mientras el perredismo pone en práctica su mayor máxima: para qué romperse la cara con los adversarios de fuera, si bien pueden liarse a golpes con los de adentro.
Los recursos de los partidos políticos para autodesprestigiarse sobran. En el caso del PRI, el Pemexgate es ya un asunto menor. Si el partido consigue endosar ese expediente al ex comité de campaña de Francisco Labastida, a la dirigencia del sindicato petrolero y algunos ex funcionarios públicos, el problema se limitará a darle una palmadita a sus chivos expiatorios y a trabajar en la reconstrucción de la dirigencia del sindicato. Si el chapopote no embarra al partido, que hagan lo que quieran los directamente involucrados, en el mejor de los casos el PRI les pondrá unos abogados para curarse en salud. Por eso, quizá, las baterías dentro del priismo están puestas en el pleito interno por ver quién se queda con la dirección del partido y quién con la coordinación de la próxima legislatura.
En el caso de Los Amigos de Fox, ocurre exactamente lo contrario. En su desesperación, Lino Korrodi está aventando toda la responsabilidad a Acción Nacional y, quizá por eso, Diego Fernández de Cevallos ya entró como abogado defensor del asunto. No se trata desde luego de ayudarle a Lino sino de evitar que el derrame provocado por Los Amigos de Fox termine por inundar al partido. Korrodi está empeñado en que si algo expiatorio va a haber en ese asunto, ese rol lo debe asumir el pastor y no el chivo.
El perredismo, por su parte, aunque a veces deja entrever cierta conciencia de la oportunidad electoral que se le presenta, no logra quitarse de encima la cultura tribal que domina su conducta y amenaza con corroerlo. Desde hace años, hizo de su proyecto político y de su ideología una comodidad de la que puede prescindir y, aun cuando quiere presentarse como una opción de izquierda, cada vez y en forma increíble consolida la idea de que es una opción priista. Cacha todo lo que de allá le viene y adopta como suya la subcultura tricolor del clientelismo, del corporativismo, de la transa política.
Todo eso sin considerar a las individualidades políticas que ven en la coyuntura un mercado donde puede mejorar la cotización de su atractivo.
*** En el fondo, de manera increíble y por el lamentable espectáculo que ofrecen, los partidos políticos están convocando al abstencionismo del electorado.
Si por estos días apareciera un desplegado llamando al abstencionismo, sin duda, los partidos políticos pondrían el grito en el silencio. Nada difícil de imaginar es el repertorio de señalamientos que esas formaciones lanzarían en contra del autor de ese llamado, acusándolo seguramente de provocador, interesado en debilitar la naciente democracia. El absurdo es que ese llamado lo están suscribiendo, día tras día, los propios partidos políticos.
La máxima puesta en práctica por los partidos políticos es todo un absurdo: cuando más hay de dónde escoger, menos hay que elegir. Las formaciones políticas están empeñadas en serruchar el piso de la democracia que nomás no acaba de construirse. El espectáculo que ofrecen en la selección de sus candidatos constituye una invitación para desairar las urnas el próximo seis de julio.
En esa circunstancia, reclamarles a los partidos políticos que vean más allá de sus narices es francamente difícil. Es difícil pero hay un problema: una realidad nacional, binacional e internacional que amenaza complicar todavía más la situación por la que atraviesa el país. La guerra en el Golfo Pérsico, la relación con Estados Unidos, la desaceleración de la economía están en la escena y, aun cuando a los partidos esas cuestiones les parezcan una minucia frente a las luchas intestinas donde están poniendo todo su empeño, terminarán por afectar al país.
Por eso, quizá, convendría que los partidos políticos se asomaran un poco a la realidad y, de ser posible, dejaran de convocar al abstencionismo electoral y al desinterés ciudadano. En el fondo, no es mucho pedir y de seguro en algo podría contribuir a la construcción y no a la destrucción de la democracia.