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¿Hasta cuándo, Dios mío?/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Europa se preocupa en estos días por conocer a fondo las verdaderas intenciones del actual gobierno estadounidense: ¿De verdad es el adalid de la democracia que dice ser, o su angustia por el modelo de vida que cada país adopte es solamente un disfraz en su mantenido sueño de dominación mundial?

Comentaristas franceses y españoles dudan que Estados Unidos pueda imponer la democracia ­­y con ella el libre mercado­­ por la fuerza de las armas, pero les aterroriza que intente conseguirlo mediante las trampas de la globalización económica y el control finanicero.

En este arrisco mundial los mexicanos andamos idos por los cerros de Úbeda o metidos en rencillas internas de poco sumar. Soslayamos que en la actual coyuntura económica sólo somos uno más de los países pobres; que estamos descapitalizados, que somos improductivos e inermes ante la nación más poderosa del globo terráqueo y para colmo expuestos a los riesgos de tener ante el gobernalle a un piloto sin brújula ni proyecto, mientras que otros políticos, los viejos y nuevos del septuagenario PRI y los emergentes de derecha e izquierda, se atacan mutuamente, se destrozan unos contra otros y destrozan la República. Aunque sus preclaros zoones politikones cobran jugosos salarios y prebendas, ningún partido ha logrado plantear y obtener un avance positivo en esa medular y añosa problemática.

Perduran, inatendidos, muchos problemas graves, urgidos de una solución desde el año 2000. Fueron unos de tantos justificantes para el cambio político perseguido por Vicente Fox y el partido Acción Nacional y ordenado por los electores el dos de julio de ese mismo año. Aquí están, y no son cosas menores: la reforma de Estado, la justa repartición del ingreso nacional, la recuperación del salario y del empleo, el fortalecimiento de nuestra planta industrial y comercial, la atención a los problemas de la seguridad pública en todo el país, promover los cambios jurídicos en nuestra mañosa legislación civil, penal, administrativa, bancaria y mercantil que garanticen la igualdad de los ciudadanos ante la Ley y la lucha institucional contra la pobreza, el verdadero cáncer de nuestro cuerpo social.

Son viejos problemas planteados desde el siglo XIX, siempre expuestos y jamás resueltos; los cuales, luego de la revolución del XX, envolvimos en la Constitución Política de 1917 y en los documentos esenciales del Partido Nacional Revolucionario y sus consecuentes de la Revolución Mexicana y Revolucionario Institucional. Cada seis años, los candidatos del PRI a la presidencia de la República sacaban la lista de problemas, demandas y necesidades a la luz pública. Cuántas veces los escuchamos, ventilados en las estremecidas voces de quienes ofrecían resolverlos “si el voto del pueblo los llevaba al poder” Cuántas veces creímos aquellas promesas y sufragamos por los candidatos del PRI con la esperanza de un cambio. Cuántas palabras se han dicho, dramáticas y oferentes, a lo largo de siete decenios y cómo duele ver que ahora predominan los mismos problemas, transustanciados por el capitalismo y la globalización; jocoques que no cuajan, por más que los caliente la luz del sol de cada día de la modernidad.

Aquí y ahora se debate el proyecto de reformas a la normatividad sobre electricidad. En 1959 el gobierno compró la última sobreviviente entre las viejas compañías generadoras, distribuidoras y comercializadoras de energía eléctrica. Con la ambición de trascender históricamente ­­característica de nuestros presidentes­­ el licenciado Adolfo López Mateos se apresuró a grabar la impronta del interés nacional en la industria eléctrica, convirtiéndola en un campo vedado para los extranjeros. Lázaro Cárdenas seguía siendo el paradigma presidencial por la expropiación petrolera. En la Comisión Federal de Electricidad, organismo creado para administrar el negocio de la electricidad, pronto nos dimos cuenta de que no sólo era necesario querer, sino poder y para esto se requería muchísimo dinero.

Transcurrido el tiempo, los mexicanos devenimos incompetentes e insuficientes para generarla, distribuirla y comercializarla, pues creció la demanda. Ahora estamos a punto de quedar a obscuras y en parálisis productiva, debido a las limitaciones operativas y financieras que padece la CFE. Y el Estado, su dueño y señor, no dispone de los recursos necesarios para producir más electricidad y ocurre en demanda de auxilio a la inversión extranjera; aunque, según se ve, el tema resulta intocable, tanto o más que el petróleo nacionalizado.

El PRI, partido que controla al Congreso de la Unión, está dividido en la discusión sobre abrir la energía eléctrica y el gas natural a la inversión extranjera. El tema se ha convertido en bandera política: unos bajo la bandera del libre comercio; otros, tras los intransgredibles conceptos constitucionales y esas dos bonitas palabras, soberanía e independencia, por cuya prevalencia a todo costo se rompen lanzas. Lo desgraciado de los hechos es que el debate tiene lugar en los periódicos, no en las Cámaras, y el asunto lleva visos de durar para siempre.

Mientras tanto, el país sufre la tasa de desempleo más grande de su historia, pega en las economías familiares con tremenda contundencia y las tarifas para el consumo de electricidad tendrán que ser incrementadas, aunque el servicio sea malo..¿Hasta cuándo, Dios mío?

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